Dulce Locura

Capítulo 1: Víctor Quiroz

Fue un 10 de febrero de 1967 el día en el que cumplí la mayoría de edad, y, en el que partí del único hogar que conocía, un hospicio. No tenía familia o algún pariente, o si los tenía no sabía en donde encontrarlos. Era una huérfana desde que tenía memoria y había vivido en un hospicio desde siempre. Lo único que sabía era que mi madre llegó enferma y apunto de dar a luz a pedir ayuda a un hospital. Yo sobreviví pero ella murió una semana después. Debido al delirio en el que se encontraba ella sólo pudo dar su nombre: Marina Muñiz Alcazar. Y dejó como único recuerdo un relicario de oro blanco que yo uso siempre. Me crié en un hospicio, entre reglas inflexibles y castigos exagerados que se encargaron de resecar la semilla de la rebeldía en mi. Me acostumbré a acatar ordenes, a bajar la cabeza delante de cualquiera que pudiera representar una autoridad y a vivir con el constante miedo de ser reprendida por cualquier cosa.

Al cumplir la mayoría de edad las internas del hospicio tenían únicamente dos opciones para seguir adelante con sus vidas:

1. Ponerse los hábitos y convertirse en monja. (Había un convento alado del hospicio)

2. Salir sola a enfrentarse al mundo real.

La segunda fue la que escogí, era arriesgado pero contaba con un plan. Gracias a un profesor con el que me llevaba muy bien pude conseguir un trabajo antes de mi partida. Fue también gracias a él que se me metió a la cabeza la idea de seguir adelante con mis estudios e ir a la Facultad de Filosofía y Letras.  El nombre del profesor era Erick Carmona, a pesar de la diferencia de edad, nos hicimos amigos inseparables. La esposa del profesor estaba embarazada, y al ser su embarazo de alto riesgo, ella tuvo que dejar de trabajar como sirvienta en una casa.

Cuando Erick me lo contó pensé en ocupar su puesto en el trabajo, pero por alguna razón él no estaba muy convencido.

—Por favor —dije suplicante—, ¿va a dejar que me echen a la calle sin tener con que vivir?, ¿es que quiere que sea monja? —pregunté con mucho dramatismo. En parte fingido, era buena actuando.

—Carla es que esa familia... —Se quedó unos segundos analizando la mejor manera de explicarlo—. Es complicada.

—Pero yo sólo voy a limpiar no a hacerme su amiga —refunfuñé—. Por favor deme el número, yo sé que usted no quiere que sea monja y que tampoco me vaya a la calle así como así.

—Esta bien —dijo hastiado—, pero prométame  que si tiene algún problema vendrá a decírmelo. 

—No creo que sea tan malo —repuse con seguridad—. Sé cuidarme sola, no se preocupe.

Él suspiró y buscó en su agenda. Anotó con un bolígrafo la dirección y número de esa casa.

Aproveché que la directora no estaba para meterme a su oficina a escondidas y usar el teléfono; era la primera vez que desafiaba a la autoridad de esa forma y era un manojo de nervios. Marqué el número, esperé impaciente una respuesta mientras vigilaba que nadie entrara o se asomara.

—Buenos días —dije nerviosa. Las manos me temblaban y casi se me cae el teléfono.

—Habla a casa de la familia Durán —respondió una mujer con voz gangosa—, ¿qué desea?

—Vanessa Chavez me pasó este número y me dijo que estaban buscando una muchacha que la reemplace mientras ella tiene a su bebé.

Había conocido a la esposa del profesor, Vanessa Chavez de Carmona, en un evento de caridad que se organizó en el hospicio, nos llevamos bien, pues compartimos datos humillantes de su esposo por horas. Aparte ella me regaló un par de zapatos cuando cumplí los diecisiete.

—Ah si, Vanessa —suspiró—. ¿Cuándo puede empezar? —preguntó ella con apatía.

—Deme dos días en lo que arreglo unas cosas y estoy ahí —dije emocionada. Si no hubiera estado escondida hubiera gritado de la felicidad.

Teniendo un trabajo podría llevar a cabo mis planes. Mi idea era ahorrar lo que más pudiera, ir a investigar lo necesario para una beca universitaria, lo del examen de admisión, algún un cuarto de vecindad barato en el que pudiera quedarme a vivir y otro trabajo, pero de medio tiempo para poder estudiar.

Había llamado a Vanessa antes de partir para que me diera la dirección y me explicara como llegar hasta allá. Me dijo que camiones tomar y por que rutas caminar, incluso me hizo un croquis. Era la primera vez que salía así al mundo exterior así que le agradecía todas sus precauciones. El primer camión me dejó en una calle con casas de diseño colonial y otras con uno más contemporáneo, el sitio tenía un contraste fascinante y era bastante concurrido. Caminé unas cuantas cuadras para llegar a donde tomaría el siguiente autobús pero detuve la marcha cuando vi a un par de muchachos que recién se habían peleado a mitad de la calle.

Había un muchacho al que el cabello le cubría parcialmente los ojos, a él le sangraba la nariz por un golpe, pero su contrincante estaba tirado en el suelo retorciéndose de dolor. Él se acomodó el cabello hacia atrás y dejó sus ojos al descubierto, estos eran misteriosos y marrones, casi negros. Me llamó la atención su mirada cínica. Él se dio cuenta que lo estaba viendo y me miró de reojo. Al sentir su mirada me dio un escalofrío y caminé rápidamente a la parada del autobús. Él me provocó temor, era como si un aura de peligro lo rodeara. Mientras esperaba el camión vi al mismo muchacho acercarse a la parada, él iba arriba de una bicicleta. Voltee mi rostro para que no me reconociera pero fue en vano, él se detuvo cuando estuvo enfrente mío y se bajó de su bicicleta para pararse al lado de mi.



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En el texto hay: universidad, mexico, amor

Editado: 12.08.2019

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