Dulce Accidente

Capítulo 5

El autobús rugió despacio, alejándose de la terminal mientras el amanecer despuntaba en tonos rosados. Esta vez, solo llevábamos una maleta cada una. Nada de cajas, bolsas ni materiales de exposición dignos de mudanza.
El chico que guardaba el equipaje —el mismo del viaje de ida— nos reconoció y soltó una risa divertida al ver que solo tuvo que acomodar dos maletas en el portaequipaje.
—Así sí da gusto viajar —bromeó, y Molly levantó el pulgar sin siquiera abrir los ojos.

Me acomodé en el asiento. Molly dormía recargada en mi hombro, y yo, con la cabeza apoyada sobre la suya, veía una película en la pantalla del bus. En el espacio entre nosotras, una mochila abultada descansaba bajo nuestros pies: sodas frías, sandwiches de jamón con queso que nos preparó su mamá, galletas que hornearon sus hermanas y unos dulces envueltos por los gemelos con una nota que decía “para sobrevivir a las clases”.

Todo olía a hogar.

Aflojé los auriculares un poco. La película seguía corriendo, pero mi atención se perdió entre las imágenes del fin de semana.
Tenía nuevas fotos guardadas en mi teléfono: Molly riendo con su familia, sus padres bailando, los niños jugando con luces de bengala. También, bocetos nuevos. No los que llevé para dibujar, sino los que nacieron ahí, entre risas, pan caliente y canciones de amor que duraban medio siglo.

Pensé en lo que había aprendido esos días: que el amor no siempre necesita drama, ni promesas eternas, ni fuegos artificiales. A veces solo necesita quedarse.
Y con esa idea, nació algo más.

Un concepto para mi nueva línea de diseño: “Amores que perduran”.
Inspirada en los matrimonios que resisten el tiempo, las tormentas y la rutina.
Telas suaves, costuras firmes, colores cálidos, como los recuerdos que no se deshilachan.

Miré a Molly, que resopló dormida y murmuró algo sobre “niños con brillantina”. Sonreí.
Ella era parte de ese amor que permanece: el amor de la amistad, el que te salva de los días grises.

Apoyé la cabeza contra la ventana y dejé que el paisaje se moviera al ritmo de mis pensamientos.
Quizá la vida no era tan complicada como parecía. A veces solo había que dejar que el tren —o en este caso, el autobús— te llevara de regreso a donde perteneces… con un puñado de recuerdos dulces y un corazón un poco más lleno.

El martes por la mañana ya estábamos de regreso en la rutina.
Molly se fue directo a su edificio de pedagogía —con sus maquetas y materiales didácticos— y yo a las áreas de diseño. Aún podía sentir en mis hombros la tibieza del campo, pero el ritmo del campus me devolvió a la realidad: tacones resonando en los pasillos, rollos de tela que iban y venían, y ese olor a café recalentado que era casi un símbolo de supervivencia en la facultad.

Decidí aprovechar el impulso del viaje para hablar con el profesor encargado del proyecto final de semestre, el mismísimo profesor Guillermo Vázquez, leyenda viva del Departamento de Moda y Diseño Internacional.
Un hombre que podía arrugarte con la mirada… o convertirte en promesa del año si veía talento.

Lo encontré en el tercer piso, apoyado en el barandal de piedra, fumando un cigarrillo y mirando hacia las jardineras del campus. Su silueta delgada y erguida destacaba entre el humo gris que lo envolvía.

—Buenos días, profesor —saludé, intentando sonar formal y no como una estudiante nerviosa a punto de venderle una idea que se le ocurrió mirando un pastel de bodas.

—Señorita Montenegro —asintió, con una voz ronca pero amable—. Buenos días. ¿Qué te trae por aquí tan temprano?

—Quería mostrarle mi idea para el proyecto final de marzo, antes de empezar a trabajar en ella. Me gustaría saber su opinión.

El profesor aplastó el cigarro en el cenicero de metal, colgado al muro. Llevaba un chaleco de sastre a rayas finas, una camisa perfectamente planchada y un metro de costura colgando del cuello. En la oreja izquierda, un lapicero. En la derecha, un cigarrillo apagado. Era como una escultura viva de lo que significa dedicarse a esto. —Adelante —dijo, abriendo la puerta de su cubículo.

El espacio olía a tela nueva, a hilo y a café frío. Sobre la mesa, había bocetos de distintos alumnos, una máquina de coser antigua y varios figurines colgados en el corcho.

Saqué mi libreta y extendí las hojas frente a él. —El proyecto se llama Amores que perduran. —sentí una punzada de emoción al decirlo—. Está inspirado en los matrimonios que resisten el tiempo, como los padres de mi mejor amiga. Quiero diseñar una línea que refleje eso: la calidez de un amor que envejece con elegancia, como las telas que se suavizan con los años.

El profesor se acomodó los lentes, observando cada boceto con detenimiento. —Interesante concepto —murmuró—. Las modas cambian, pero las emociones que las inspiran, no. Me gusta que quieras diseñar desde algo real.

—Pensé en telas nobles, naturales… lino, algodón, mezclas de seda con textura. Quiero que se vean usados, pero no viejos. Como las manos de alguien que ha amado mucho tiempo.
Él levantó la mirada y sonrió, esa sonrisa mínima que uno espera de alguien que rara vez aprueba algo a la primera.

—Hay experiencia en tu propuesta, aunque no la tengas aún. Eso habla bien de ti, Rin. Pero… —apoyó un dedo en el boceto principal—, recuerda que los sentimientos también deben caminar. No los dejes estáticos en la nostalgia.

Asentí, grabando la frase en mi mente. Los sentimientos también deben caminar.

—Te apruebo el proyecto —dijo finalmente—. Pero quiero ver avance en un mes. Trae muestras de tejido, paleta de color y una prenda base. No esperes inspiración, provócala.

—Sí, profesor —respondí, intentando no sonreír como idiota.

Cuando abrí la puerta para salir, algo cayó al suelo con un golpe seco.
Era un portafolio de piel.

Y detrás de él, Lorena, con la oreja pegada a la puerta y los ojos abiertos como platos. —¿Otra vez tú? —dije, cruzándome de brazos—. ¿Tan temprano y ya buscando problemas?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.