Dulce Mentira

Capítulo 20

Sofia

No había podido dormir en toda la noche. Las imágenes y los mensajes no dejaban de rondar mi cabeza, como si estuvieran grabados en mis párpados cada vez que intentaba cerrarlos. A medida que pasaban las horas, la incertidumbre se volvía más insoportable. Finalmente, decidí levantarme antes que Bruno. Necesitaba respuestas, y sabía que Renzo podría ser un buen punto de partida.

Cuando llegué al restaurante, Renzo ya estaba esperándome. Estaba sentado en una mesa cerca de la cocina, con dos cafés humeantes frente a él. Me sonrió en cuanto me vio acercarme.

—Sos el mejor —le dije, tomando uno de los cafés y sentándome frente a él.

Renzo arqueó una ceja, notando mi expresión cansada y preocupada.

—¿Qué pasa? Tenés una cara… —dijo, estudiándome mientras daba un sorbo a su café.

No respondí de inmediato. Saqué mi celular, lo desbloqueé y se lo pasé, mostrándole los mensajes y las fotos. Mientras él leía, mis manos jugaban nerviosamente con el vaso de café. No quería mirarlo, pero no podía evitar observar cómo su rostro cambiaba, pasando de la incredulidad a una expresión más seria.

Finalmente, Renzo dejó el teléfono sobre la mesa y me miró con cautela.

—¿De verdad creés lo que dicen estos mensajes? —preguntó, con el tono medido pero preocupado.

Suspiré profundamente, sintiendo cómo el peso de mis pensamientos me hundía en la silla.

—No sé, Renzo. La primera foto fue tomada anoche, estoy segura de eso. Y la última... sospecho que es verdad. Creo que es de cuando Dante estaba en la panza de su mamá biológica —murmuré, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos.

Renzo tomó mis manos entre las suyas, en un gesto cálido y reconfortante.

—La mujer de la primera foto es la hija de un inversionista importante del restaurante. Es una nena de papá, insoportable. La conocí en una reunión, me coqueteó descaradamente, pero la corté en seco. Se ve que después fue a probar suerte con Bruno —dijo, con un toque de disgusto en la voz—. Pero no creo que la foto sea lo que parece. Esa chica se pega como garrapata. A mí también me tocaba todo el tiempo, y no había manera de que entendiera que no quería que lo hiciera.

Sus palabras me dieron un poco de calma. La claridad con la que hablaba y su indignación parecían genuinas, lo que me ayudó a disipar algunas de las dudas que había acumulado durante la noche.

—Y la otra foto… —dije, pensando en la imagen de Bruno con esas dos mujeres —. Tengo que preguntarle directamente. No me hace bien seguir así. Necesito respuestas.

Renzo asintió, comprensivo.

—Eso es lo mejor. Pero sea lo que sea, recordá que estoy acá para lo que necesites —dijo, levantándose para darme un abrazo.

—Gracias, Renzo. De verdad, gracias por todo —respondí, apretándolo con fuerza antes de salir del restaurante.

Cuando llegué a casa, subí a nuestra habitación. Bruno estaba saliendo del baño, todavía en piyama, con el cabello húmedo. Su rostro se iluminó al verme entrar.

—No estabas cuando desperté —dijo con una sonrisa, caminando hacia mí. Se inclinó para besarme, pero me aparté, esquivando el gesto.

Su expresión cambió de inmediato. Frunció el ceño, claramente confundido. Antes de que pudiera hablar, lo interrumpí.

—Tenemos que hablar —dije con firmeza.

Me dirigí al sillón que estaba frente a la cama y me senté, indicando con un gesto que hiciera lo mismo. Bruno obedeció, pero lo hizo con lentitud, como si ya sospechara lo que estaba por venir.

Nos quedamos en silencio por un momento. Yo intentaba ordenar mis pensamientos, mientras él me observaba, inquieto. Sus manos se movían de manera nerviosa, frotándose las palmas contra los muslos, y sus ojos buscaban los míos con una mezcla de preocupación y miedo.

Respiré profundamente, intentando contener la tormenta de emociones que amenazaba con desbordarme. Las ganas de gritarle, de reprocharle, estaban ahí, pero sabía que eso no nos llevaría a nada. Somos adultos, y los problemas deben enfrentarse con claridad y sin sacar conclusiones apresuradas.

—Voy a hacerte unas preguntas, y necesito que me respondas con sinceridad. —Mi voz sonó más calmada de lo que esperaba, pero firme.

Bruno asintió lentamente, su mirada ahora cargada de expectación.

El momento de la verdad había llegado.

Bruno tomó aire profundamente antes de asentir. Su expresión, mezcla de nerviosismo y preocupación, no se despegaba de mí. Yo, con el corazón martillando en mi pecho, decidí empezar.

—Hoy recibí un mensaje —dije, sacando mi celular y desbloqueándolo. Le tendí el teléfono, mostrándole las fotos y el texto.

Bruno tomó el dispositivo con manos temblorosas. Sus ojos se movieron rápidamente mientras leía, y su mandíbula se tensó. Al terminar, cerró los ojos por un momento y dejó el teléfono sobre la mesa frente a nosotros.

—¿De dónde salió esto? —preguntó con voz baja, casi inaudible.

—No lo sé. Era un número desconocido. No me importa de dónde salió. Lo que quiero saber es si lo que dicen y lo que muestran estas fotos... —mi voz se quebró— ...es verdad.




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