Todos esperábamos el nacimiento de nuestro primo, especialmente yo que esperaba que saliera del hospital y pudiéramos jugar, en ese entonces no sabía o entendía que debía esperar unos años para hacerlo. Pero mi sorpresa fue grande al no solo encontrar un pequeño bebé después de llegar de la casa de mis abuelos, también encontré una niña de casi mi edad.
No entendía lo que pasaba, mis padres y mis tíos decían que era prima y que debía quererla y cuidarla como un hermano mayor. No le di importancia y empezamos a interactuar pero al poco tiempo me sentía invadido con su presencia.
Donde yo iba, ella estaba. Se pegaba a mí como red de telaraña.
No solo debía compartir mis juguetes, mis amigos y mi familia. También la presión de estos últimos me tenían cansado.
Ella era ruidosa, pegajosa y fea. Mis amigos se burlaban de mí por tener una prima tan fea. Sus dientes torcidos y su poco pelo la hacían ver como un espantapájaros.
Una mañana en clase de biología me di cuenta de algo. No había forma que mi tía haya tenido esa niña junto con mi primo y cuando se los pregunté a mis padres tuvieron que confesarme que ella no era hija biológica de mis tíos. Que ella había sido abandonada hace mucho tiempo y que mis tíos se compadecieron de ella y la adoptaron dándole una familia. Me explicaron que una familia no viene de sangre, sino también de corazón.
Me advirtieron que no debía decírselo a nadie.
Por más que trate de llevarme bien con ella era imposible. De ser pegajosa se volvió soplona, todo lo malo que hacia me acusaba con mi familia. Ella no me dejaba tranquilo, una tarde estaba con Raquel, nuestra vecina y ella se me acercó y me dio un beso en mis labios. Era mi primer beso, tan solo tenía 12 años y me sentía como un hombre mayor. Estaba feliz, llegue a mi casa con una sonrisa en mi rostro y pronto se desvaneció al escuchar a mi prima acusarme con mis padres y mis tíos de estarme dando besos con la vecina.
Mis tíos, mis padres se rieron. No solo se rieron, se burlaron de mí y yo en ese momento estalle. Le grité a mi prima que era una soplona, que nadie la quería ni sus propios padres lo habían hecho y que por eso la habían abandonado. Al momento de salir esas palabras de mi boca me arrepentí pero ya era demasiado tarde.
Mi familia se molestó conmigo, duré castigado todo el verano y me había ganado un enemigo. Desde entonces Alison y yo nos odiamos y habíamos empezado una guerra. Una batalla a muerte.
Los años pasaban y cada broma era más fuerte.
Mi familia dejó de meterse, nos advirtió que no se fuera a salir de nuestras manos y algunos de los integrantes terminara lastimado iba a estar bien con nuestros juegos.
Cuando fui a la Universidad me sentí increíble. Lejos de Alison iba poder disfrutar por fin mi vida. Lejos de las humillaciones y de sus bromas.
No iba a despertar con una ceja depilada.
No iba a aparecer con el cabello rosado.
No más fotos mías desnudas por todo el colegio.
Esta vez, nadie me conocía y el primer semestre pasó volando sin darme cuenta. La mejor temporada de mi vida, lejos de la presión de mi familia.
Lejos de ella.
Ni siquiera en vacaciones de verano fui a casa. Decidí seguir con mi paz y fuimos con mis compañeros a la playa.
Playa, brisa, mar. Borracheras y sexo. Era lo mejor de pasar con tus amigos y cuando empezó el segundo semestre pensé que iba a ser igual.
Soy el chico que todas las mujeres quieren. Atlético, buen físico y rico. Lo mejor es que soy el capitán de mi equipo de fútbol americano, todas me quieren, todas me aman.
La lista de espera de chicas que quieren salir conmigo es larga. Les daré a cada una parte de mí. Sonrió.
―¡Vamos chicos!―Grita el entrenador llamando nuestra atención ―¡Es hora de jugar!―
―¡Sí señor! ―Gritamos mi equipo y yo.
Empezamos a calentar y las porristas salen a hacer su baile. Mis amigos y yo nos quedamos fascinados como las chicas bailaban animando nuestro equipo. Estoy tan concentrado viendo los culos moverse de un lado a otro que no veo un balón dirigirse a mi rostro.
―¡Ups! Lo siento― Dice una pequeña voz.
―¿Estás bien?― Pregunta uno de mis compañeros y yo solo miro mi mano untada de mi sangre.
―¿Pero qué carajo….?―
―¿Qué creíste? ¿Qué ibas a escapar de mí?― Sonríe ―A llegado tu peor pesadilla―
Alison empieza a mover sus manos y abro los ojos al ver su atuendo. Viste de animadora, y no cualquiera.
Las chicas se les unen al baile y solo puedo escuchar a mis compañeros gemir y decir lo buena que esta la nueva capitana.
Adiós a paz, bienvenida la guerra.
Editado: 22.05.2021