Dulce inocencia #2

Capítulo 1. Impulsos incontrolables

James:

Una de las pocas cosas que me gustan de mi hogar, es el ambiente donde yace. Prácticamente estamos rodeados de altos pinos, árboles antiguos y una fauna abundante. El aire es puro, tan limpio que con tan solo un respiro de este puede embriagar tus pulmones de una manera fascinante. El clima es espectacular, tan nublado y friolento que me hace sentir gustoso. Además, desde aquí se puede escuchar la fuerte corriente del río que se ubica a unos cuantos metros de aquí y la forma en la que el agua colisiona con las gigantescas rocas. El cantar de los pájaros, el audaz movimientos de los animales entre la grama, todo influye significativamente a la hora de decidir relajarte.

Y es por eso que estoy aquí, sentado en los escalones de la entrada de la casa, con los ojos cerrados y apoyado del barandal de las escaleras. Este se ha convertido en mi pasatiempo, en lo que mayormente me sosiega cuando mis impulsos intentan sobrellevarme. Pestañeo con lentitud, intentado mantener mi pulso constante a causa de mis lentas acciones. Todo fuera más refrescante si no escuchara el parloteo de mamá y Ema, una de sus más grandes amigas.

Suspiro cuando veo a Amy correr hacia mí, con una gran sonrisa en sus labios y su cabello azabache ondeando a sus espaldas. Elaine viene detrás de ella, gritándole que se detenga mientras jadea con un notorio cansancio y, lo que le da una pizca de diversión al asunto es que Aiden viene de último, caminando mientras respira alterado en un intento de tener paciencia y no gritarle a ambas que se frenen.

—maldición... —Lo escucho decir mientras niega con su cabeza.

Esto ya es lo habitual, es tan monótono como el hecho de levantarse y desayunar. Esas dos niñas lo tienen demente y siento que si sigue así va a parar en maniático. Tiene la mera idea de permanecer a su lado para que no se lastimen, para que nada les suceda, le cuesta creer que ya no son unas chiquillas para no saber lo que hacen y entender el peso de sus acciones. A los quince años de edad de una y los trece de la otra son todo menos estúpidas, aunque aparenten serlo.

Sin pensarlo dos veces, mi hermana se lanza sobre mí y desliza sus brazos por mis hombros para tomarme del cuello con ellos.

— ¡Hermanito! —Exclama —sálvame de ella. —Esconde su rostro en mi pecho y se oprime más a mí. Inhalo con firmeza para no empujarla y alejarla de mi cuerpo.

Su mejor amiga llega ahogándose en carcajadas mientras parece que se fuera a morir por estar tan agitada a la vez. Sus azulejos brillan con diversión y picardía al observarme.

—no puedo creer que a estas alturas de la vida todavía seas la bebita de James —se burla, dejándose caer sobre la grama, quitándole importancia al hecho de que hace poco lloviznó y que probablemente tenga lodo en su trasero.

—Ya quisieras que él te cargara así —le replica Amy al alejarse levemente de mi para mirarla victoriosa. Ruedo los ojos con fastidio y dentro de mí maldigo un par de veces por tener que aguantarme a este par de cotorras. La hija de Anabell la observa con reproche, seguramente dedicándole un coro de insultos.

—Es mi primo —se defiende ella, cruzándose de brazos.

— ¿y? es hermoso. —Toma mis mejillas y las aprieta con sus dedos, lo hace con fuerza, seguramente dejándolas rojizas por tan brusco gesto. Mi semblante no cambia, simplemente la atisbo y le demuestro que está tomándome por el pelo y que deje el éxtasis que le provoca molestarme.

Aiden llega y se sienta a mi lado, quitándose la camisa llena de tierra y hojas secas, también se ve húmeda. ¿Qué le habrán hecho?

—querían pasar el límite del territorio —masculla. Sabe perfectamente que no hace falta que le cuestione qué hicieron para que me lo cuente.

— ¡habían unos hermosos conejos a un metro de distancia! —chilla la fémina en mi piernas.

—Eran preciosos —continúa nuestra prima.

—tampoco es que nos vamos a morir si damos unos cuantos pasos demás fuera del terreno —termina por justificarse. Pasa la palma de su mano sobre mi cabello y logra espelucarlo. La tomo por su cintura y la alzo para que se aparte, ya me está agobiando su manoteo.

— ¿me ven la cara de idiota? —interroga Aidan con molestia.

—si pero que se le puede ha...

—Amy, cállate —le espeta, dirigiéndola una tensa mirada —de verdad que son más peligrosas que Axell cuando se molesta. Y que unos conejos y broma. —Rueda los ojos —si es por eso, ¡¿Por qué querían que las perdiera de vista?! —vocifera, respirando con irregularidad. Mi hermana y su mejor amiga quedan mudas mientras la primera busca sentarse a su lado.

—Es que entiende, es sofocante que nos vigiles siempre —refunfuña mi prima.

—si dejaran de inventar mierdas todo sería distinto, ¿no crees? —alega en un mal tono.

Mientras continúan discutiendo, dejando a ver quién lleva la cabeza en la disputa, yo palpo mis encías con la punta de mi lengua. Desde hace horas duelen y eso me indica que el hambre comenzará a torturarme dentro de poco. Cierro los ojos porque escuchar su controversia solo asciende el ligero dolor de cabeza que va en aumento. Suelto un pequeño gruñido inconscientemente al sentir una puntada en la boca del estómago y es de esta forma como un silencio sepulcral se crea entre los individuos que se querían fulminar con palabras.




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