Dulce Accidente

Capítulo 9

Me miro al espejo en los baños cerca de la biblioteca y detrás del área de laboratorios de la facultad de ciencias.

Hoy es el día. Tomo varias bocanadas de aire para intentar calmar mi corazón, que va explotar en mi pecho.

Apoyo mis manos en el lavamanos mientras miro el espejo frente a mi:

—Hola, soy Iris. Quería decirte que me gustas… —Niego con la cabeza. —No, no..., a ver va de nuevo. —saludo a mi reflejo— Hola, soy Rin. Mucho gusto. — pongo cara de fastidio. Cielos, Rin, ¡él ya sabe quién eres! Puedes hacerlo mejor. Probemos de nuevo — ¡Hola Daniel, me gustas! —alboroto mi cabello desesperado — Así lo voy a asustar. Cielos pensaba que seria más fácil. ¿Y si solo le dejo la carta en secreto?

Abro el grifo y me remojo la cara. Miro mi atuendo: jeans, una blusa lila de cuello deportivo. El dije en forma de llave, de oro blanco con una gema verde, brilla tenuemente en mi garganta.

No puedo darle más vueltas, simplemente lo haré.

Me doy un pequeño empujón y salgo del baño de chicas. Camino por el corredor hacia las jardineras, donde sé que a esta hora estaría.

Mientras me acerco y lo distingo a lo lejos, mi corazón bombea más fuerte y desbocado. Incluso me siento un poco mareada, es como si el bombeo de mi corazón hubiera enviado mi sangre directo al cerebro más rápido de lo que lo necesita.

Pero lo había decidido: iba a confesarle mis sentimientos.

—¡Me gustas mucho, ¿quieres ser mi novio?!

... Cielos, ¿qué acabo de hacer?

No me había dado cuenta de que cerré los ojos hasta que los abrí. ¡No solo lo dije, lo grité a todo pulmón! Seguro todos en el patio me escucharon.

Mi corazón está en mi garganta y siento la cara tan caliente como una estufa.

Levanto la vista. Lo primero que veo son unos zapatos negros lustrados, luego un pantalón de vestir a juego. Subo más la mirada... y casi me desmayo.

Un pecho amplio, cubierto por una camisa blanca impecable. No es Daniel.

Cuando mi cerebro finalmente conecta, alzo la cabeza de golpe. Unos ojos negros intensos me miran desde detrás de unas gafas cuadradas de marco gris, bajo unas cejas oscuras y pobladas. Cielos, es enorme. Me saca una cabeza de altura y su sola presencia llena el espacio a mi alrededor. Es como toparme con un roble.

Debí quedarme con la boca abierta, porque su mano sostiene mi mentón mientras me sonríe. —Me encantaría ser tu novio —dice.

Antes de que pueda asimilar lo que escucho, me está besando.

Es un beso suave.
Sus labios presionan los míos con una dulzura que me desarma.
Me tenso cuando siento su mano en mi cintura, jalándome hacia él, casi como si quisiera alzarme del suelo. Termino de puntitas, y en ese instante de duda… él profundiza el beso.

No.
No es mi primer beso.
Bueno… técnicamente el primero fue aquel accidente con el chico de la moto, pero ese no cuenta.
Esto sí.
Esto se siente como un primer beso.

Es suave, húmedo… y dulce.
Tan dulce que podría jurar que el corazón se me derrite entre sus manos.

Y entonces lo pienso:
¿Es posible que alguien beba tu alma mientras te besa?
Porque eso, exactamente eso, es lo que está haciendo.

Cuando se separa, estoy aferrada a su camisa y temblando.
Mi corazón, que antes quería vomitar, ahora me lo trague y está revoloteando en mi estómago, y creo que en mi cabeza también.

No me suelta. Su mano sigue en mi cintura y la otra en mi mejilla.
Yo estoy... idiotizada, mirando sus labios húmedos y ligeramente enrojecidos. ¿Lo mordí?

Cuando por fin mis pies tocan el suelo, reacciono.
—Lo… siento —susurro, disculpándome por el beso, por haberlo mordido, por arrugar su camisa... ¿por qué estoy pidiendo disculpas?

Él ríe, una risa ronca que resuena en mi estómago. Sigo aferrada a su camisa, los nudillos blancos de la tensión.

Me suelto de golpe, como si me quemara, y retrocedo... pero él no me suelta de la cintura. Me jalo de vuelta y choco con su pecho.

Su mano caliente en mi mejilla me mantiene quieta. Me está observando a detalle. ¿Qué estará pensando?

Yo, sinceramente, no pienso en nada. Mi mente es un borrón.

Lo observo. Tiene un rostro serio, con un aire intelectual. Algunos mechones de su cabello negro caen sobre su frente, justo sobre el ojo izquierdo. Allí, una cicatriz en la ceja le da un aire un poco pícaro.

Recuerdo que estamos en los jardines cuando él se gira. Lo imito y veo que hay varios mirando.
Me pongo roja como un tomate y, sin pensarlo, me escondo contra su pecho. No puedo evitar sonreír como una tonta.

—Vamos a un lugar más privado —dice.

Su voz resuena en su pecho, y lo siento vibrar. Solo asiento.

Se aparta un poco y toma mi mano. Me guía fuera de allí.

Me siento como flotando, como si caminara entre flores y perfumes dulces. Quizás es su loción, que ahora impregna mi ropa.

Mientras caminamos, veo a mi amiga Molly con la boca tan abierta que podría barrer el suelo con la mandíbula. Yo misma no entiendo qué está pasando. Daniel aceptó... ¿qué?

¿Daniel?

Lo busco con la mirada. Me ve mientras me retiro y paso a su lado...
¡Pero él está allí, sentado!

Miro mi mano. Una mano cálida la sostiene. Me doy vuelta y, sí... Daniel sigue allí.
¿Entonces quién...

Pasamos el edificio de Ingeniería y llegamos a la facultad de Derecho. En ese momento, mi cerebro decide por fin arrancar.

Me detengo de golpe y suelto su mano.

El hombre se detiene también, algo sorprendido. Pero luego una media sonrisa pícara aparece en su rostro.

Se coloca frente a mí, y retrocedo instintivamente.

—¿Quién eres?

—Tu novio.

Suelto el aire con una exhalación larga. ¿Qué acaba de pasar?

Mi mente repasa todo como si fuera una película vieja. Me cubro la boca con ambas manos.
Lo miro con los ojos como platos.




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