Dulce Locura

Capítulo 7: El centro joyero

Ya no tenía que preocuparme por estudiar para el examen así que le dedicaba mis noches de soledad e insomnio a la lectura. Con mucho trabajo pude encontrar el libro que le había prometido a Isaac que leería, "En el camino". Lo había sacado de la biblioteca de la Universidad junto con otros cinco libros. En una de esas tantas noches que me la pasé sola, leyendo acostada en el colchón, alguien tocó con mucha insistencia la puerta del departamento. No era tan tarde, no tenía reloj, pero no había pasado mucho tiempo desde que Vico se marchó a trabajar.

No quise abrir pensando que sería algún borracho que venía a fastidiar, estaba acostumbrada a lidiar con borrachos, pero no tenía ganas de hacerlo en esos momentos. Además, me dio miedo estando en completa soledad, de noche e indefensa. Seguían tocando la puerta y cada vez con más fuerza e insistencia, como me habían sacado de quicio porque no me permitían leer en paz me levanté del sillón y fui a la cocina a llenar una olla con agua fría, en cuanto acabé abrí la puerta y sin ver quien era le arrojé el agua encima.

—¡A ver si así deja de fastidiar!

Le cerré la puerta en la cara y rápidamente puse el seguro. Antes de regresar a leer al colchón, desde afuera, una mujer grito:

—¡Víctor dile a tu mujer que venga a pedirme una disculpa por recibirme así!

Me extrañé, pero rápidamente mi instinto me llevó a la conclusión de que quizás a quien había mojado era a la tía de Vico. Lo pensé ya que no se me ocurría alguien más así que pudiera venir a visitarlo. Abrí de nuevo la puerta, prendí el foco que iluminaba la entrada y, ahí se encontraba, titiritando, una mujer vestida de azul, medio alta y no muy delgada pero tampoco robusta. Le calculaba por lo menos unos cincuenta años.

—¡Ay por dios! —exclamó ella al verme—. ¡Lo único que me faltaba que hiciera! —gritó esperando escuchar respuesta de su sobrino—. ¿No ha pensado en lo preocupados que deben estar sus padres por el hecho de que se fugó con un vago bueno para nada? —preguntó mirándome enternecida

—Tres cosas —respondí rápidamente. Me crucé de brazos—: Uno, Víctor no está, se fue a trabajar. Dos, soy huérfana. Tres, soy mayor de edad.

Ella me miró pensativa.

—¿Y después de que me mojó con agua helada no me va a invitar a pasar? —preguntó en reclamo.

Me hice a un lado y la deje entrar. La hubiera invitado a sentarse, pero todavía no habíamos comprado sillas. Aquella mujer miraba el lugar como si fuera lo más repulsivo, marginal e indignante del mundo, ni siquiera se quiso recargar en una pared. Fui por una toalla al cuarto para que pudiera secarse, traté de escoger la menos vieja y más limpia.

—Gracias —dijo después de tomar la toalla y envolverse en ella—. Por cierto... ¿Podría hacerme un té?

—Solo tengo café.

—Entonces un café, me estoy congelando —contestó apresurándome. Ella continuaba temblando del frío y únicamente pensaba en lo mal que había quedado. 

Caminé hasta la cocina para hacerle el café y ella me siguió aún envuelta en la toalla que le di. Después de servir el agua en una olla ella preguntó:

—¿Entonces vive con mi sobrino o solo está aquí de paso? —La mujer tenía la toalla sobre su cabeza, me recordaba a los hábitos que usaban las monjas—. Llevo una semana entera vigilando y veo que prácticamente vive aquí.

—¡¿Vigilando?! —pregunté exaltada.

Puse la olla en la estufa y me recargué en un mueble para mirar a la señora de frente.

—Cuando le llega por correo una carta en donde dice que su sobrino ha usado la dirección de su casa como referencia anterior para poder rentar un departamento sabe que es momento de ver que hizo de su vida —respondió sin inmutarse.

—Pero yo le dije mil veces que escribiera bien los datos. —Pensé en voz alta.

Habíamos quedado que pondría los del departamento de Julián.

—Ahora responda, ¿vive con él? —preguntó con insistencia.

—Si así es —contesté rápidamente—, tiene apenas unas semanas que nos mudamos para acá.

No entendía el porqué de tanta insistencia, después de responder me callé y le serví agua en una taza, saqué de la alacena el bote de café para que ella se lo sirviera a su antojo. La mujer tomó el mango de la taza con un pañuelo y lo mismo hizo con el bote.

—¿Y cómo se siente viviendo con mi sobrino? —preguntó ella con algo de indiscreción.

Le dio un sorbo al café.

—Bien —respondí a secas.

Su pregunta fue por demás rara, si le tuviera un poco más de confianza le hubiera respondido con un: maravilloso, es increíble lo mejor que me ha podido pasar en la vida.

—¿Ha notado algo extraño en su comportamiento?



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En el texto hay: universidad, mexico, amor

Editado: 12.08.2019

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