Dulce Accidente

Capítulo 2

—¿Ahí estás maldita? —grito Lorena en cuanto me tope con ella.

Mientras mi trasero yace en el suelo, sonrío divertida. Aun había indicios de mi pequeña broma.

—¿Llevas mucho esperándome? —pregunté, intentando sonar casual mientras me sacudía como gato mojado.

Ella no respondió. Sólo giró los ojos como si tuviera tortícolis. En cuestión de segundos, sus dos secuaces aparecieron como si hubieran sido convocadas por una invocación satánica de tercera categoría.

Me rodearon. Literalmente. Como si estuviera en medio de un episodio de "Chicas pesadas”

—Chicas, podemos resolver esto con diálogo. El rencor es dañino, mata el alma y la envenena. — Y si mis estimados lectores, me vi Betty la fea más de una vez. — Además, envejece la piel —dije, levantando las manos en son de paz mientras hacía un escaneo rápido de rutas de escape.

Nada. Estaban bien entrenadas.

—Quiero aclarar que yo no hice nada… que no se merecieran. ¿Acaso no están de acuerdo conmigo?

—Si serás una desgraciada— me alcanzo Sofía mientras aprieta los dientes, y tira de mi cabello con fuerza mientras sostenía mi mentón. — ¿Fuiste tú la de la vídeo verdad?

Gruño mientras sostengo su muñeca con mis manos liberando un poco de presión mientras sigue jalado— Que te pudo decir, se me da bien el cine de terror. —sonrío sin dejar de verla a los ojos —Si quieres drama te puedo vender la versión extendida. Me quedan dos horas

Un golpe en mis estomago hace que me doble. Silvia había lanzado el primer golpe. Caí al suelo y entonces entre las tres comenzaron a golpearme y patearme — ¡De esto no te escapas maldita!

Y entonces, una voz diferente cortó la escena como cuchillo en mantequilla:

—¿Qué está pasando aquí?

Nos giramos.

Un chico alto, delgado, con cabello marrón claro y ojos color avellana nos observaba con el ceño fruncido. Llevaba un uniforme blanco impecable, y en su mano descansaba un maletín de prácticas médicas. La luz de la tarde se filtraba detrás de él, haciéndolo ver como una aparición salida de un sueño.

Silvia, que siempre había jugado a la coqueta, se quedó petrificada al reconocerlo. Su rostro enrojeció y bajó la mirada con una mezcla de vergüenza y nerviosismo.

Lorena chasqueó la lengua, y en un gesto torpe, me soltaron. Las tres, sin decir palabra, simplemente dieron media vuelta y se marcharon.

Yo quedé en el suelo, jadeando, con la adrenalina todavía quemándome la garganta. Lo miré desde abajo, pensando que aquello había sido demasiado fácil.
—¿Acaso era todo? —mascullé con ironía, todavía medio encorvada—. Aún queda tiempo para jugar…

El chico sonrió. Y esa sonrisa… fue como un rayo de sol en pleno verano.

Se inclinó hacia mí y me ofreció la mano para ayudarme a levantarme. En cuanto sus dedos rozaron los míos, me quedé embobada. ¿Qué clase de ángel blanco aparece así, justo después de un desastre?

—¿Estás bien? —preguntó con voz cálida, casi profesional.

Tragué saliva, sin saber qué responder. Me sentía más ridícula que nunca, pero asentí. Él señaló una banca cercana bajo un árbol. —Ven — me ayudo a levantarme y me cargo para después sentarme en la banca— Déjame revisarte.

Obedecí como si me hubiera hipnotizado. Se sentó a mi lado, abrió su maletín con calma y sacó gasas, desinfectante y un pequeño set de curación. Cada movimiento era preciso, seguro.

—No es grave —dijo con tono sereno, acercando la gasa a mi rostro—. Pero si no lo limpiamos bien, puede infectarse.

Suavemente, me sostuvo la barbilla con una mano firme y gentil, y empezó a limpiar la herida. Sus dedos rozaron mi mejilla y sentí que todo mi cuerpo se encendía. El calor me subió desde el pecho hasta la punta de las orejas.

Yo, Iris —alias Rin— me derretí en silencio, mirando esos ojos avellana que parecían contener paciencia infinita.

—Listo —anunció después de colocar un pequeño apósito en mi labio—. Nada que un par de días no arreglen.

Yo parpadeé, todavía embobada.
—¿Cuánto es, doctor?

Él rió, y su sonrisa se sintió que con eso bastaba para sanarme cualquier herida, e inevitablemente me descubrí enamorada a primera vista de un ángel vestido de blanco.
—No es nada. Solo evita la próxima pelea.

Él terminó de guardar las gasas y cerró su maletín con un clic seguro. Yo seguía embobada, con las mejillas encendidas y el corazón latiendo acelerado.

—Soy Iris… pero todos me llaman Rin —me presenté al fin, intentando que mi voz no sonara como la de una niña que acababa de conocer a su crush en versión live action. —Gracias por tu ayuda.

Él asintió con una sonrisa tranquila, de esas que te hacen sentir que el mundo puede caerse a pedazos y aun así todo estaría bien.
—Daniel —respondió simplemente.

El sonido de un teléfono rompió el momento. Daniel contestó de inmediato, escuchó en silencio y luego me miró con esa calma profesional.
—Debo irme. ¿Necesitas ayuda para llegar a tu dormitorio?

Negué rápido, aunque por dentro deseaba decir sí, acompáñame, llévame, adóptame, lo que quieras.
—No, estoy bien, gracias.

Él me regaló una última sonrisa y una paleta de caramelo de fresa — Por haber sido una buena paciente. — y se marchó, caminando con paso seguro, el maletín colgando de su mano y la bata blanca iluminada por la luz de la tarde. Me quedé mirándole la espalda con la sonrisa más idiota del planeta.

No pude resistirlo: saqué el teléfono y le tomé una foto de espaldas, como un souvenir secreto. Un ángel vestido de blanco me rescató y se llama Daniel, pensé mientras me dejaba caer en la banca. El árbol a mi lado me regalaba una sombra fresca, y yo me sentí contenta por ese momento.

El zumbido de mi celular me devolvió a la realidad. Era Molly.
—¡Rin! ¿Dónde estás? Circula un video tuyo corriendo y esas chicas persiguiéndote… ¿estás bien?

Sonreí con ternura.
—Tranquila, Molly, estoy bien. Me rescató un ángel —dije, con tono soñador.




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