Dulce Muerte

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Mi mente no pudo más, yo ya no podía controlar mis impulsos compulsivos. Agredí a todo al que se me ponía en frente. Mi mamá, mi papá, mis hermanos y mis tíos los agarre a golpes, era un cuerpo imparable de agresión física. Sentía como mis ojos mandaba señales amenazantes cada vez que veía a cualquier persona, la única forma de advertir mis actos. No escuchaba y solo hacía lo que mi cerebro le mandaba a mi cuerpo, golpear, con el simple hecho de golpear a alguien me hacía sentir excitación y una adrenalina fugaz que disfrutaba en cada segundo, agredí a tantas personas ese día, que estuve a punto de golpear a mis abuelos, pero no lo hice, porque antes de que pudiera acercarme me habían neutralizado, manteniéndome contra el suelo, mi hermano encima de mi tomando mis muñecas para evitar cualquier otro movimiento y mi padre me tomaba de las piernas, intente zafarme para volver a golpearlos, pero dos personas sosteniendo mi cuerpo no podía hacer nada.

No me podía calmar, no sé de donde salió las energías de seguir intentar soltarme para poder salir a la calle para golpear a todo el que viera. Me ataron mis pies y manos con una sábana, luego envolvieron mi cuerpo con otra sabana para anular mis movimientos.

Me llevaron a una clínica psiquiátrica, en el auto yo aún seguía desquiciado, las ganas de querer salir me hacían golpear la ventana con mi cabeza lo más duro que pudiera, pero antes de poder seguir lastimándome, mi hermano me tomó de la cabeza para evitar hacerme daño, pero le cause una mordedura en la mano, lo cual conseguí que me tomara de los pies jalándome hacía arriba quedando mi cabeza en el piso del asiento de atrás, para dejar de moverme mi hermano se levantó y puso su pie en mi pecho, pero se sentía en la garganta y me costaba el respirar. A pesar de los impulsos de mi cuerpo, mi mente era consciente de lo que estaba sucediendo, escuchaba a mi madre decirle a mi papá: “Apúrate José, hijo cálmate por favor ¿Qué te está sucediendo?” después llamo a al tío al que había agredido: “No sé qué le paso, no sé porque empezó a golpear, pero sigue igual de agresivo que en la casa, ya lo tiene bien agarrado Miguel, pero no me queda claro, le pregunto, pero no contesta, se vuelve más violento aún”. Yo sin detenerme me pregunto lo mismo. ¿Qué fue lo que pasó?

Llegamos a la clínica psiquiátrica, llegaron dos hombres altos y fornidos sujetándome con facilidad, me intentaba zafar de ellos, pero uno puso su mano en mi cuello haciendo un movimiento extraño que me dejo inmóvil por unos minutos. Me iban llevando a una puerta que llevaba a un pasillo, antes de entrar retuvieron a mis papás y a mi hermano. La ultima cara que vi fue la de mi madre, preocupada con la cara hinchada a punto de llorar. No alcance a ver si lloro.

Era un pasillo largo con varias puertas a los lados, el hombre que me inmovilizo me tenía cargado en su hombro, llego el otro hombre con una camisa de fuerza y una silla de ruedas con correas incrustadas en el asiento, me quitan las sábanas y siento como la sangre vuelve a circular por mis manos y pies. En ese pequeño descuido, con la rabia del hombre que me inmovilizo, le metí un codazo en la nariz logrando que me soltara, empecé a correr hacia la sala donde habían dejado a mis padres para satisfacer los impulsos que pedía mi cerebro, pero otro hombre se me puso en frente, tomándome de los hombros aventándome hacia atrás para que cayera. Levantaron mis brazos y con la gran mano del hombre, puso su palma sobre mi pecho llamando mi atención. Estas personas eran tan profesionales y experimentadas que sin que me diera cuenta, tenía ya la camisa de fuerza bien puesta, con las correas amarradas fuertemente. Forcejeaba y forcejeaba y por mas no lograba romper la camisa, la tela sí que era bastante gruesa y daba mucho calor.

Me pusieron en la silla de ruedas, abrocharon las correas de mis pies, me pusieron un cinturón que rodeaba mi cintura y por ultimo me abrocharon las correas del torso. Me hacia el indomable, queriendo demostrar que conmigo no sería tan fácil su tarea, me hice uno a la silla lo cual provocaba que me volcara de un lado a otro.

Estuve en el pasillo con la misma energía de salir por unos minutos, una señora entro al pasillo para darles un anuncio de lo que iba a proceder de mí.

La señora dijo: “Los padres ya lo internaron, ya les informaron del estado en el que está el joven, autorizaron para que lo sedaran y lo metieran al consultorio”.

El consultorio, una habitación con una lámpara grande y blanca, una camilla mueble donde guardan jeringas y pastillas. Un hombre se quedó a cuidarme para que no intentara soltarme mientras venia un psiquiatra.

Mi mente empezaba a ponerse más inquieta, cada vez tenía más sed de salir a llenar mis fetiches violentos, pero por más que intentara soltarme, la dura camisa de fuerza disminuía mis movimientos. El hombre me colocó cierta cantidad de sedante, lo cual me hizo sentir más impulsos de hacer daño.

Llega el psiquiatra, un señor de barba de candado, sin cabello, utilizando un traje azul rey. Le pidió al hombre que se retirara de la sala y nos dejara solos. Se cierra la puerta y el hombre comienza a hablar.




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