Sofia
Cuando llegamos a la casa donde viviría por un tiempo, un nudo de nervios se instaló en mi estómago. Al atravesar el portón de entrada, el camino que nos guiaba hacia la majestuosa casa me pareció más largo de lo que realmente era. Al detenerse el auto, apenas puse un pie fuera, la puerta principal se abrió de par en par, y Dante, con una energía desbordante, salió corriendo a mi encuentro. Detrás de él, su nana lo seguía apresuradamente, llamándolo por su nombre, intentando que se detuviera.
Me agaché a su altura con los brazos abiertos, anticipando su abrazo. Dante saltó hacia mí sin freno, gritando “¡Mamá!” con tanta alegría que el impacto nos hizo caer al césped.
—Joven Dante, no puede salir corriendo así —exclamó la nana al llegar junto a nosotros, ligeramente agitada. Al vernos en el suelo, chasqueó la lengua y negó con la cabeza—. Y menos hacer que la señorita Sofía se caiga.
—Es que estaba emocionado por verla —respondió él, todavía aferrado a mí mientras intentaba ponerme de pie. Su pequeña voz sonaba llena de justificación—. Y es "Mamá", no "señorita Sofía" —añadió, asomando su cabecita desde mi cuello con una mirada que pretendía ser desafiante, pero solo provocó que su nana se riera.
—Bueno, il mio bellissimo ragazzo —le dijo ella con ternura, y luego me dirigió una mirada respetuosa—. Bienvenida, señora Rossi —me saludó con una ligera inclinación de cabeza—. Permítame acompañarla para mostrarle la casa y su habitación —señaló hacia la entrada con un gesto amable, invitándome a seguirla.
Comenzamos a caminar hacia la puerta mientras la nana, en su tono formal, comentaba:
—El señor Rossi se disculpa por no haber podido recibirla personalmente. Surgieron asuntos urgentes en la empresa que requerían su atención.
—Lo entiendo perfectamente, no hay problema —respondí, intentando disimular la ligera punzada de decepción que me invadía.
No podía entender por qué me molestaba tanto que Bruno no estuviera allí para recibirme. Después de todo, todo esto era solo una fachada. Sin embargo, el vacío que sentía no me gustaba nada. Necesitaba mantener la distancia, por el bien de mi corazón.
A medida que recorríamos los amplios pasillos de la casa, escuchando las indicaciones de la nana, noté que Dante estaba sorprendentemente silencioso. Me detuve un instante y, al bajar la mirada, vi que se había quedado profundamente dormido en mis brazos. Al ver que no la seguía, la nana también se detuvo y se acercó.
—Debe estar agotado —susurró—. Se despertó muy temprano esta mañana para esperarla. Incluso me ayudó a preparar el desayuno para usted —dijo, mirando al pequeño con una sonrisa cálida.
Una oleada de ternura recorrió mi corazón. Este dulce niño, que ahora dormía plácidamente en mis brazos, se ganaba un pedazo de mi alma con cada pequeño gesto.
Le sonreí y, en voz baja, le pregunté:
—¿Podrías mostrarme su habitación para que lo acueste?
—Por supuesto, señora. Sígame —dijo con suavidad, retomando el camino por el pasillo.
—Por favor, llámame Sofía —le pedí mientras la alcanzaba—. Me siento extraña cuando me dicen "señora".
—El señor Rossi nos indicó que debíamos referirnos a usted de esa manera —contestó con naturalidad, deteniéndose frente a una puerta—. Esta es la habitación del joven Dante —añadió, abriendo la puerta para que entrara. Le devolví una sonrisa agradecida antes de pasar.
—Voy a preparar su desayuno —dijo, dispuesta a retirarse, pero la detuve con suavidad.
—No es necesario, prefiero esperar a que Dante se despierte para desayunar con él. Gracias de todas maneras —le respondí mientras acomodaba al niño en su cama y lo cubría con delicadeza. Antes de levantarme, le di un beso en la frente, sintiendo una paz extraña en ese momento.
La nana me observó por un instante, como evaluando la escena con una mirada comprensiva. Luego asintió ligeramente y dijo:
—Muy bien, entonces dejaré todo preparado en la cocina para cuando el ragazzo despierte —murmuró mientras salía de la habitación, y yo la seguí.
—Aquí está su habitación —dijo al abrir otra puerta más adelante—. Ya hemos colocado todas sus pertenencias, y algunos artículos de cocina están en el comedor porque no estábamos seguros de dónde los querría.
—Gracias, los acomodaré yo misma —le respondí, echando un vistazo rápido a la habitación.
La nana me sonrió antes de retirarse, cerrando la puerta tras de sí. Me quedé sola en la amplia habitación, sintiendo una mezcla de emociones contradictorias, entre la paz de estar en un lugar nuevo y la tensión por lo que significaba estar allí, con una vida que no era completamente mía.
Aprovechando que estaba sola, decidí explorar la que sería mi nueva habitación. Al abrir la puerta, me encontré con un espacio enorme que me dejó sin aliento. En el centro de la habitación se alzaba una majestuosa cama matrimonial, vestida con un acolchado color crema que parecía suave como una nube. Las sábanas, decoradas con delicados motivos florales, aportaban un toque de frescura y elegancia. Las paredes, pintadas también en tonos crema, envolvían el espacio en una cálida atmósfera de serenidad.
A un lado de la habitación, había un hermoso tocador con todos mis productos de cuidado facial y maquillaje, cuidadosamente ordenados, reflejando la luz suave que entraba por la ventana. En un rincón, un sillón individual de color azul intenso capturaba mi atención; su vibrante color rompía con los tonos neutros de la habitación y le daba un toque de vida. Estaba acompañado por un almohadón en forma de flor que complementaba perfectamente el conjunto. El sillón, estratégicamente ubicado al lado de una pequeña y acogedora biblioteca, parecía invitarme a sentarme y perderme en la lectura de algún buen libro.
Editado: 20.11.2024