Duendavidad (libro 2)

II

Leila deja la hoja de su plano sobre el escritorio, sintiendo cómo su rostro se enciende. Traga saliva y apenas puede sostener la mirada del profesor, que ahora la observa con ojos afilados, como si supiera exactamente qué había estado mirando.

—Yo… solo estaba dejando mi trabajo —murmura, tratando de sonar convincente.

El profesor la mira fijamente, sus ojos oscuros y fríos perforándola durante unos segundos que se sienten interminables. Al final, asiente sin decir nada y se sienta de nuevo en su escritorio, cerrando el maletín con un chasquido firme que retumba en el silencio del aula. Leila, tensa, regresa a su asiento junto a Betty, recoger sus cosas, decide salir del aula para esperar a que inicie la próxima clase. El profesor les había dado permiso de retirarse tras entregar el boceto, así que aprovecha la excusa para escapar de la presencia de Rojas, que ahora le resulta tan perturbadora. Sin embargo, al dar sus primeros pasos fuera del salón, siente que cada crujido en el pasillo y cada susurro de sus compañeros parecen llevar su mente de vuelta a esas fotos ocultas. El presentimiento de que ha descubierto algo peligroso la sigue, y, aunque no sabe qué hará con esa información, se promete a sí misma que buscará respuestas, principalmente porque su prima está involucrada.

Néstor está inclinado sobre su silla, fingiendo concentración mientras traza las líneas finales de su boceto, pero su mente está lejos del trabajo. Desde el momento en que entró al aula, no ha dejado de observar al profesor Rojas. Conoce la clase de hombre que es; lo supo aquella vez que vio como Kenia estaba siendo acosada sexualmente por él. Néstor no necesita más para entender que ese hombre nunca debió estar cerca de jóvenes.

Cuando Leila se levantó para entregar su boceto y se acercó al escritorio del profesor, Néstor la observaba de reojo. Notó su expresión cambiar, primero confundida, luego pálida como el papel. Ella removió algo del escritorio, Néstor supo que lo que fuese que Leila pudiese haber visto no fue nada bueno. Cuando el profesor vuelve y ella se enfrenta a su mirada, la tensión en el aire se vuelve aplastante. El rostro de Leila refleja algo más que incomodidad: es miedo.

Néstor cierra los ojos un instante y respira hondo. Conoce esa mirada, la ha visto antes. Cuando Leila recoge sus cosas apresuradamente y sale del aula, él no puede ignorarlo. Algo ocurrió, y lo vio claramente tanto en el pánico de Leila como en la expresión de Rojas, cuya mirada oscura y dura se mantuvo fija en ella hasta que desapareció por la puerta.

Apura su trabajo, dibujando los últimos trazos de su boceto con movimientos rápidos pero precisos. No va a dejar que Leila se enfrente sola a lo que sea que haya descubierto. Apenas termina, entrega el papel y, con pasos controlados, se dirige hacia la salida. Al cruzar el umbral, su andar se vuelve más rápido, casi una persecución silenciosa mientras sigue la figura de Leila a lo largo del pasillo.

—¡Leila! —llama, su voz firme pero no agresiva. Ella no se detiene, lo que confirma sus sospechas. Algo anda mal.

Acelera el paso hasta que la alcanza en un recodo del pasillo, donde ella parece haberse detenido para recuperar el aliento. Se gira rápidamente al oír su voz, y sus ojos aún reflejan el mismo miedo que vio en el aula.

—¿Qué te pasa? —pregunta Néstor, directo, con la voz baja para no atraer miradas indiscretas. Sus ojos la examinan, buscando alguna señal de lo que está ocurriendo.

Leila vacila, dudando en si debe contarle o no. Sus dedos juguetean con la correa de su mochila, y su mirada se desplaza por el pasillo, asegurándose de que nadie los esté observando.

—Nada, estoy bien. Solo... necesitaba salir de allí —responde finalmente, pero su tono no es convincente.

Néstor cruza los brazos, frunciendo el ceño. Él no es alguien fácil de engañar, y Leila parece darse cuenta de ello porque desvía la mirada.

—No me tomes por tonto, Leila. Te vi cuando estabas en el escritorio del profesor Rojas. Vi cómo saliste, como si hubieras visto un fantasma. Y lo vi a él. Ese tipo es una maldita serpiente. ¿Qué fue lo que viste? —insiste, su tono aún firme pero menos duro, intentando no intimidarla.

Leila se remueve incómoda en su lugar. Su corazón late con fuerza al recordar las fotos, pero la sola idea de hablar de ello le provoca un nudo en el estómago.

—No puedo... No sé qué hacer con lo que vi —murmura finalmente, su voz cargada de inquietud.

—Entonces cuéntamelo a mí. Quizá pueda ayudarte —replica Néstor, con un destello de sinceridad en los ojos que sorprende a Leila. Nunca ha hablado mucho con él, pero en ese momento, parece ser su única opción.

Ella mira alrededor de nuevo, asegurándose de que estén solos. Luego, da un paso más cerca de él y baja la voz.

—Había fotos... en su maletín. De chicas. De aquí, del colegio. Sonia estaba en una de ellas, y también... Betty. —Su voz tiembla un poco al mencionar a su prima, y aprieta los labios mientras observa la reacción de Néstor.

Él cierra su único ojo un instante, sus labios apretados formando una línea delgada. No necesita más para entender lo que Leila insinúa. Todo encaja de una manera que lo enferma.

—Ese desgraciado... —murmura, su mandíbula tensa.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta Leila, su voz apenas un susurro cargado de miedo.

—Primero, debemos asegurarnos de que estarás bien.

—¿Cómo? —pregunta Leila, con un leve temblor en la voz.

Néstor respira hondo, buscando transmitirle calma mientras el fuego de su determinación crece.

—No te dejaré sola. Déjame estar cerca de ti... co-como si fuéramos amigos.

Leila se sonroja ante su inesperada oferta. No esperaba esa vulnerabilidad en él, un chico que siempre ha preferido ser un alma solitaria y un misterio andante, extrañamente siente un alivio inesperado. Asiente con timidez, evitando su mirada.

—Luego, —continúa Néstor, con una firmeza renovada— debemos investigar más a fondo. Necesitamos entender qué está planeando Rojas.



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En el texto hay: asesinatos, navidad, violencia

Editado: 30.12.2024

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