—Papá, nos estás asustando. —dijo Sabrina con la respiración entrecortada, sin poder dejar de mirar por la ventana del auto en el que iba a toda velocidad. Estaba huyendo de Gaza con su padre y hermana de siete años. —¿A dónde nos estás llevando?
—Tranquila cariño, todo saldrá bien. —aseguró Naim con un nudo en la garganta.
—Por favor, papá, llevas horas conduciendo y sabes que no servirá de nada. Nos van a encontrar. —se desesperó Sabrina abrazando a su hermana pequeña, que no podía dejar de llorar.
A su corta edad, la niña había presenciado las escenas más duras que cualquier ser humano podría llegar a soportar. Lo único que calmaba su inocente corazón era levantar la cabeza para ver a la bella joven de ojos azules que la abrazaba con todas sus fuerzas. Su hermana mayor era su lugar seguro en el mundo.
Sabrina fue obligada a vivir una horrible pesadilla, cuando todavía no había cumplido ni los veintiún años fue prácticamente vendida a un hombre cruel que la convirtió en su esposa, pero aún contra todo pronóstico, se mantenía firme y fuerte. Juntas vieron morir a su madre a causa de una bomba, que cayó muy cerca del jardín, en la propiedad de su familia. También tuvieron que presenciar la muerte de sus hermanos mayores y de sus familias.
El corazón de Sabrina no podía soportar más sufrimiento, su ciudad Natal estaba ardiendo en llamas, sus calles bañadas con sangre. Gaza se había convertido en el infierno. Su país, Palestina, estaba en medio de una guerra, no había ni una sola esperanza de encontrar la paz.
—Papá por favor, déjame bajar del auto. —rogó Sabrina sabiendo que no huían únicamente de la guerra. —Nayla tiene la posibilidad de escapar, pero yo no. Huye papá, déjame aquí.
—¡No, Sabrina, por favor no me dejes! —suplicó Nayla escondiendo el rostro en el costado de su hermana, aferrándose a ella.
—No pienso dejarte aquí. Cometí ese error hace meses, y no pienso volver a hacerlo. —respondió Naim con vehemencia, viendo por el retrovisor como las lágrimas caían por las mejillas de su hija mayor.
—Conmigo no podrán huir. Nos encontrará papá, y no podría soportar perderlos a ustedes también. Él no te va a perdonar por haberme ayudado.
—Confía en mí, Sabrina, confía en tu padre…aunque no lo merezca, pero te pido por favor que esta vez confíes en mí.
Los últimos integrantes de la familia Mansour llegaron a un puerto abandonado a varios kilómetros del centro de Gaza, en donde un viejo amigo de Naim esperaba por ellos junto a otros tres hombres.
—Gracias Abdel, gracias de verdad por acudir a mi llamada. —habló Naim con la respiración acelerada. Era de madrugada y había muy poca luz en el lugar.
Desde donde estaban, podían ver como las bombas caían en algunos puntos de Gaza e iluminaban el cielo, todavía estaba amaneciendo, pero el humo mantenía aquella zona bajo una sombría oscuridad. Era como asistir al fin del mundo.
—Debemos hacer esto rápido Naim. Yo también necesito huir con mi familia cuanto antes. Ya hemos perdido mucho y no quiero perder a otro hijo. —contestó Abdel acompañándolos con prisa hasta un barco cargado con algunos contenedores marítimos.
Sabrina se puso tensa, fue como si un agujero negro se abriera en su pecho al verlos. No estaba segura del color pues no había mucha luz, pero parecían ser negros y por los hombres que habían en la extraña embarcación, la joven tuvo la sensación de que su carga no era algo lícito.
Los hombres movieron unas cajas que habían en el interior de uno de los contenedores. El único que permanecía abierto, esperando por las dos hermanas. Allí había un pequeño espacio, demasiado estrecho para las dos, pero suficiente para mantenerlas ocultas y protegidas durante el viaje.
—¿El viaje será seguro para mis hijas, Abdel? —preguntó Naim mirando a su amigo con ansiedad, y el corazón de Sabrina se le subió por la garganta al escuchar a su padre.
—Esta gente elige las rutas más largas y más peligrosas, pero su mercancía siempre llega entera a su lugar de destino. —aseguró Abdel. —No te puedo aasegurar nada después Naim, pero mientras estén en este contenedor, tus niñas estarán a salvo.
Naim asintió aguantando las ganas de llorar, luego se giró para ver por última vez a sus hijas.
El hombre abrazó a su niña pequeña, entregó su destino en las manos de Alá, y la envolvió en una manta antes de ayudarla a entrar en el escondite.
Aprovechando que Nayla no podía escuchar la conversación, Naim agarró las manos de Sabrina entre las suyas y avergonzado, abrió su corazón a uno de sus mayores tesoros.
—Espero que algún día puedas perdonarme por haber robado tu futuro y desgraciado tu vida. —habló con sinceridad y Sabrina limpió sus lágrimas, pues no había rencor en su corazón. —Estabas feliz en la Universidad en Inglaterra. Luchaste por tener algo más en esta vida, y yo te lo arrebaté en mi estúpida ignorancia de creer que hacía lo mejor para ti. Solo espero que ahora tu hermana y tú puedan encontrar la libertad.
—Está todo olvidado papá, no pensemos en el pasado pues ya no tiene sentido hacerlo. El pasado, pasado está.—respondió Sabrina acariciando su rostro, luego miró alrededor y preguntó. —¿A dónde nos estás enviando?
Sabrina sabía que aquel no era un barco para refugiados, pues todos iban repletos de personas, y en aquel solo las habían recibido a ella y a su hermana pequeña.
—¿Por qué nos separamos aquí, papá?, podrías haber conducido hasta Jordania como tantos otros lo han hecho. —Sabrina interrogó a su padre sin poder entender la motivación de sus decisiones. —Nayla y tú hubiesen tenido una oportunidad sin mí.
—Jamás te abandonaría, hija mía, y no puedes caer en manos de las autoridades ahora Sabrina. —contestó su padre con firmeza. —Si llegan a ver la marca en tu cuerpo, sabrán quién eres y entonces estarás perdida. En cuestión de horas estarás de regreso y sabes lo que ocurrirá. Esta es tu única salida mi niña.