Dulce inocencia #2

Capítulo 13. Deleite

James:

A medida que voy despertando de la inconsciencia escucho el sonido de una gotera. Frunzo el ceño al no entender en donde estoy, me hallo desconcertado. Intento abrir los parpados pero los siento tan pesados que tengo que ejercer fuerza para poder entreabrirlos. Lo primero que capto cuando soy capaz de observar es que me ubico en una celda con poca luz, el área en que me localizo es extraña. En frente de mi están las rejas y luego un espacio donde hay una mesa deteriorada junto a un banco de madera.

¿Esto es en la casa de Evelyn? ¿Qué hago aquí?

Lo último que recuerdo es que vine a su hogar para buscarla, para preguntar por parte de mi hermana el porqué de su ausencia en todo el día. Evoco el llanto que escuché cuando llegué y al rememorarlo siento un pequeño pinchazo en mi pecho... ¿En dónde está? El vacío en mi alma se acentúa y gracias a ella una clase de ansiedad comienza a relucir en mi sistema.

No sé en donde estoy, dudo que este lugar se ubique en la casa de un anciano junto a su nieta. Siquiera sé cuánto tiempo llevo aquí adentro y eso logra amargarme. La cólera inicia su recorrido, haciéndome tensar inconscientemente. Intento enderezarme y me mareo en el proceso, procuro respirar profundo antes de sentarme y reposar mi espalda en la pared.

— ¿Qué mierda? —cuestiono para mí mismo al ver que mi tobillo se encuentra sujetado por un grillete.

Palpo el material y emito una blasfemia al sentir la piel de mis manos escocer. El que me tiene apresado sabe que soy sobrenatural, no encuentro otra explicación al ver que la plata es lo que rodea mi tobillo izquierdo. La cadena que sujeta el grillete esta enganchada en la esquina de la pared, justo donde me ubico sentado. Diviso el largo de la cadeneta y me percato que no es de mucho alcance, es de un metro y medio cuando mucho por lo que no me permitiría dar ni tres pasos.

Deslizo la lengua por mi labio inferior al sentir reseca esa área. Jadeo porque el hambre que percibo es infernal. Las ansias de sangre se acentúan con fiereza al recordar que tengo tiempo sin consumirla. Estoy tan confundido. Mis encías duelen y repentinamente una punzada en mi estómago me hace retorcer.

Escucho unos pasos acercarse a la habitación, las pisadas son tan sutiles que dudo que de un hombre se trate. Mi cuerpo se alarma al oír unos leves quejidos lastimeros. Me esfuerzo en inhalar con profundidad pero el olor de aquella persona no llega a mis fosas nasales, es como si esta pieza estuviera aislada a todo lo que está a las afueras. Ese individuo introduce la llave en la ranura de la puerta y abre con tardanza, como si estuviera nervioso o simplemente no quisiera adentrarse a la habitación.

Apenas abre la puerta, puedo deducir que se trata de la rubia. No, no percibo aquel exquisito aroma que me llega cuando estoy en mi forma lobuna, pero, si se el modo en que ella huele normalmente. Entra de espaldas, como si temiera ser pillada por alguien, así que lo primero que diviso es su extensa cabellera dorada. Toma las llaves temblorosamente y cierra al pasar. Noto lo abatida que se encuentra al ver la forma en que su cuerpo expulsa pequeños espasmos.

Se voltea con lentitud y da con mi gélido semblante, derrumbándose en el proceso. Gracias a la poca luz que da el bombillo, veo que su rostro yace rojizo y sus parpados superiores inflamados por el llanto. Sus mejillas se ven pegajosas por las lágrimas anteriores que ya se han secado en su piel. Une sus manos sobre su pecho e inhala profundamente, pareciera que estuviera atravesando por un dolor extenuante. Deja salir un sollozo he intenta disminuirlo con vergüenza, como si le avergonzara llorar frente a mí.

La escaneo sin algún gesto compresivo, la miro con desdén, intentando opacar el furor que amaría tomar vida propia y dejarse ver. Pocas personas han logrado verme en mis momentos de ceguera por la rabia que pretende dominarme y estoy seguro que nunca habían pensado en lo monstruoso que puedo llegar a verme en esos contratiempos. No encuentro paciencia en mi interior y eso mezclado con el hambre que siento, no tendrá un bueno resultado.

Que malo sería si logro desquitarme con ella...

—Ja-james —tartajea mi nombre —lo siento —musita cabizbaja —yo no qui...

— ¿Qué hago aquí? —pregunto, interrumpiéndola. Mi tono enronquecido y sombrío logra aterrarla. Al ver que no quiere responder, me enfurezco — ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—Casi dos días —emite, volteándose y caminando hacia la esquina de la habitación para sentarse, doblar sus piernas y apoyar su frente sobre las rodillas.

Suelto una risotada y niego lentamente.

—Fue un plan... —digo con morosidad, analizando la conclusión a la que estoy llegando —sabias que al no ir a la universidad hoy, alguno de nosotros vendría a buscarte. —Su cuerpo tiembla al oírme —veo que eres ignorante a las consecuencias de esto, ¿no? —Alza su vista y gracias a mi alto grado de visión, noto como aquellas gotas saladas siguen surgiendo de sus ojos —me buscarán, me encontrarán y cuando salga de aquí... —Elevo la comisura derecha de mis labios —entenderás lo que soy capaz de hacer —declaro con crudeza.

Evelyn se altera y colapsa.

— ¡¿no ves cómo estoy?! ¡¿Luzco contenta?! —interroga en un tono frustrado. En un rabieta limpia bruscamente las lágrimas de sus mejillas — ¿Cómo vas a creer que quise hacerte esto? —cuestiona, debilitándose. Su labio inferior tiembla y aquel gesto la hace lucir vulnerable, endeble, como una niña pequeña. La inocencia de su mirar me asfixia —verte así me lastima, puede que no lo sientas pero yo si —anuncia afligida.




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