Sofia
Después de terminar la videollamada con mis padres, sentí la necesidad de hablar con alguien que me ayudara a aclarar las ideas. No lo dudé mucho y marqué el número de Cami. La puse en altavoz mientras me dirigía al baño, esperando que ella pudiera aportarme algo de claridad en medio del caos que estaba sintiendo.
—¡Pero mirá quién se acordó de que existo! —dijo apenas contestó, con ese tono dramático tan característico de ella.
Chasqueé la lengua con un toque de diversión.
—No seas exagerada, Cami, si hablamos todos los días por chat —respondí, negando con la cabeza mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro.
—Sí, pero no es lo mismo que escuchar tu hermosa voz —replicó con ironía—. Ya me había olvidado de cómo sonabas, y en cualquier momento me voy a olvidar de tu cara —añadió, fingiendo un llanto exagerado.
No pude evitar rodar los ojos ante su teatralidad. Con un rápido toque, convertí la llamada en videollamada, esperando que eso la calmara un poco. Sin embargo, cuando aceptó, lo único que vi en la pantalla fue su espalda y la parte de atrás de su cabeza, que estaba oculta entre sus brazos. Fruncí el ceño, desconcertada. Giré la cabeza de lado a lado, como si eso fuera a ayudarme a entender lo que estaba viendo.
—¿Qué es esa posición? —pregunté, ya un poco impaciente por no poder descifrar lo que estaba haciendo.
Cami levantó la cabeza de entre sus brazos y me dedicó una mirada que decía claramente: "¿En serio no lo sabés?". Como no respondí, rodó los ojos con fuerza antes de contestar.
—Estoy haciendo la pose “perro boca abajo” —dijo con naturalidad, como si fuera lo más obvio del mundo.
Finalmente me di cuenta de la postura: sus manos y pies estaban firmemente apoyados en el suelo, mientras su cadera se elevaba, formando una especie de V invertida. Claro, yoga otra vez.
—Así que volvimos al yoga —comenté mientras dejaba el celular sobre la encimera del baño y comenzaba mi rutina de skincare. El suave aroma de los productos ya empezaba a relajarme.
—Así es, querida —respondió Cami, ahora cambiando de posición con una agilidad envidiable—. Pero contame, ¿a qué se debe este llamado tan tempranito?
Sabía que iba a tener que soltar la bomba en algún momento, así que no lo dudé más.
—Bueno… mis papás se enteraron del compromiso y quieren conocer a Bruno —solté de golpe, observando de reojo la reacción de Cami.
Lo que ocurrió fue más rápido de lo que esperaba. Apenas terminé de hablar, ella soltó una maldición que resonó con fuerza, seguida por un golpe seco. Enseguida enjuagué mi boca y dirigí la mirada al celular. Ahí estaba, boca arriba, frotándose la cabeza con una mano mientras con la otra se apoyaba en el suelo. Pude jurar que se había caído de la pose por la sorpresa.
—¿Estás bien? —pregunté, intentando no reírme.
Cami me lanzó una mirada de frustración mientras se sentaba, todavía frotándose la cabeza.
—No puedo creerlo… —murmuró—. Tu mamá no va a dejar de insistir hasta que lo conozca, ¿no?
—Exactamente. Sabés cómo es ella —suspiré, preparándome mentalmente para lo que vendría. Sabía que convencer a Bruno no iba a ser fácil.
Cami, al notar que mis pensamientos empezaban a preocuparme, intervino con su habitual tranquilidad:
—Pero tranquila, verás que todo va a salir bien —dijo mientras tomaba su celular y caminaba por la habitación—. Además, voy a estar allí cuando los conozcan, ya sabes que tus padres me adoran —me guiñó un ojo antes de dejar el celular en el baño.
Solté un profundo suspiro, como si eso pudiera liberar la tensión que sentía.
—Sí, tienes razón —murmuré, intentando convencerme. Decidí dejar esa preocupación para más tarde, como quien empuja un problema bajo la alfombra.
Con mi rutina de cuidado de la piel completada, empecé a peinarme. Mientras lo hacía, comenté en voz alta:
—El cumpleaños de Dante se acerca. Estaba pensando en hacerle una fiesta sorpresa —me miré en el espejo, concentrada en mi cabello—, así que voy a necesitar tu ayuda —le dije a Cami mientras me hacía una trenza cocida con esmero, ya que hoy Dante comenzaba sus clases de fútbol y me había pedido que lo acompañara.
A través del espejo vi a Cami empezar a quitarse la ropa y meterse en la ducha sin preocuparse en lo más mínimo.
—Ya no vivimos juntas como para que te andes paseando desnuda —le recordé, riendo, aunque ambas sabíamos que realmente no me molestaba. Nuestra relación era tan cercana que la vergüenza no formaba parte de nuestras interacciones. Sin embargo, siempre aprovechaba la oportunidad para molestarla un poco.
Desde la ducha, me respondió levantando el dedo del medio y riendo.
—Dante va a tener la mejor fiesta de cumpleaños —dijo desde el otro lado del vidrio empañado—. Ah, se me olvidaba preguntarte, ¿cómo va la convivencia con mi hermano? —preguntó, curiosa.
En ese momento, agradecí que Cami estuviera en la ducha y no pudiera ver cómo mi rostro se ponía rojo de inmediato.
—Eh… bastante bien —dije, aclarando la garganta—. Nos estamos centrando en el bienestar de Dante, y tengo que admitir que ha sido… agradable. —Mis palabras salieron con sinceridad, y continué—: Bruno puede parecer una persona fría, pero ahora que lo conozco mejor, me doy cuenta de que es solo una fachada. —Sonreí suavemente—. En el fondo, ama profundamente a Dante, y eso es lo más importante. Espero que todo esto salga bien —concluí con un suspiro, dejando escapar parte de mis dudas.
Editado: 20.11.2024