Sofia
Ayer, domingo, fue un día encantador que compartimos en familia. Decidimos ir a una feria, y Dante quedó completamente fascinado con cada puesto, cada juego y cada atracción. Nos costó un buen rato convencerlo de que era hora de regresar a casa, pero al final lo logramos, prometiéndole que algún día volveríamos. Esa promesa, junto con el cansancio, lo tranquilizó.
Hoy me desperté un poco más tarde de lo habitual, disfrutando del lujo de un lunes sin trabajo. Fue un descanso que sentí muy merecido después de un fin de semana tan agitado. Despertar en los brazos de Bruno fue una sensación increíble; su calidez y la paz de ese momento hicieron que deseara que todas mis mañanas comenzaran de esa manera.
No desayuné en casa, ya que había quedado con Cami para encontrarnos en una cafetería y desayunar juntas. Estacioné el auto justo enfrente de la cafetería y, antes de bajar, me acomodé la ropa. Había elegido unos mom jeans azules y un suéter azul oscuro, y en los pies llevaba unas Adidas Samba también azules, a juego con mi atuendo. Me recogí el cabello en un moño desordenado y colgué al hombro una cartera marrón que complementaba el conjunto.
Al entrar, vi a Cami ya acomodada en una de las mesas junto a la ventana, observando los transeúntes. Al verme, sus ojos se iluminaron y se levantó para recibirme con un abrazo cálido y apretado.
—¡Por fin te veo! —exclamó, dándome un pequeño golpe en el hombro, divertido—. Pensé que te habías olvidado de mí. —Su tono dramático me hizo reír.
—¿Cómo podría olvidarme de mi mejor amiga? —le guiñé un ojo, divertida.
Cami soltó una carcajada y tomamos asiento.
—Ya ordené nuestro desayuno —me dijo, sonriendo cómplice.
—¡Genial! Porque me muero de hambre —dije, dejando la cartera a un lado en la mesa—. ¿Y cómo has estado en la empresa? —pregunté con interés, justo en el momento en que el mesero llegó con nuestro pedido. Le sonreí y le di las gracias, aceptando mi plato y mi café.
Cami tomó un sorbo de su café, disfrutando del sabor antes de responder.
—La verdad, bastante bien —dijo, dejando la taza sobre la mesa con una pequeña sonrisa—. Hasta ahora, trabajar con mi hermano ha ido bastante bien, y sé que en gran parte se debe a cierta señorita argentina —dijo, alzando las cejas con picardía.
Me reí, sintiendo mis mejillas enrojecer ligeramente.
—Sobre eso… —tomé aire y la miré a los ojos—. Bruno y yo decidimos romper el contrato —solté de golpe, observando cómo los ojos de Cami se agrandaban por la sorpresa. Sus cejas se fruncieron, y pude ver en su expresión que imaginaba lo peor. Antes de que tuviera oportunidad de decir algo, continué—: Lo rompimos porque él me pidió que le diera una oportunidad real, una relación de verdad, sin mentiras ni contratos. Quería algo auténtico, y le dije que sí.
Terminé de hablar y esperé su reacción, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Cami se quedó mirándome fijamente, procesando mis palabras, hasta que de repente soltó un grito de alegría y se levantó para rodearme en un abrazo fuerte y afectuoso. Le correspondí el abrazo, riendo y emocionada por su reacción.
—¡Me alegra tanto que todo haya salido bien! Se nota que Bruno te quiere de verdad —dijo, separándose un poco para mirarme con los ojos brillantes de emoción—. Y no puedo estar más agradecida de que seas tú quien haya logrado atravesar esa coraza de mi hermano —me tomó de las manos, sus ojos llenos de lágrimas—. De verdad, muchísimas gracias por darle la oportunidad de mostrarse tal y como es —susurró, y en ese momento no pude evitar que se me escaparan unas lágrimas.
—No tenés que agradecerme nada —le respondí mientras le secaba una lágrima que se le había escapado—. Soy yo la que está agradecida con Bruno por dejarme ser parte de su vida y su familia. Aunque nuestra historia comenzó con una mentira, él me dejó ser la mamá de Dante, y eso es algo que no cambiaría por nada en el mundo. —Le sonreí, emocionada—. También estoy agradecida de que vos y tu familia me acepten y me hagan sentir parte de todo esto. No podría pedir nada más —dije, volviendo a abrazarla y dejando un beso en su mejilla.
—¡Dios mío, So! ¡Siempre me haces llorar! —dijo entre risas, regresando a su asiento mientras se limpiaba las lágrimas.
Me encogí de hombros y le sonreí, divertida y conmovida al mismo tiempo.
Después de ese emotivo momento, continuamos charlando de todo y de nada, riéndonos y compartiendo anécdotas, hasta que nos dimos cuenta de que ya era hora de irnos. Cami tenía que regresar a la empresa, y yo debía ir a buscar a Dante.
Al llegar a la escuela para buscar a Dante, me bajo del auto y me quedo esperando a que lo dejen salir. Mientras tanto, una extraña sensación me invade; siento que alguien me observa. Instintivamente, miro a mi alrededor, recorriendo con la mirada cada rincón, pero no hay nadie. Nadie parece estar mirándome. Respiro hondo y decido no darle importancia, convenciéndome de que tal vez es solo mi imaginación.
Justo en ese momento, las puertas se abren, y los niños comienzan a salir, llenando el lugar de risas y pequeños gritos. Entre ellos, aparece Dante, que al verme corre con los brazos extendidos y una enorme sonrisa iluminando su rostro.
—¡Mami! —grita con entusiasmo mientras se lanza hacia mí.
Editado: 20.11.2024