Al otro lado del mundo también llueve
Conocemos ya a Mae, la nueva (no tan nueva) alumna de Gahnder que todos aseguraban que seguía siendo igual. También hemos hablado de Wren, el dulce muchacho que tenía miedo de ser asexual o arromántico, en su defecto, porque no se había sentido realmente interesado en el sentido amoroso ni sexual por nadie teniendo ya dieciocho años. Además de todo esto, es el guitarrista de la banda del instituto, y al mismo tiempo el mejor amigo de Coraline Miller, la joven rubia que se considera gorda pero es la vocalista principal, por ende, es importante. Llega a muchos con las canciones que escribe. Ella es quien tiene la última palabra con respecto a temas que la banda tocará, canciones que terminan por descartar, e infinitas cosas más que asumió hacer con el paso del tiempo.
Ahora nos toca hablar de Kelsey Grace, la carismática muchacha que había sido amiga de Mae hasta el final decisivo, ese último día en el que se vieron obligadas a separarse, pero Kelsey no se despidió jamás. Tampoco intentó llamar ni mantener algún tipo de contacto. Ella era así casi por naturaleza. Las pocas cosas que de verdad le importaban, podía valorarlas. Las que no, las dejaba ir. Aún así Mae siempre la consideró, a pesar de todo, su mejor y única amiga. La última persona que le quedaba en Gahnder.
La noche de la fiesta, Kelsey estaba ahí, fuera de la pista, observando a Mae. Sabía con anticipación que estaba de vuelta pero no se había cruzado jamás con ella, cosa que Kelsey agradecía. No quería tener que responder preguntas relacionadas a su antigua amistad o explicarle por qué nunca había intentado llamarla, hablar de nuevo. Esas cosas no funcionan así. En el mundo de Kelsey, al menos, no era posible seguir en contacto con alguien que la había cagado hasta el fondo desde el principio.
En realidad, Sean—el chico que le tiró la bebida a Mae—era un gran amigo de Kelsey. Antes de que todo esto ocurra, ambos habían mantenido una conversación casi a los gritos sobre lo que él planeaba hacer.
—No seas infantil—le había dicho Kelsey—. Puedo entender que sea imposible para tu cabecita, pero hablo en serio.
Sean ya le había hablado de eso. Es más, sonreía enseñándole la bebida que tenía en el vaso que planeaba lanzarle a Mae.
—¿Vas a impedirme que lo haga?—la desafió él, esbozando esa sonrisa maliciosa que hacía a más de una joven preguntarse por qué, de todos los hombres del mundo, él tenía que ser gay—. Sé que antes eran muy unidas.
—Claro que no—se rindió Kelsey—, no voy a detenerte, pero sigo pensando que es infantil a más no poder.
Ellos tenían esa clase de amistad en la que una de las dos partes es tanto sarcástica como misteriosa y la otra parte es tanto divertida como un libro completamente abierto. Desde que Mae le había hecho su broma de la foto, a pesar de que sus padres se habían negado a aceparlo, Sean tomó la decisión de no dejar que nadie más fuera capaz de contar algo que le pertenecía a él. Eso era cosa de sí mismo. Por eso, cuando lo conocías, ya veías quién era sin ningún tipo de mancha de por medio. Sean era de ese tipo de personas transparentes que ya casi no existen.
Kelsey presenció desde otra perspectiva, casi ajena, el momento en el que Sean se acercó a Mae para seguirle el ritmo. Cuando ella volteó a verle se sorprendió, dejó de bailar y perdió su sonrisa. Fue cuando Sean aprovechó para llevar a cabo su plan de tirarle vodka a la chica nueva como acto de bienvenida. Tras eso, Kelsey observó cómo Mae se iba a través de la gente y luego Sean alzaba los brazos para seguir bailando como si nada.
Puede ser que cualquiera, en el lugar de Kelsey, se haya sentido mal ante esto. Ya sabes, ver cómo tu vieja amistad la está pasando mal, es humillada, y tener la posibilidad de hacer algo. Sin embargo, lo único que Kelsey hizo fue dejar la bebida que tenía en su mano y se dirigió a la pista para bailar junto a su amigo. Ella era la típica chica de diecisiete años que cree que tiene el mundo en sus manos, odia la música lenta y ama con locura u odia al extremo.
Ella podía ser tan madura como infantil al mismo tiempo, pero muchos siempre rescataban como virtud en ella la gran creatividad que poseía. De pequeña pensaba en muchas historias pero no era capaz de escribir más de tres frases sin hartarse, así que lo que hacía era buscar a sus personajes en cosas materiales. Sus padres la veían la mayor parte del tiempo jugando con tapas de alguna botella, perfumes, cualquier cosa, imaginando que se trataban de dragones luchando contra soldados, cantantes cumpliendo sus sueños, lo que sea que de su mente fuese capaz de salir.
Un día, la gran idea llegó para quedarse.
Cuando Kelsey cumplió sus dieciséis años y Mae ya se había ido del pueblo, se dio cuenta de que ya era demasiado grande como para seguir inventando historias que, al verse incapaz de escribir, terminaba olvidando o haciendo a un lado. Así comenzó a buscar amigos cercanos que quisiesen unirse a ella para formar un grupo.
De esto nació Todos tenemos la palabra.
Al principio eran solo Kelsey, su hermano mayor y los mellizos Frederick. Grababan videos después de clases que ella terminaba guardando en una carpeta de su ordenador para poder mostrárselo a sus familiares y pasar un buen rato. No pasó mucho tiempo hasta que descubrió YouTube, y así la idea pasó a algo mayor.