Dulce inocencia #2

Capítulo 32. Agonía

James:

La ansiedad y el sofoco que se ha aglomerado en mi sistema me están enloqueciendo. No puedo evitar que mi corazón bombee con tanto agite a tal punto de que mi pecho duela y tampoco puedo eludir que esa sensación desagradable de preocupación y cierto nerviosismo me haga angustiar. Mi cabeza no deja de darle vueltas al asunto, no deja de pensar en lo que he hecho, en el lio en que me he metido. Maldición. No es la primera vez que acabo con la vida de alguien pero es distinto hacerlo cuando tus emociones están totalmente activadas.

La cabeza la siento pesada y adolorida, las puntadas que se originan en ese lugar me hacen estremecer. Mi respiración yace trastornada y lo único que puedo hacer es mantenerme en mi habitación, analizando lo que acaba de suceder.

Si, sabía lo que Brianna haría. Fue muy evidente cuando entré en el cuarto de aquella cabaña y al divisar dicha estancia, pillé debajo de una de las almohadas la parte trasera de la manga del cuchillo de plata con el que iba a asesinarme. Su actitud tampoco fue de mucha ayuda. Ella siempre ha sido segura de sí misma, le gusta llevar el control pero las ocasiones en las que nos veíamos e intentábamos tener relaciones sexuales, era un poco tímida a la hora de desvestirse. Es obvio que me esperó casi desnuda para distraerme y que no tuviera tiempo de prestarle atención a otro inconveniente.

Aparte, desde hace tiempo sabía que en algún momento intentaría deshacerse de mí. La pelinegra entendía que sería más fácil para su clan intentar tomar mi manada quitando al futuro alfa de su camino y es por ello que, fingiendo estar totalmente pérdida por mí, procuraría arrebatarme la vida.

Luego de haberla colocado en la cómoda, tuve que envolver su cuerpo con el cubrecama de la cómoda para poder deshacerme de el, lanzándolo por aquel acantilado. En ese momento me sentía tan agobiado que no perdí el tiempo y tomé unas cuantas flores de aquel árbol que termina siendo una droga para mí. Apenas llegué a la casa hace dos horas, hice una infusión y la bebí… Lo cual fue una mala idea.

En ese momento había olvidado que aquella infusión provoca en mí un hambre voraz que por poco puedo controlar y con eso se mescló el hecho de que los pensamientos no desaparecieron, de lo contrario, aumentaron desmedidamente. Temblé, sudé y me sentí enloquecer porque no estoy acostumbrado a sentir un remolino de emociones tomarme desprevenido. Sentí tanta culpa que me costaba respirar y lo único que hizo que me calmara fue introducirme en la ducha, permitiendo que el agua helada de la regadera aplacara mi cabeza.

No dejaba de pensar en la forma que el clan de Leonard pagaría lo que le había hecho. Maldición, asesiné a su hija pero si no lo hacia ella terminaría acabando con mi vida. Añadiéndole la cereza al pastel, aquella infusión ocasionó que la imagen de la rubia no desapareciera de mi mente. Me torturó pensar en cómo reaccionaría cuando se enterara de lo que tuve que hacer para poder matar a la pelinegra. Sé que se molestará conmigo y se alejará. Mierda.

Yazgo acostado sobre la cómoda, boca arriba, viendo el techo del dormitorio como si fuera la cosa más interesante que pudiera ver en mi vida. Mi respiración es pausada, ya no me encuentro en el punto de quiebre en el que me encontraba hace minutos. Lo que me mantiene algo estable es ese magnífico olor de la rubia que causa que las ganas de ir a buscarla incrementen.

Frunzo el ceño cuando ese atrayente aroma asciende, como si estuviera acercándose a mí. Me siento con rapidez y dicho movimiento provoca que me maree y mi cabeza punce dolorosamente. Tomo el celular de la mesa de noche y cuando veo la hora caigo en cuenta de que son la una de la mañana. ¿Qué hace la rubia por aquí? ¡¿Esta loca?!

Repentinamente una sensación extraña me recorre pro completo y me deja con el corazón latiendo con más rapidez de lo normal. Los nervios me invaden y esta es una de las pocas veces que la he percibido desde que la época del celo llegó junto con mis emociones activadas. Me levanto, sintiéndome algo debilitado y me dirijo hacia el closet para buscar un pantalón de algodón y colocármelo, luego de que me bañé por poco pude ponerme el bóxer.

Puedo escuchar el órgano cardiaco de Evelyn latiendo a todo dar, está asustada porque obviamente el bosque a estas horas es espeluznante y contiene miles de sonidos sombríos gracias a los animales que por aquí habitan. Una pequeña sonrisa se forma en mis labios cuando la oigo tararear una canción para distraerse del miedo que intenta dominarla; no obstante, esa sonrisa se desvanece cuando sé que no podré ocultarle lo que hice, ella se dará cuenta.

Pocos minutos después, ella llega a la entrada de mi casa y cuando lo hace deja salir un suspiro lleno de alivio.

— ¿James? —cuestiona en un tono suave y bajo, siendo consciente de que puedo oír hasta el más diminuto sonido que emita.

Paso la palma derecha de mi mano por mi rostro en un gesto cansado y suelto una exhalación. La rubia se toma el atrevimiento de abrir la puerta y entrar a la sala. Me encamino hacia el espejo de la habitación y cuando mi vista recae en mi cuerpo, me agobio. No me había percatado del considerable chupón que Brianna me dejó en el cuello. Al ser mi piel blanca, los morados se realzan con demasiada fuerza. Vuelvo mis manos unos puños y maldigo entre dientes. Me dirijo al armario y rebusco un suéter con capucha para que tape aquellas manchas violáceas.

— ¿James? —me llama, detrás de la puerta de mi habitación.

—Pasa… —emito, tragando saliva al sentir como su cercanía comienza a afectar mi cuerpo aun cuando la época del celo está a punto de terminar. Puedo sentir como mi licantropía goza con la idea de tenerla cerca.

Entra con timidez a la habitación y me volteo para divisarla. Evelyn sonríe cuando me ve, mostrando su hilera de dientes blanquecinos. Sus mejillas se llenan de un ligero color rojizo y une sus manos delanteras con nervios. Su melena dorada se halla suelta, permitiendo que aquel olor que emana su champú llegue a mis fosas nasales y me haga delirar. Vino con el uniforme del trabajo, es decir, con aquella falda corta y camisa manga larga. Sus bonitos labios se encuentran pintados con aquel tono vinotinto que me encanta. Dios mío. Anhelo besarla.




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