Dueña de mis letras

El color blanco

Antes de exponernos al clima de afuera, ambos tomamos nuestros abrigos y visto mi bufanda para resguardar mi cuello. Puedo ver mi aliento en el aire, y como no traje guantes, resguardo mis manos en los bolsillos.

Tanto mi ropa como la de Chacumbele quedó impregnada de olor, y qué decir de sus manos, pero ambos seguimos riéndonos. Fue una buena velada, y más que solucionar el problema que traíamos en manos —cosa que casi ni se mencionó —, pudimos llevarnos bien. Veamos cuánto es que dura esta pequeña tregua.

—La próxima vez que tenga ganas de comer algo —se toca la barriga —, comeré comida india.

Ninguno de los dos ha pedido transporte, y sé que es tarde, y que mi mamá… mi madre, piensa que estoy con Nora, es consciente de que llegaré tarde, así que no hay problema si esto se alarga un poco más.

—¿Quieres tomar helado? Este yo lo invito.

Su risa es autentica y contagiosa, muy masculina, pero a la vez infantil.

—Lo acepto, me encantan los helados.

No tiene el perfil de persona que disfrute de tomar un helado, pero supongo que todos damos otro tipo de imagen a los demás. Qué impresión tendrán los demás de mí.

—Pero no sé si a esta hora encontraremos algo abierto…

Agarra su celular y se pone a hacer unas cosas mientras mueve los dedos. Yo trato de echar una ojeada, pero aparta la pantalla para que yo no pueda ver.

—Aquí está, podemos ir caminando —señala en dirección al… no sé qué punto cardenal será ese —. No es de calidad italiana, pero está abierto.

La luna no está llena, pero aún así luce hermosa. El frío que hace no es normal, y tampoco el hecho de que vayamos a tomar helado, pero no hay nada más satisfactorio que comer ese postre bajo la lluvia.

—Siempre me han gustado los atardeceres, pero no por las luces y colores que desprende —dice mirándose los lustrados zapatos al caminar —, si no porque el día de esa forma da paso a la noche.

—Me gustan las noches. Cuando éramos pequeños, con mis hermanos nos levantábamos en la madrugada para jugar juegos de mesa —recuerdo con cariño.

Suelta una pequeña risa que le marca su hoyuelo, el que apenas puedo distinguir en la oscuridad, pero sé que está ahí presente.

—¿No podían jugar de día? —se mofa de manera amistosa.

Niego con la cabeza al ver las claras imágenes de los juegos nocturnos. Teníamos que aguantarnos la risa para que no nos descubrieran, una vez nos pillaron, y cada uno recibió un chanclazo para luego ser enviado a la cama a gritos. Ninguno se arrepintió, excepto Aksh, que iba ganando al endeudarnos en el Monopoly. La última vez que nos reunimos en la mesa en medio de la noche, fue antes del matrimonio de Monisha. Era más nervios que persona. Tocó muy despacio cada una de nuestras puertas con un Clue en las manos. Lloro al recordar, lloro al ver cómo el tiempo ha pasado. Lloro al saber que mi hermana ya no vive en la misma casa y es una adulta. Lloro porque la vida avanza y no se detiene. Lloro.

—¿Dije algo mal? —se preocupa Chacumbele.

—En general todo lo que sale de su boca está mal —sorbo por la nariz —, pero esta vez no es su culpa que llore.

No sabe cómo reaccionar, intenta hacer algo pero se queda en el impulso. Tampoco necesito su consuelo, cuando estoy triste necesito alejarme de los demás, no tener gente a mi alrededor, además de que es vergonzoso que alguien te vea llorar de la forma en la que estoy llorando yo ahora.

Me seco las lágrimas e intento seguir caminando, pero él no avanza junto conmigo, está parado, no se mueve.

—¿A qué se refiere que todo lo que sale de mi boca está mal?

Que hayamos compartido una cena no me da la confianza para decirle a mi jefe todo lo que me desagrada de él, ni si quiera somos amigos o cercanos, fue netamente una comida de negocios, nada más, no por eso comenzaré a sincerarme con él.

—Señor Chacumbele —carraspeo —, usted es mi jefe.

El recordatorio le hace volver en su habitual papel, y toda la simpatía que antes mostró, se esfumó en el instante que dejé de hablar.

Todo volvió a ser como antes.

Pequeños copos de nieve comienzan a caer sobre nuestras cabezas, y no puedo evitar mirar al cielo emocionada. Hace bastante ya que no veía nevar. El blanco jamás ha sido de mis colores preferidos, pero ver la ciudad cubierta con un manto blanco es distinto. El olor del chocolate caliente que surgen del interior de las casas, o en mi hogar como es típico, hacemos masala chai para pasar el frío.

Doy vueltas en círculos con los brazos extendidos. Estoy más contenta que una niña recibiendo el regalo que tanto esperaba. Si bien casi no siento las manos y la punta de mi nariz está helada, no puedo dejar de sonreír. Las mejillas me duelen pero de felicidad.

Poco a poco el pavimento se va llenando de las blancas partículas que caen del cielo. Hay muy poca gente en la calle, y nosotros dos marcamos una diferencia en el color claro. Nuestra piel oscura destaca por sobre el paisaje, aunque la de Chacumbele es la que destaca más.

—Un negro es el blanco perfecto en la nieve.

—Agradece que no ha caído suficiente para lanzarte una bola.

Es como si fueran dos personas distintas. Uno es el que se muestra frío y estricto en la oficina, y otro que fuera del trabajo hace bromas como cualquier persona normal. ¿Cuál de los dos será el real? ¿Cuál de las dos personalidades es la auténtica? No me imagino a Chacumbele llegando a su casa y siendo alguna de esas dos personas, y menos con su novia. Debe haber una tercera personalidad.

Caminamos, pero ya no estoy segura de si quiero llegar al destino con mi acompañante. De pronto me siento incómoda. Algo en el aire cambió y deseo estar en mi casa en compañía de mis hermanos. Veo a quien tengo a mi lado y tengo la sensación de que estoy haciendo algo incorrecto.

Me paro en seco y tomo mi celular. Le escribo a mi hermano para que me pueda venir a buscar porque no me siento bien. Su respuesta fue un sencillo “ok”, y sé que viene enseguida.




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