Se sentía nervioso, muy nervioso. De hecho, decir nervioso era poco. Se encontraba al borde de sus emociones intensas, descontroladas entre sí pero al mismo tiempo tan calmas que provocaban confusión en él.
Cómo era posible que confesarse resultara tan difícil.
No supo cómo ni cuándo, sólo un día despertó energético y decidió que el sol estaba lo suficientemente brillante como para confesarse. Ese día es hoy.
Estaba loco, en todos los sentidos. Su madre lo mataría en el momento que se enterase cómo perdió su mejor amistad por un mero impulso.
¿Es que quién en su sano juicio decide confesar sus sentimientos sabiendo que no iba a ser correspondido y perder la mejor amistad que tuvo en toda su vida? Él, claro está.
Por consiguiente, se coloca su abrigo debido al frío de la mañana y sale de casa, encaminándose hacia la vivienda vecina para ir en busca de la pelirubia, esa que tanto ama. Su mejor amiga.
Le tiemblan los pies, las manos, la respiración y el corazón. Todo porque se le ocurrió que hoy era el día perfecto para que esos sentimientos que ahogaron su garganta por tanto tiempo por fin pudieran ser expresados.
Su caminata es corta. Sin embargo, no impide que sus ojos se pierdan en la intemperie recientemente deslumbrante por el naciente sol en otra nueva mañana. Las nubes, con sus diversas formas extrañas e imaginables, intentan cubrir el brillo, guiadas por la brisa fresca. Nada de eso importa, pues el sol sale nuevamente al encuentro de sus ojos sin rechistar.
Se obliga a apartar la vista el momento en que comienza a ver borroso por la luz sofocante.
"Es un buen día" piensa... Hasta que recuerda lo que decidió hacer hoy y se le borra lentamente la sonrisa, terminando en una mueca de nerviosismo y pavor extenuante.
No podía ser tan malo, ¿verdad?
Sólo podía rechazarlo, pedirle que no le volviera a hablar porque sería incómodo y que desapareciera de su vida.
Ahora está catatónico. Los pies se le clavaron al concreto y teme por su vida.
—Genial —musita —, además de impulsivo, cobarde.
Se avergüenza de sí mismo, principalmente porque se está descomponiendo justo frente a la casa de la chica que le gusta.
Se irgue obligadamente y asciende por las escaleras del porche, tocando el timbre luego con una calma tan fingida que lo convence a él mismo.
La muchacha de piel caucásica no tarda en abrir las puerta de su propia casa. Lo saluda con un beso en la mejilla que lo atonta y van juntos hacia la escuela.
Durante su trayecto silencioso, la muchacha se acerca más a su costado, rozando en cada paso, con extremada delicadeza, sus brazos.
Siempre hacía esas cosas, acercarse hasta el punto de privarle la respiración y la capacidad del habla. Obviamente ella no se percataba, creía que era la única enamorada e intentaba de todo para intentar recibir una señal de que esos sentimientos que la atormentaban él también los poseía.
Tras el paso de los minutos, caminando por la senda que crea un trayecto en el campo de flores coloridas y flamantes que siempre transitan para dirigirse a la escuela, el muchacho decide que es hora de hablar sobre lo que agita su corazón cada vez que la ve a ella.
Es así que a pesar de su incipiente temor, frena su paso, provocando que ella también lo haga.
—¿Qué sucede? —interroga la pelirubia, acercándose atentamente para observarlo con fijeza.
Está aterrado, la lengua se le traba y le sudan las manos pero lo hace.
—Necesito confesarte algo.
La muchacha siente sus mejillas arder, ilusionada por que sea la confesión que ella no se atreve a exponer. Debido a la esperanza que comienza a acrecentar en su pecho, crea más acercamiento entre ambos y espera pacientemente.
El muchacho toma una bocanada de aire que lo marea y finalmente lo dice:
—Yo estoy...
Despierta, exaltado por la sorpresa de su sueño y asustado al sentirlo tan real.
El grito de su madre fue quien lo despertó, diciendo que era hora de ir a clase y que llegaba tarde.
El muchacho toma una bocanada de aire, aún aturdido por sus latidos desbocados y pensamientos a medio terminar que no llegan a ninguna conclusión para su afligido corazón.
—Enamorado de ti —finaliza la oración que no pudo terminar en su sueño, entristecido porque sabe que jamás tendrá la valentía de decirlo frente a ella.
Él sabe que jamás será correspondido ni en sus más dulces sueños.
Lo acepta con un amargo sabor a desamor.
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Editado: 02.08.2024