Duendavidad (libro 2)

IV

El sol apenas comienza a colarse entre las cortinas de la habitación de Néstor, marcando el inicio de un nuevo día. Él está acostado boca arriba en su cama, mirando al techo, con la mente atrapada en el recuerdo de la discusión que tuvo anoche con Ángela. Las palabras ásperas, los reproches y la tensión de la conversación resuenan en su cabeza como un eco constante.

«Tal vez Ángela no está lista para algo tan grande como purgar la escuela», piensa. La intensidad en su mirada se atenúa al considerar que, quizás, lo de Ángela siempre fue algo personal: una venganza aislada contra quienes le hicieron daño, no una causa mayor como la que él visualiza.

Suspira profundamente y se levanta de la cama para alistarse, ya que, como todos los días, toca salir a trabajar.

En la mesa del comedor, el aroma del café recién hecho llena el aire. Su madre, con el rostro sereno pero atento, lo observa mientras él termina de servirse un plato de cereal.

—¿Qué tal el trabajo y la escuela? —pregunta ella, rompiendo el silencio matutino.

Néstor se encoge de hombros, llevándose una cucharada de cereal a la boca.

—Lo mismo de siempre —responde con desgana—. Miradas curiosas, chismes... Ya estoy acostumbrado a ser el centro de todo.

La madre lo mira con cierta preocupación, pero no insiste en el tema. En cambio, cambia el rumbo de la conversación.

—¿Te gusta la idea de ponerte un ojo de vidrio? —pregunta con cautela, como si la pregunta misma pudiera ser ofensiva.

Néstor levanta la mirada, sorprendido por el giro. Se toma un momento antes de responder, sonriendo apenas.

—No, mamá, no me gusta la idea. Creo que me haría verme más raro, más tenebroso. Podría asustar a los niños que llegan a la juguetería. Les encanta verme con mi parche de pirata.

Ella suspira, resignada, y decide no insistir. Néstor, por su parte, termina su desayuno en silencio, observando cómo su madre evita mirarlo directamente. Él sabe que ella se preocupa profundamente por él, pero también que no tiene la menor idea de los pensamientos oscuros y atroces que cruzan por su mente, como sombras que ella jamás podría imaginar ni comprender.

La juguetería está abarrotada. Es temporada navideña, y los padres desesperados llenan los pasillos buscando el regalo perfecto para sus hijos. Néstor, con su parche de pirata en el ojo y un sombrero negro que completa el look, atiende a los clientes con la misma energía de siempre. Sabe que el atuendo atrae a los niños, y eso le facilita las cosas.

Un niño pequeño, con los ojos llenos de curiosidad, se acerca a él y lo jala de la camisa.

—¿Te puedes quitar el parche? Quiero ver si de verdad no tienes un ojo —dice con inocencia.

Néstor sonríe, agachándose un poco para estar a su altura.

—Ningún pirata deja que lo vean sin su parche —responde en tono conspirador, llevándose un dedo a los labios como si fuera un secreto.

El niño ríe, satisfecho con la respuesta, y corre de vuelta hacia su madre. Néstor se reincorpora y continúa con su labor, pero su atención se desvía cuando nota algo inusual.

A lo lejos, un hombre mayor, con un bigote francés perfectamente recortado y puntas de cabello rubias, conversa con una de las compañeras de Néstor, una adolescente como él. Su aire sofisticado, combinado con un impecable traje de etiqueta que exuda elegancia, lo hace destacar entre el bullicio de la tienda. Intrigado por la presencia imponente del hombre, Néstor decide rodear el área y se desliza por el pasillo contiguo. Desde allí, a través del estante que los separa, se posiciona discretamente para escuchar la conversación.

—¿Te interesa trabajar en un restaurante como atención al cliente? —escucha que le pregunta a su compañera. Su tono es convincente, casi persuasivo—. Te aseguro que la paga es mucho mejor que aquí.

La chica, intrigada, asiente lentamente.

—Sí, me interesa la propuesta. La verdad es que aquí me pagan poco para lo que realmente trabajo.

El hombre sonríe, sacando una tarjeta de su bolsillo y entregándosela.

—Aquí está la dirección para la entrevista. Espero verte pronto.

El hombre se despide con cortesía y, desde su posición tras el estante, Néstor escucha el eco de sus pasos alejándose hacia la salida. Cuando todo queda en silencio, decide doblar hacia aquel pasillo y se acerca a su compañera con una sonrisa burlona en el rostro.

—¿Así que ya tienes pensado dejarnos y abandonar esta maravillosa juguetería? —dice en tono de broma, cruzándose de brazos.

La chica suelta una carcajada, sacudiendo la cabeza.

—Nunca dejaría pasar una buena oportunidad, Néstor. La vida es para tomar riesgos, ¿no?

Él ríe suavemente, pero no puede evitar que algo en el hombre lo haya inquietado.

La escuela está llena de murmullos y risas. Es una noche más de clases, pero esta vez, el tema principal de conversación entre los estudiantes es la fiesta de Navidad que se celebrará en el colegio. Las voces se alzan por todo el pasillo, algunos ya discuten sobre con quién irán, otros sobre los detalles de los vestidos y los peinados que les gustaría usar. El bullicio es constante, pero Néstor se siente ajeno a todo eso, caminando al lado de Betty y Leila. No tiene interés en la fiesta. Nadie quiere ir con él, no cuando es conocido como el «tuerto del colegio». Eso está claro.

Betty, con su usual entusiasmo, voltea hacia él mientras caminan hacia el laboratorio de bilogía.

—¿Y tú, Néstor? —pregunta con curiosidad—. ¿Ya tienes pareja para el baile?

Néstor la mira sin perder su paso, la mirada fija en el suelo.

—No —responde con voz plana—. No me interesa. ¿Qué chica querría ir con un tuerto como yo?

Leila, caminando al otro lado de Betty, se ríe con un tono burlón, como si la idea le pareciera graciosa.

—Vamos, Néstor —dice entre risas—. A pesar de todo, sigues siendo apuesto. No te preocupes por eso.



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En el texto hay: asesinatos, navidad, violencia

Editado: 30.12.2024

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