Dueña de mis letras

Llámenme loca

Sí que tardé, porque no quería toparme contigo, pero no soy tan valiente como para soltarle algo así a Jonah, igual tiene un corazón sensible.

Por qué sigo pensando en sus sentimientos.

—Sí, pues tenía trabajo que hacer —digo mientras sigo caminando.

Él trata de seguir mi ritmo y ambos nos detenemos a la salida donde el guardia pregunta cómo me siento.

—Mejor, gracias por preguntar.

—¿Por qué dice eso? —le pregunta al guardia.

Amenazo al viejito con una fría mirada para que no diga nada, pero al anciano se le ocurre abrir la boca.

—Porque el otro día el señor Chacumbele la tuvo que cargar en brazos de lo mal que estaba.

Laanat.

Jonah sonríe sarcásticamente y se muerde el interior de la mejilla. Conozco esa expresión y no me gusta para nada, porque es cuando la rabia se empieza a apoderar de él. No es un hombre peligroso, pero sí puede llegar a dañar con las palabras.

Mientras tengo la oportunidad salgo del edificio mirando por ultima vez al guardia con expresión de odio por no haber sido lea conmigo. Nunca más confiaré de ese abuelo que lo único que hace es abrir la puerta en vez de resguardar el edificio.

—O sea que terminamos y al tiempo después ya saltas a los brazos de otro —se ríe.

—Primero, no fue así como lo dices, y segundo, si hubiese ocurrido así, al menos yo tuve la decencia de lanzarme a los brazos de otro hombre estando soltera, no en una relación como otros —recalco la “s” al final de la palabra abriéndole los ojos de par en par —. Además, Jonah, llevamos años separados.

Por un momento se queda callado como si le hubiese ganado la discusión, pero sé que no es suficiente para dejarlo tranquilo, menos cuando le dan esos ataques de celos.

Abre la boca para decir algo pero se ahoga en sus propias palabras.

—Si eso es todo, buenas noches.

Me doy la vuelta como toda una diva y escucho el eco de mis tacones resonar en la vacía calle.

—No, no es todo —ruega desde atrás —. ¿Podríamos tomarnos un café y conversar?

Ni siquiera me gusta el café, y él sabe eso, a menos que la perra con la que me engañó sí le guste. Lo único café que me gusta es Varun.

—Tómatelo con tu inglesa esa —le hago un gesto despectivo con la mano.

Quiero seguir caminando y perderme épicamente del campo de visión de ese cretino, pero me da miedo caminar solita, y más aún cuando es tan tarde como ahora. Pero no me voy a mostrar débil. Cruzo los brazos y lo miro de pies a cabeza haciéndome la dura.

—No sigas con eso por favor, Chandra, que con Naomi ya no estamos juntos.

—Eso dices tú, de todos modos, eso a mí no me importa, porque ya no estamos juntos, así que haz lo que quieras con tu vida amorosa.

Intento hacer tiempo para que Nora termine de trabajar y baje a rescatarme, pero la muy desgraciada todavía debe seguir trabajando. Dónde está mi heroína cuando la necesito.

Ojeo en dirección de la puerta del edifico, y noto que el guardia está mirándonos, y debe de estar haciéndolo de hace rato, porque cuando nuestras miradas se topan, gira la cabeza asustado y se arregla la camisa como si nada pasara.

Un vehículo se detiene a mi lado y baja el vidrio. Me entusiasmé pensando que sería alguien conocido que me sacaría de este incómodo momento, pero cuando veo su rostro no lo reconozco, y hasta me asusto pensando que me quiere secuestrar.

—¿Usted pidió un Uber? —me pregunta el joven del auto.

—¿Pediste un Uber? —le pregunto a Jonah.

Él me niega con la cabeza y yo de respuesta le hago el mismo gesto al chofer.

Escucho cómo se abre la puerta y me volteo rápidamente esperando ver a Nora, pero es el señor Chacumbele que viene corriendo hacia el auto con total desesperación. Nunca lo había visto correr, creí que los caballeros sólo caminaban.

—¿Daniel? —le muestra la pantalla de su lujoso celular —, perdón la demora.

A pesar de haber corrido, su voz es normal, no se nota cansancio o falta de oxígeno.

El joven le hace un gesto con la cabeza para que entre y el francés abre la puerta para entrar.

—¿Usted pidió un Uber? —se me escapa de la boca impresionada.

Mi jefe tensa la mandíbula y me levanta una ceja. Es muy fácil poder entender lo que quiere decir mirándole el rostro. No es un hombre de muchas palabras, pero sí de gestos y expresiones.

—Sí, ¿por qué tanto escandalo?

—Nada… —me muerdo el labio tímida —, es sólo que me sorprendió verlo sin su vehículo.

Rueda los ojos y toma aire como si necesitara paciencia para hablar conmigo. Se pasa la mano por su bien cortado pelo para luego arreglarse la corbata.

—Debe ser porque un asiento de mi auto terminó todo embarrado y se está lavando.

Ay, se me ocurrió abrir la boca.

—Perdón por eso —hundo la cabeza.

Que vergüenza, creí que no se volvería a hablar de ese asunto, aunque la que sacó el tema a relucir fui yo.

Jonah mira a Chacumbele primero, luego a mí, y así sucesivamente según quien va hablando.

—¿Qué se supone que pasó? —se enoja.

La mirada de mi jefe habló de forma silenciosa. Observó a Jonah de pies a cabeza y posó su mirada en mí enarcando la misma ceja de siempre. Levanto mis hombros dando a entender que yo no tengo nada que ver acá.

—¿Por qué se supone que está sucio el auto?, ¿y por qué es tu culpa, Chandra? —habla de forma violenta.

Jonah exige una explicación aunque no le corresponde, y cuando estaba a punto de responder, Chacumbele se adelantó a hacer una estúpida pregunta.

—¿Es tu hermano? —lo apunta con el dedo de la mano que tiene libre.

Me doy una palmada en la frente ante reverenda idiotez. Es obvio que no somos familia. Soy una chica de piel morena y cabello oscuro, él es blanco y rubio de ojos claros, de hecho olvidé de qué color son ojos, tampoco puedo apreciarlos con la falta de luz que hay.




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