Sofia
Cuando llegamos a la casa, bajé del auto de un portazo. Estaba furiosa, tanto que mis manos temblaban. Necesitaba estar sola, alejarme de Bruno antes de decirle todo lo que pensaba, y no quería que Dante fuera testigo de eso. Sin siquiera mirarlo, me dirigí directo a mi habitación, los pasos resonando en el silencio de la casa.
Al entrar, sentí el peso de mi enojo aún cargado en los hombros, así que decidí darme un baño para despejarme. Llené la bañera y me sumergí en el agua caliente, dejando que el vapor envolviera mis pensamientos y calmara mi piel. Me tomé mi tiempo, cerré los ojos y me forcé a respirar hondo. Cuando finalmente salí, ya más tranquila, me puse mi pijama más cómodo, uno suave y familiar, y me senté en el tocador para secarme el pelo. Mientras el calor del secador hacía su trabajo, comencé a sentirme más liviana, casi como si todo el mal humor se fuera evaporando con cada ráfaga de aire.
Pero entonces, escuché un golpe suave en la puerta, interrumpiendo ese momento de paz.
—Adelante —grité con voz calmada, sin levantarme.
La puerta se abrió lentamente, y vi a Dante asomarse tímidamente, con la cabeza baja y las manos ocultas detrás de su espalda. Había algo en su postura que inmediatamente me hizo ponerme en alerta. Dejé el secador a un lado, me levanté y me acerqué a él, agachándome para quedar a su altura.
—¿Qué pasó, Dante? —le pregunté en un tono suave, buscando sus ojos con los míos.
En cuanto nuestras miradas se encontraron, Dante rompió en llanto y se lanzó a mis brazos con fuerza.
—Perdón, mami. No quiero que estés enojada —sollozó, aferrándose a mi cuello como si temiera que me fuera a desvanecer.
Sentí cómo mi corazón se quebraba con cada una de sus palabras. Acaricié su pelo con suavidad, buscando calmarlo.
—A mí tampoco me gusta estar enojada, Dante —le dije, intentando mantener la voz firme—, pero no podés tratar así a los hombres que se me acerquen, menos si son amigos de mamá, ¿sí?
Dante sacó la cabeza de mi cuello, sus mejillas empapadas de lágrimas. Con sus manitos se limpió torpemente el rostro, intentando mantener la compostura.
—Es que... no quiero que nadie te lleve de mi lado —dijo, apenas en un susurro, como si confesara su mayor miedo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al escucharlo, y antes de que pudieran caer, sostuve su carita entre mis manos, obligándolo a mirarme.
—Nadie, pero nadie —dije con firmeza—, va a sacarte de mi lado. Sos mi hijo, y eso es para siempre.
Lo abracé fuerte y le besé el cabello. Su pequeño cuerpo se relajó al escuchar mis palabras, y, cuando lo miré de nuevo, tenía una sonrisa tímida en los labios.
—¿Puedo dormir con vos? —preguntó en voz baja, como si temiera mi respuesta.
Le devolví la sonrisa.
—Por supuesto, cielo. Vení.
Lo alcé y lo llevé hasta mi cama. Lo acomodé en el centro y me acosté a su lado, dándole un beso en la cabeza, pensando que ese pequeño momento nos traería algo de paz.
—Mami... —dijo de pronto, como si algo importante lo estuviera rondando desde hace rato.
—¿Sí?
—¿Puede papá dormir con nosotros? —preguntó, con la misma inocencia de siempre. Mi cuerpo se tensó inmediatamente, y supe en ese instante que no iba a poder negarme. Aunque lo último que quería en ese momento era ver a Bruno.
Intenté procesar lo que sentía, pero Dante notó mi indecisión.
—¡Porfissss! —exclamó, juntando sus manos y haciéndome ese puchero irresistible que siempre me desarmaba.
Solté una pequeña risa y negué con la cabeza.
—Está bien —cedí—. Ahora lo voy a buscar.
Me levanté de la cama y me dirigí hacia la habitación de Bruno. Toqué la puerta suavemente, y esperé. La puerta se abrió, y Bruno me miró sorprendido, con una mezcla de desconcierto y algo más que no pude descifrar.
—Sofía, ¿está todo bien? —preguntó, visiblemente nervioso, evitando mi mirada.
Sabía que esto le extrañaba tanto como a mí.
—Dante quiere que durmamos los tres juntos —dije, sin más explicaciones. Giré sobre mis talones y me encaminé de regreso a mi habitación, pero me di cuenta de que no me seguía. Me detuve y giré la cabeza, viéndolo parado en el marco de la puerta, completamente en shock.
—Apuráte antes de que me arrepienta —le advertí, y seguí caminando, escuchando finalmente sus pasos apresurados detrás de mí.
Al llegar, Dante estaba cómodamente instalado en el centro de la cama, lo cual agradecí. Así, al menos, no tendría que dormir pegada a Bruno. Subí a mi lado de la cama, pero cuando estaba a punto de acomodarme, sentí que una mano me agarraba de la muñeca.
—Sobre lo que pasó hoy... —comenzó Bruno.
Lo interrumpí antes de que pudiera decir más.
—Ahora no, Bruno —dije de manera tajante, soltándome de su agarre.
Me acosté junto a Dante, mientras Bruno se acomodaba al otro lado. En cuanto lo hizo, Dante, medio adormilado, se trepó sobre el pecho de su papá, quedándose dormido encima de él como si fuera lo más natural del mundo.
—Mami —me llamó con su voz soñolienta, indicándome que me acercara más.
Sentí una mezcla de nervios y ternura, pero me acerqué solo un poco.
—Más cerca, mami. Te quiero abrazar —dijo, estirando su manita hacia mí.
Solté un suspiro y, resignada, me acerqué más, sintiendo la mirada divertida de Bruno clavada en mí. Sabía que estaba disfrutando esta situación, pero no dije nada. Cuando estuve lo suficientemente cerca, Bruno aprovechó y pasó su brazo por mi cintura, atrayéndome hacia él hasta que la mitad de mi cuerpo quedó sobre el suyo. Dante no tardó en rodearme con sus bracitos, anclándome a ese lugar. Ya sin más opción, me dejé llevar por la calma que ese abrazo me ofrecía.
Sentí la calidez de Bruno a mi lado, su brazo fuerte alrededor de mí, y, aunque odiaba admitirlo, la seguridad de ese momento me hizo relajarme por completo. Dejé mi cabeza descansar en el hueco de su cuello y no pude evitar respirar su aroma, sintiéndome inesperadamente fascinada. Bruno me apretó un poco más y dejó un beso suave en mi cabeza.
Editado: 20.11.2024