Dulce Mentira

Capitulo 10

Sofia

El sonido suave y constante del ascensor me hizo saber que había llegado al piso de Bruno. Mi corazón latía más rápido a medida que me acercaba a la oficina que, por intuición, supuse era la de su secretaria. Tomé una bocanada de aire, tratando de calmar los nervios que me invadían, y avancé hacia la puerta.

—Hola, buen día —saludé con una sonrisa cordial, aunque sentía que mis labios temblaban un poco.

—Hola, buenos días. Mi nombre es Sonia, ¿en qué la puedo ayudar? —respondió la mujer detrás del escritorio, con una sonrisa amable que me transmitió una sensación de calidez y profesionalismo.

—Soy Sofía. Bruno me pidió verlo —dije, notando cómo mi voz salía un poco más aguda de lo que esperaba, revelando mi nerviosismo.

—Sí, sí, lo está esperando. Puede pasar —me indicó Sonia, señalando con un gesto la puerta de la oficina de Bruno.

—Muchas gracias, Sonia —respondí con gratitud, mientras me dirigía hacia la puerta que ella me había señalado. Al llegar, toqué suavemente, escuchando de inmediato una respuesta firme y segura al otro lado.

—Adelante —dijo la voz grave de Bruno.

Abrí la puerta y entré en su oficina, sorprendida por lo espaciosa y luminosa que era. Las ventanas enormes ofrecían una vista impresionante de la ciudad, donde los edificios se extendían hasta donde alcanzaba la vista. En el centro de la habitación, su escritorio, elegante y organizado, dominaba el espacio. A su alrededor, estanterías repletas de libros y fotos personales decoraban las paredes, dando un toque cálido y familiar al ambiente.

Bruno levantó la mirada de su computadora al escuchar mis pasos, y me acerqué lentamente a su escritorio, sintiendo que cada paso que daba hacía eco en el silencio que nos rodeaba. Cuando nuestros ojos se encontraron, le dediqué una sonrisa nerviosa, esperando que no notara el torbellino de emociones que se agitaba en mi interior. Aproveché el momento para observar su vestimenta: una impecable camisa blanca, combinada con un chaleco negro ajustado y una corbata negra que realzaba su aspecto formal y elegante.

—Buenos días, Bruno —dije, esforzándome por mantener mi voz firme y serena, aunque mis nervios amenazaban con traicionarme.

—Buenos días —respondió él de manera seca, sin rastro de emoción en su voz, señalándome con un gesto que tomara asiento en la silla frente a su escritorio. Aunque una parte de mí prefería permanecer de pie para no parecer vulnerable, decidí hacer lo que me pedía, consciente de que no quería generar ningún problema adicional.

Me senté, cruzando las piernas y apoyando las manos sobre mi regazo, mientras esperaba que él iniciara la conversación. Los minutos pasaron en un silencio incómodo, donde el único sonido era el tic-tac del reloj en la pared. Bruno me observaba fijamente, y cada segundo que pasaba en ese silencio no hacía más que intensificar mis nervios. Finalmente, incapaz de soportarlo más, decidí romper el hielo.

—Supongo que me querías ver por lo de las fotos —dije, enderezando mi espalda y cruzando las piernas en un intento por parecer casual, aunque por dentro sentía que mis pensamientos eran un caos.

—Sí, la verdad no me esperaba que se filtraran esas fotos, ya que no he visto a nadie siguiéndome —respondió, recostándose en su silla y cruzando los brazos, adoptando una postura que irradiaba control y autoridad. Sus palabras eran tranquilas, pero su mirada no dejaba de analizar cada uno de mis movimientos. Mientras lo escuchaba, no pude evitar notar cómo la camisa se ajustaba a sus músculos, y me sorprendí a mí misma al sentir que, en lugar de estar más nerviosa, comenzaba a sentir un calor que nada tenía que ver con la temperatura de la habitación.

—Por eso quería hablar de un tema contigo —continuó, extendiéndome una carpeta. La tomé con manos temblorosas y la abrí, descubriendo que contenía un contrato. Antes de que pudiera leer los detalles, la voz de Bruno resonó nuevamente en la habitación—. Quiero que seas mi esposa por conveniencia.

Sentí que el mundo se detenía por un instante. Lo miré, esperando ver algún atisbo de humor en su expresión, alguna señal de que se trataba de una broma de mal gusto. Pero no, su semblante seguía tan serio como siempre, y su tono de voz no dejaba espacio para dudas. Estaba hablando en serio.

—¿Perdón? —logré articular finalmente, incrédula por lo que acababa de escuchar.

Bruno se levantó de su asiento y caminó hacia el ventanal, observando la ciudad que se extendía bajo sus pies. La luz del sol entraba en la oficina, iluminando su figura de una manera que hacía difícil ignorar la presencia imponente que tenía.

—Así como lo oíste. Necesito una esposa —dijo con una calma que casi me desconcertó—. Y ya que están circulando esas fotos y especulan que estamos juntos, me viene como anillo al dedo. Así no tengo que buscar a una desconocida —continuó, volviéndose para mirarme. Sus manos, ahora en los bolsillos de su chaleco, mostraban una confianza que me hacía sentir aún más pequeña en comparación.

—¿Y por qué necesitas una esposa? —pregunté, sintiendo que mi confusión crecía con cada palabra que salía de su boca.

—Porque hay una asistente social que ha estado insistiendo en que no soy una buena figura para Dante. Dice que no paso suficiente tiempo con él y que necesita una figura materna —explicó, acercándose a mí y apoyándose en el borde de su escritorio, dejándome apenas unos centímetros de distancia. Pude ver la tensión en su rostro mientras cruzaba los brazos—. Vendrá en unos meses a hacer una evaluación, y si no quiero que haga un informe desfavorable y me quite a Dante, necesito una esposa.




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