Dulce Melodía

I

A Allison Amatore, quien no pasaba de los diecinueve, le rompieron el corazón.

Escuchaba a Tame Impala por el polvoriento estéreo. Sollozaba, y mucho, y también le temblaban los labios. Llevaba más de tres días así. Rachel Harris, su mejor amiga, estaba tan preocupada que llamaba más de cuatro veces al día y a veces se avecinaba a la casa, saludaba a la señora Amatore con la mueca de la preocupación vacilándole en una sonrisa falsa y se iba, abatida de intranquilidad, cuando Allison no lograba salir.

Era septiembre. Hacía un poco de frío y las clases del instituto habían comenzado hacía ya una semana. Allison no faltaba nunca, pero había faltado esos últimos días porque tenía la mente congestionada de masiva tristeza. Bebía poco y sudaba mucho. También le temblaban las manos y la comisura de los labios cuando lloraba demasiado fuerte. En ocasiones, cuando la soledad le carcomía los sentimientos, se ponía las viejas sudaderas de Greg. Y se abrazaba a sí misma, se encogía en un pequeño punto de su habitación y, cuando cerraba los ojos, pensaba que había desaparecido, o imaginaba que todo a su alrededor, tan cotidiano como siempre, desaparecía en la negrura de lo inexistente. Oh, y también olía a Greg, y lo sentía y lo escuchaba. Andaba en todas partes, como un maligno fantasma, acechando en la oscuridad de la noche, y en el pánico de los días, cuando de pronto la ansiedad le atacaba el cerebro como un parásito. Era él. Greg Donelly. El chico que había conocido en primaria, el que le gustaba escuchar Heavy Metal a solas y el que una vez vomitó en su asiento por comer muchas golosinas. Él más guapo del mundo, asimismo, y el más increíble, y el mejor del equipo de fútbol y también el que, un sábado por la tarde, le había roto el corazón.

Allison volvió a sollozar. Tame Impala dejó de tocar y el disco —una copia de Lonerism que Rachel le regaló la navidad pasada— no volvió a sonar. Llegó al final con los movidos compases de Elephant y se extinguió para siempre, en la soledad de la habitación, como si en un principio nunca hubiese sonado. Miró el estéreo, consideró cambiar el disco y colocar, esta vez, Humbug de los Arctic Monkeys —tenía una obsesión con ese álbum desde el año pasado—, pero decidió que no. Se quedó en su cama, con las rodillas tocándole el pecho y con la cabeza, que le palpitaba a ritmos irregulares, recostada en sus rodillas, pesada, exhausta de las desgarradoras desdichas de su vida sentimental.

Pensó en Greg otra vez. En la mirada de ojos brillantes que le lanzaba en los partidos de fútbol, con el cabello pegado al rostro por el sudor, y la sonrisa, congestionada de alegría, apuntando hacia ella, hacia Allison, porque era él quien, entre las celebraciones de gloria, le dedicaba sus más conmovedoras expresiones, y sus más amorosos gestos de profunda ternura. Muchas risas y gritos de júbilo, porque siempre ganaban los partidos. Luego, mimos verbales, palabras bonitas entre ellos y apodos adorables, que se lanzaban en voces agudas, casi al unísono. Cuando Greg y Allison se encontraban debajo de las gigantescas gradas del estadio, se miraban con amor y deseo, e intercambiaban los más apasionantes besos, y esas caricias colmadas de amor —y, a veces, de disimulada lujuria— que borraban a todo el mundo de la existencia, porque entre ellos, en aquellos cortos minutos, se formaba un mundo nuevo, diferente, de colores más brillantes, con la naturaleza más verde y con el cielo más azul, con los pájaros más extravagantes y con los arcoíris más gigantescos. Y luego, oh, luego venía cuando regresaban a casa, entusiasmados, ensimismados en sus más apasionantes deseos, y él empezaba a tocarla con la yema de los dedos y a besarle los labios, y luego el cuello, y luego bajaba hasta su pecho pero, Allison, quien aún miedo tenía del sexo, se ponía rígida y alerta, y se alejaba un poco, un tanto nerviosa, y con el corazón latiéndole hasta en la sien. Nunca le había atraído, en realidad, eso de hacer el amor. Aún creía que era muy joven, y que su frágil sexo, que a veces le dolía cuando intentaba tocarse ella misma, aún no estaba lo suficientemente listo. Greg se lo había reprochado. De hecho, en múltiples ocasiones, se había enojado tanto que le había dejado de hablar por varios días enteros.

Y ahora, en medio de su cama, con el espectro de la soledad y la tristeza haciéndole compañía, Allison lloró de nuevo y más fuerte que antes. En su mente volaba la razón por la cual creía que Greg, con todo y esos meses de intenso noviazgo, le había terminado. Era muy fácil, ¿no? Era realmente obvio. Ella no le había dado lo que Greg quería en tanto tiempo. ¡Qué tonta! Pensaba ella, en su revoltijo mental, y sintió la culpa aglomerarse en la garganta y el arrepentimiento acumularse en el pecho. ¡Cuánto amaba a Greg! Su corazón, que le dolía terriblemente, sollozaba por dentro, de iracundo arrepentimiento. Si solo le hubiese dado, pues, lo que él quería… ¿No era eso una pareja? ¿Satisfacer al otro?



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En el texto hay: romace, musica, profesor alumna

Editado: 03.09.2018

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