Dulce Disposicion

03: Nunca culpes a la noche

Nunca culpes a la noche

 

El día de la fiesta llegó incluso antes de lo que cualquier persona en Gahnder esperaba. Fred era el baterista de la banda y, como cualquier integrante de la misma, era considerado alguien dentro de instituto, así que su fiesta iba a ser grande. Lo único que pidió como regalo era que sus padres le dejaran hacer una fiesta en su casa, y por alguna razón ellos accedieron. Hablaron con los vecinos y los acuerdos fueron: nada de alcohol y, en definitiva, la fiesta acababa a las cinco de la mañana.

Esa era la primera semana de Mae en el pueblo, y aunque todos se habían dedicado a ignorarla y pasar de ella en el instituto, donde eran vigilados por los profesores, la fiesta ya era otro nivel para ella. Mae sabía que, ahí, no podía evitar nada. Quizás en los pasillos era buena esquivando a la gente, y estos al mismo tiempo eran buenos dejándola de lado, pero esa ventaja no la tendría ninguno de los dos en la improvisada pista de baile. Todo esto generaba cierta ansiedad en la pobre nueva alumna quien, desde su habitación, estaba llamando a su amigo... una vez más.

—¿Por qué nunca me dijiste que el rojo me queda tan mal?—le decía, evidentemente alterada, mirándose en el espejo de pie que tenía ahí.

El cuarto de Mae no podría ser más auténtico porque es imposible. Su madre había pintado las paredes del color favorito de Mae, lila pastel, cuando ella tenía nueve años. Tenía cubos en la pared que funcionaban como una librería en la que colocaba sus libros sobre historia y los perfumes que más le fascinaban. Por otro lado, su cama sí que era bastante normal pero Mae se había encargado de darle su toque colocándole muchas pequeñas almohadas de diferentes colores. En su armario tenía diferentes conjuntos que ella misma armaba cuando estaba aburrida, y organizaba sus cajones dependiendo del tipo de ocasión para el que necesitaba vestirse. En la ventana que tenía sobre su cama había pegado miles de fotos y artículos sobre sucesos que le llamaron la atención en algún momento. Cuando no tenía nada que hacer, buscaba más para poder añadirlos.

—Porque el rojo te queda divino—contestó Fletcher bastante harto de repetírselo una y otra vez—. ¡Eres una puta bomba, Madeleine! ¿Cómo es que crees que algo te queda mal? ¡Deja de ser tan cliché!

La joven se detuvo por un momento a mirar su reflejo en el espejo. No se había colocado ningún tipo de maquillaje. Nunca lo hacía. No tenía idea de cómo combinar colores sobre su piel y hacer que luzca decente, y tenía mayores intereses que buscar videos sobre eso en YouTube.

—No soy cliché—reclamó, torciendo el gesto—. ¿Si te envío una foto me crees?

Fletcher respondió que sí. Mae quitó la llamada, se tomó la mejor foto que pudo haberse tomado y se la envió a su amigo. Segundos más tarde, escuchó un grito.

—Santa mierda, ¿de verdad te queda tan mal ese vestido?—exclamaba—. No me lo creo, le hiciste algo a esta foto. No eres tú. Mae tiene más culo.

—Mira, vete a la mierda. Necesito...—de repente, la voz de la joven se apagó. Tuvo una idea—. ¿Recuerdas el vestido que usé en la fiesta de Mitchell?

Una risa se oyó del otro lado de la línea, una que duró al menos quince interminables segundos para una Mae nerviosa a punto de colapsar. Le quedaban solo cuarenta minutos para terminar de vestirse, cenar con sus padres y esperar a Wren. Sentía que no era nada.

—Si estamos hablando del azul corto no tan corto que te dije que te hacía lucir como Selena Gómez en los Grammys del 2016—a medida que Fletcher iba hablando, Mae asentía. Le daba igual que no se puedan ver—, entonces sí. ¿Sigues teniéndolo? Pensé que...

—En alguna caja—lo interrumpió ella—. Voy a buscarlo. Luego te envío una foto si lo encuentro.

—Más te vale—respondió Fletcher, y luego terminó la llamada.

Mae era muy buena revolviendo cajas para encontrar cosas, así que tardó menos de cinco minutos en hallar el vestido del que estaba hablando. Cuando se lo puso, ni siquiera intentó mirarse al espejo. Tomó la foto que le debía a Fletcher, la envió y al poco tiempo una llamada del mismo comenzó a sonar en su móvil.

—Eres imbécil, Mae—le soltó al instante—. Te queda divino y estás buscando que te lo diga, ¿verdad? Como si necesitaras de mi aprobación para ser la diosa andante que ya eres naturalmente.

A decir verdad, Fletcher parecía ser bastante agresivo en su forma de dirigirse hacia sus amigos pero la realidad era que ambos, en persona, tenían ese trato durante un rato y luego terminaban abrazados y riendo.

Cuando Mae conoció a Fletcher, este estaba sumido en una tristeza enorme que ninguno de los dos comprendía. El lado bueno de la miseria es que necesita compañía, y ambos desbordaban tristeza cuando se encontraron.

Desde el otro lado de la línea, él resopló.

—La verdad es que se te extraña mucho en Gunnhild—admitió—. Nada es igual sin ti.

Mae mantuvo la vista fija en su figura reflejada en el espejo. No estaba tranquila, para nada. En realidad estoy seguro de que la invadía esa clase de malas sensaciones que te trae recordar lo bueno que dejaste atrás, para luego ver en donde estás parado ahora. En Gunnhild ella podía ser quien quería. Sin embargo ahí, justo en ese lugar, ya era alguien. Una persona que en realidad ya no la representaba para nada.



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En el texto hay: secuestro, romance, desaparición

Editado: 18.07.2021

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