Dulce inocencia #2

Capítulo 5. Ositos borrachitos

James:

No es mi intención incomodarla, mucho menos incentivar su nerviosismo, pero, hay algo en sus reacciones que me causa gracia, es cómico como parece alterarse por tan solo mirarla a los ojos. En el momento que mi hermana se fue y nos dejó solos, aquí, en mi hogar, cada vello de su cuerpo se elevó y sus mejillas se sonrojaron a más no poder.

Si, tiene el cuerpo de una mujer, pero su rostro luce con esa pizca de niñez e inocencia que nunca se desvanece con el pasar de los años. En todo este tiempo que he estado observándola juntarse con Amy y Elaine, ha mostrado ser alguien pacífico y tierno, un individuo que no puede matar ni una mosca y que, aparte de todo aquello, es muy sentimental y blandengue. Presiento que cualquiera puede hacerla llorar con tan solo hacerle una pequeña broma.

Es demasiado reservada y concienzuda. Siquiera la he visto hablar con otro chico que no sea Oliver (quien es igual o peor que ella), sin trabarse o tartamudear en el intento.

Recuerdo aquella vez en la que Amy la invitó hacia aquel riachuelo que usualmente vamos y le insistió de sobremanera que se pusiera un traje de baño para que pudiera bañarse sin preocuparse por mojar toda su ropa. Al final terminó cediendo con sus pómulos ruborizados y lanzándome miradas de reojo. Mi hermana y prima le dijeron el bonito que cuerpo que tenía y apenas lo escuchó, se salió del agua y se vistió. Posteriormente, ellas no pudieron lograr que volviera a bañarse.

Sí, así de extraña es.

Escucho como suspira con rendición, dándose cuenta que en fin y al cabo esta junto a mí, con su amiga a muchos metros de distancia para que pueda auxiliarla. Se gira levemente, sin cruzar alguna mirada conmigo y se sienta en el mueble de dos piezas, delante de mí. Queda cabizbaja, intentando controlar la respiración junto a su exagerado pálpito en su pecho. Por un instante quisiera saber que embrollo transcurre por su cabeza para que actúe de esa manera.

Está bien, puede que le guste, pero ninguna chica ha actuado de esa forma cuando hago acto de presencia, más bien, procuran acercarse lo más posible para poder hablarme de algo o nada mas ojearme.

Bufo, exasperándome por su inusitada actitud y me levanto con aburrimiento para dirigirme hacia la cocina. Oigo como su corazón se ralentiza y toma algunas bocanas de aire para sosegarse. Agarro una copa de cristal en uno de los cajones de madera y me aproximo hacia el refrigerador para sacar una de las botellas de vino y verter el contenido en el vaso. Guardo el frasco en su sitio y me apoyo del mesón para dar un pequeño sorbo.

Volteo levemente mi rostro para observar a Evelyn, quien yace de espaldas a mí y deja a relucir su largo cabello dorado con matices oscuros. Las ondas de su cabellera revoletean a causa de la brisa friolenta que se cuela por una de las ventanas de la estancia. El aroma de vainilla que desprende su espesa melena se adentra a mis fosas nasales y me hace sentir a gusto, no es un olor fuerte y artificial que me haga disgustar.

— ¿te vas a quedar toda la tarde ahí? —cuestiono con sequedad, tras dar otro trago de vino.

Al ser una de las pocas veces que me dirijo exactamente hacia ella, da un respingo y queda rígida por unos segundos antes de voltearse en su puesto para atisbarme. Desde mi lugar, puedo escrutar sus ojos, tan azules con destellos grisáceos y un negro enmarcando su iris. Evoco que la primera vez que la observé había supuesto que era licántropo por los tonos singulares de su mirar, luego, con el paso de los meses, aseguré que su sangre no posee un ADN sobrenatural.

—y-yo —tartamudea con una intranquilidad increíble.

Alzo una de mis cejas y la observo con obviedad. Visualizo como pasa saliva y aquel movimiento ocasiona que mis ojos se desvíen hacia su cuello, tan pulcro y llamativo, con aquella vena palpitante que me llama, me atrae. Doy un sorbo rápido a la bebida para aplacar esas ansias que siempre he tenido de degustar la sangre de Evelyn. De tan solo imaginar lo cálido, tibio y el sabor que debe poseer, provoca que mis ansias hormigueen con la intención de dejar mis colmillos a ver.

En esta ocasión, en la que anhelo que no se acerque a mi cuerpo porque no sé cómo pueda reaccionar ante los antojos de mi naturaleza, escucho sus pasos, tan cautelosos y livianos, acercarse hacia la cocina.

Ella deambula por terrenos peligrosos.

— ¿me puedes dar agua? Por favor —cuestiona con una voz trémula.

Termino de beber el vino y dejo la copa en la isla para asentir y buscar un vaso y llenarlo con lo pedido. Me volteo para dárselo y la pillo observándome, escaneándome con apuro de arriba hacia abajo. Carraspeo para que dé con mi semblante y es ahí, es ese diminuto momento, cuando la vergüenza estalla en su rostro. Le tiendo la bebida y ella lo toma, rozando sin querer sus débiles dedos con los míos.

No sé en qué momento un aura llena de tensión se ha creado en el ambiente en el que estamos, pero sinceramente me disgusta. Observo como se termina el agua y el pulso en su cuello se ha desenfrenado. Decido voltearme y sacar del refrigerador una botella de Vodka y la caja de gomitas en uno de los cajones. Busco un recipiente y lo dejo en el mesón, todo con el vistazo de Evelyn en cada una de mis acciones.

Frunzo el ceño porque su escaneo me molesta, agobia. Abro el paquete de gomitas y las dejo caer en la taza de vidrio, luego, destapo el alcohol y lo vacío sobre ellas.




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