Dueña de mis letras

Prefiero vivir durmiendo

No sé qué día es ni tengo idea de en qué mundo habito, pero el sol que me pega en la cara me indica que sea donde sea que esté, ya es de día, y algo entrado ya en horas.

Ay no, voy a llegar tarde.

Me levanto de la cama y veo todas las cosas que decoran mi habitación; la estantería repleta de libros que no aguanta un solo ejemplar más, las plantas plásticas, porque no soy capaz de mantener viva una que sea real, y porque con la humedad que estas producen, pueden dañar los lomos y las hojas de los libros. Los posters de mis películas favoritas y algún que otra foto de mis amores platónicos del cine indio, o hasta algún fanart de personajes literarios. Parece el dormitorio de una adolescente, o eso dice mi mamá, pero yo soy feliz durmiendo y respirando en él, aunque estaría más feliz si ahora mismo estuviera en la oficina laburando, porque en cuanto mi jefe descubra que no estoy, me va a echar de la empresa sin si quiera un par de palabras agradables.

Entro en la ducha y me doy cuenta de que el incidente de ayer fue real, no fue una pesadilla, aunque sigo cuestionándome la parte en la que me trajo Chacumbele, esa parte definitivamente fue creada por mi imaginación.

Termino de vestirme y maquillarme y bajo las escaleras corriendo a pesar del dolor que producen mis ovarios. Mi madre está cocinando, y al sentir mis pasos por los peldaños, se voltea con una enorme sonrisa, una que no suelo ver en su rostro moreno.

—La princesa amaneció —lo sospechoso es que no lo dice en tono sarcástico.

¿Hay algo más tenebroso que una mamá estricta que no te hable de mal modo? Lo dudo.

—Voy atrasada, como algo en la oficina, mamá —me acerco y le doy un beso en la cabeza.

Lekin, tu príncipe azul dijo que no te preocuparas, que te quedaras en casa —dice con su acento indio.

¿Príncipe azul? ¿Quedarme en casa? Qué hora se supone que es, porque lo que mi mamá está preparando es el almuerzo, no el desayuno. Ojeo el reloj que cuelga en una de las paredes y veo que son las doce y media.

—No es momento de burlas, mamaji.

—Que hablo en serio, ese guapo hombre negro te trajo anoche en su lujoso auto, tú estabas desmayada, pero dijo que no te preocuparas por trabajar hoy.

Quedo en estado de shock.

Fue real, pero no parece ser algo realista. Me refiero, está bien, me vino a dejar, no lo recuerdo, pero tengo una vaga memoria de estar en su auto, pero lo que me es imposible de creer, es que me dejara el día libre, y eso no sería algo que diría mi mal humorado jefe francés.

—Ay mamá, no tienes que decirle hombre negro, se llama Chacumbele, es mi jefe, y no te creo nada. Kuchh nahin.

Chasquea la lengua enojada y levanta los brazos botando los guantes de cocina que traía puestos.

Main kasam se —se agarra el pescuezo jurando.

Agarro una manzana que me sonreía desde el frutero y le doy un ruidoso mordisco. Sabroso.

—Deja eso, que ya vamos a almorzar —me quita la fruta.

—Ay, por favor, es una mísera manzana.

Veo cómo guarda mi pequeño aperitivo en el refrigerador para que lo coma después de almuerzo como postre, pero todos sabemos que después de almorzar lo único que uno quiere helado, no una manzana mordida que ya estará toda negra por el óxido. Ya da igual, dejaré que se pudra ahí porque no me voy a dignar a sacarla.

—¿Y tú qué haces acá? —escucho a mi espalda.

No necesito darme vuelta para saber quién es, pero me volteo de todos modos para darle una gran sonrisa.

—Lo mismo pregunto, Aksh.

Se para frente mío y me revuelve mi perfecto y esforzado peinado, pero ya da igual, tampoco es como que tenga que ir a trabajar. Si bien no creo cien por ciento en lo que dice mi mamá, no tengo otra opción. Justificar mi ausencia será problema de la Chandra del futuro.

—Se terminaron las grabaciones, se devolvieron ayer.

¿En qué trabaja Aksh? Estudió dirección cinematográfica porque su sueño es hacer películas, pero hoy, no es más que un peón del rodaje. Les pasa el agua a los actores o lo que sea que les pida. No sé si lo hace feliz, pero sigue enganchado a su trabajo. Una vez le tocó la mano a Katrina Kaif mientras le pasaba su abrigo, ese día cuando llegó a casa no se quería lavar las manos.

—¿Y tú? —me pregunta.

—No sé, no me sonó la alarma y mamá dice que mi jefe le dijo que no me preocupara, que hoy no me presentara —en ese momento me di cuenta —. Ay no, ya entendí…

No me quiere ver en la oficina, fue su modo de despedirme después de esa horrible escena, me quedé sin trabajo, y para peor, terminé haciendo enojar a mi jefe más de lo que habitualmente es, no voy a poder siquiera sacar la suculenta que tengo encima del escritorio, no voy a volver a tocar esa editorial en mi vida, y todo por culpa de mi periodo. Odio ser mujer.

—¿Qué te pasa? —se preocupa mi hermano.

Ignoro su pregunta y agarro mi celular para llamar inmediatamente a Nora y pedirle un favor.

—¡Nora! —hablo después que me contestara al tercer tono.

—¡Chandra! —imita mi voz —. Qué te pasó que no viniste, te dejé como cincuenta mensajes.

Aparto el dispositivo de mi oreja para deslizar el panel de notificaciones y ver que no exagera, tengo siete llamadas perdidas y cuarenta y tres mensajes sin responder de ella.

—Me siento mal, estoy como mucho dolor por mi periodo.

—Qué bueno, digo, que mal que estés adolorida. Tú me entiendes.

—Sí, sí, oye, por si acaso, ¿cómo está el ánimo del jefe?

Se queda en silencio un momento como si estuviera pensando al respecto.

—Pues como siempre, ¿no? Está serio igual que todos los días, ¿ese hombre no sonríe?

Lo mismo me pregunto yo cada vez que lo veo. Vaya desperdicio de dientes perfectamente blancos. No sé qué pasta de dientes usará, pero debería conseguirme la misma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.