Dulce Disposicion

·· crisálida

Es sabido que en un pueblo pequeño los secretos no son lo que deben ser. Algo que quieres mantener contigo en realidad es de todos. Tu pasado se pega como aviso en el poste de la plaza, en cualquier lugar en el que todos puedan leerlo. Es difícil mantener una buena imagen cuando ya cometiste un error y eso es lo que justamente yo, Mae Sharyn, me dediqué a hacer durante mis primeros quince años en Gahnder.

Toda mi familia vivió en Gunnhild, la ciudad más cercana, pero mi padre tuvo que tomar la decisión de que quería vivir en un pueblo junto a su mujer, Crystal, ya que habían recibido un buen trabajo en la única institución escolar del lugar para ser profesores de historia. A ambos les pareció una buena idea traer a su única hija aquí, a un lugar que apenas está marcado en los mapas. Si tienes suerte, sabes de nuestra existencia. Y, si no, pues eres afortunado. Gahnder no es más que una plaza central, muchas casas formando manzanas a partir de ahí, un hospital, un cine, un único instituto, mucha lluvia y mierda día tras día.

Pero eso no cambia que sea mi hogar.

El hogar que perdí cuando tenía quince años y fui expulsada de la institución porque, al parecer, mi comportamiento era demasiado malo para este pueblo. Gracias a todo esto tuve que mudarme, ir a vivir con mi abuela en Gunnhild tres años completos. Comenzar una nueva vida en la ciudad—ojo, aunque no parezca esto mala idea, era lo último que una chica como yo quería a sus quince años—que al final del día no le serviría para nada porque, al cumplir los dieciocho, tendría que volver a Gahnder para completar su último año escolar.

Un maldito, completo y total cliché.

¿Conoces esas historias contadas hasta el maldito cansancio en la que hay una chica nueva que mueve cielo y tierra al llegar? Es probable que así sea mi historia, pero hay algo en lo que he fallado. Esa chica suele ganarse al popular capitán del equipo, que aunque puede que comience odiándola, termina amándola más que a sí mismo. Esa chica cambia al mujeriego, lo conquista de pies a cabeza, lo vuelve loco. A esa chica le funciona su vida nueva. Para ella todo es sencillo. Una sonrisa, un poco de cariño disfrazado de odio, y ya está. Todo el mundo es tuyo.

Eso sí que no me va a suceder.

Digamos que somos alrededor de cuatrocientos alumnos. O, al menos, eso éramos cuando yo conocía este lugar al que me toca volver. Trescientos cincuenta de ellos, si no me equivoco, sabían muy bien mi nombre. Volteaban al verme en los pasillos. Aplaudían cuando alcanzaba la nota en un show. No podían dejar de decirme cuánto amaban mi voz, aunque todos ellos luego volteaban y hablaban mierda de mí. Sabían cosas que ni siquiera yo sabía. Creían tener el control sobre mi vida. Que Mae es una zorra. Que Mae le robó el novio a su mejor amiga. Que Mae consume drogas. Que Mae esto, que Mae aquello. Ellos sabían más de mí que yo misma.

Podría parecer, a simple vista, que era muy querida. La chica popular que controla los pasillos.

Pero no era así.

Podía ser la vocalista principal de la banda sin nombre del instituto. Podía ser hermosa, aparentar que tenía muchos amigos, una familia perfecta, notas muy buenas y no gracias al hecho de que mis padres eran los profesores de historia. Yo, Mae Sharyn, podía ser muchas cosas, pero no controlaba absolutamente nada. Creía que era así, pero cuando fui expulsada el golpe fue claro. Todo lo que había hecho era caos. Destrozo. Control era lo último que tenía.

El bus repentinamente se detiene. El pueblo no tiene una estación oficial, o podríamos decir que sí. Es la plaza principal. Tengo mis bolsos conmigo, estoy muy cansada y la oscuridad de este pequeño lugar no ayuda para nada, pero soy capaz de escuchar al hombre que anuncia que hemos llegado a Gahnder. Me tomo mi tiempo para sujetarlo todo bien y me pongo de pie para atravesar el pequeño pasillo, y estoy fuera. El no tan frío aire me recibe, además de la noche. Alzo la mirada mientras avanzo para observar el cielo estrellado, y un poco más allá la tormenta que se acerca.

Si hay algo que siempre odié antes que nada de este pueblo son las constantes lluvias que llegan día sí día no. Me dijeron que llegaría el día en el que me acostumbraría, pero llevaba quince años sin hacerlo. Ahora, con diecisiete, a meses de cumplir los dieciocho, sigo preguntándome cuándo va a pasar.

En cuanto vuelvo a mirar hacia abajo, los veo. Ahí están las únicas dos personas que han venido a esperarme aunque sea ya medianoche y ellos necesiten descansar. Mi madre, Crystal, y mi padre, Bruno. Muchas veces me he preguntado por qué no me puedo sentir del todo parte de esta familia. Ambos son altos, como yo, y tenemos muchos rasgos en común. A ellos les atrae la historia, el pasado, y a mí igual. Tengo muchos libros que ellos me regalaron sobre historia, los he leído todos, e incluso nuestros debates en la cena solían girar en torno a los temas que pensaban tratar en sus clases. Es evidente que somos familia.

Pero cuando me tocó irme ninguno de ellos intentó negarse.

¿Es eso lo que siento? ¿Que me fallaron? En el fondo sé que no. No podía esperar que sacrifiquen su trabajo por mí. Que renuncien a esto porque yo tuve una mala actitud mientras estaba aquí. Me han dicho miles de veces que deje de buscar la culpa, pero lo dicen porque en el fondo todos saben, como yo, que lo malo que me ocurrió fue todo por mi estupidez. Por mis caprichos. No hay forma de negar eso.

—¡Madeleine!—exclama mi mamá, acercándose para abrazarme.



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En el texto hay: secuestro, romance, desaparición

Editado: 18.07.2021

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