-¿A dónde vas Riccardo? -inquirió Demie corriendo detrás de él cuando lo vio salir de la habitación con como un huracán. -¡¿Riccardo dime a dónde piensas que vas?
Riccardo se giró para verla y soltó una orden.
-No quiero te muevas de esa puerta, vigílalas a las dos, que nadie se acerque a ellas. Asegúrate también de que no intente escapar. Algo me dice que esa chica no tiene la intención de quedarse en una jaula, la veo capaz de buscar una manera de huir.
-Riccardo hay algo que necesito decirte sobre ellas. -Demie intentó advertirle de lo que había descubierto, pero Riccardo no tenía cabeza para escuchar nada.
-¡Ahora no, Demie! -respondió exasperado. -Cuando regrese hablamos, solo haz lo que te digo por una única vez en tu vida.
-¡Dime por lo menos adónde vas! -exigió Demie que estaba encargada de protegerlo, pero no podía hacer nada cuando actuaba con tanta terquedad.
Riccardo la ignoró, en lugar de responder a su mano derecha, se arrancó la camisa y ordenó.
-¡Betas, a las lanchas!
Seis hombres siguieron a Riccardo mientras que este se desvestía hasta quedar únicamente con sus boxers negros.
Uno de sus generales le entregó un traje oscuro de agua, estaba hecho especialmente para las misiones que el italiano hacía por mar. Otro le entregó un cuchillo de sierra que Riccardo guardó en la cintura. Se armaron hasta los dientes y lo seis soldados más experimentados de Lucchese siguieron a su líder hasta las motos de agua que había en la playa. Todas hacían conjuntos con aquellos trajes que marcaban cada músculo de esos hombres poseedores de una anatomía majestuosa. Riccardo destacaba, no solo por su cuerpo, sino que también por la hermosura de su rostro. Poseía la cara de ángel, una mascará que escondía un espíritu considerado inhumano para muchos.
Desde la ventana de la habitación dónde las dos hermanas dormían, Demie vio a su jefe abandonar la isla con sus mejores soldados. Los Betas que seguían a su jefe hasta el infierno si fuese necesario. Ella también estaba dispuesta a hacerlo, a cualquier coste.
Demie sujetó su pistola y posó la mirada en la joven que dormía al lado de su hermana pequeña. Si tenía que matar a aquella mujer para proteger los intereses y el imperio de Riccardo, lo haría sin pensarlo dos veces.
Unas horas después del disparo que Nayla recibió, Riccardo volvía tener las manos manchadas de sangre, pero esta vez no sintió culpa o desesperación. Solo había placer, un profundo e intenso placer.
-¡Mi hijo no sabía que la mercancía era tuya! -gritó Giacomo Gambino, el cabecilla de la familia que se atrevió a invadir el territorio del Señor del Mediterráneo.
-¡Conoces perfectamente mis barcos, tanto tú como esos energúmenos a los que llamas “hijos”! -lo desmintió Riccardo con una calma moderada soltando el cuerpo de un hombre que había matado con sus propias manos. -Pensabas que estaba debilitado por la falta de mercancía, que iban a poder conmigo, pero ahora sabes que te has equivocado y Andrea hizo algo imperdonable que yo jamás olvidaré. Aunque esté muerto ustedes también recibirán el castigo que me hubiera gustado para él.
-Si tu mercancía se ha dañado puedo pagarte, ¡¡llévate las putas que quieras, tengo muchas!! -escupió Giacomo en un inútil intento de salvarse de la ira de Riccardo.
-No se trata de dinero, sino de una persona que pasará el resto de su vida teniendo pesadillas por vuestra culpa. Ese miedo que ella jamás olvidará es lo que no puedo perdonar. -aseveró Riccardo dando la orden a sus hombres, dando luz verde para que hicieran su trabajo, pero él fue el primero en realizar el primer disparo.
Riccardo miró con asco al hombre que cayó muerto a sus pies. Un miserable hijo de puta. Todos sus negocios estaban relacionados con la explotación de mujeres, algo que Riccardo no soportaba. Giacomo aparte de proxeneta era un jodido violador, pero en Riccardo encontró el peso de la justicia divina.
Aquella noche todo el clan de los Gambino fueron asesinados, menos uno…
-¿¡Cómo que Daniele logró escapar?!-Riccardo interrogó a uno de sus Betas que no pudo impedir que el hijo menor de Giacomo lograse fugarse con algunos de sus hombres.
-Se escondió señor, seguramente nos vio llegar y se preparó para huir. -respondió el soldad con la cabeza gacha. Riccardo pegó un puñetazo a la pared más cercana que tenía y tragó toda su rabia para no volver a perder el poco control que tenía.
-¡Quiero que lo busquen incluso debajo de las piedras, siendo quién es no puede ir muy lejos! -demandó Riccardo con tono frío y gutural.
Riccardo no podía permitir que alguien de aquel sucio clan permaneciera con vida, pero mientras arrancaba del cuello de Giacomo una cruz de oro como prueba de que había cobrado su venganza. Daniele Gambino observaba la playa privada de su familia desde un barco.
-¿Estás seguro de lo que estás diciendo?-inquirió mirando a uno de los pocos hombres de confianza que tenía. El hombre respiraba con dificultad después de tener que nadar hasta el barco de Daniele. -¿Lucchese no ha matado a mis hermanos y a mi padre porque intentamos robarle?
-Un hombre como ese no hace algo así por unas toneladas de coca que ni siquiera llegamos a rozar. -contestó el hombre mirando hacia atrás, observando como incendiaban toda la propiedad. -Lo hizo por alguien, jefe. Eso fue una venganza, cobró la vida de su familia por alguien.
Daniele besó el anillo que tenía en el dedo antes de hacer un juramento. En sus ojos reflejaban el brillo de las llamas que consumía el legado de horror de su familia.
-Si Riccardo cobró venganza por alguien, entonces encontraré a esa persona y cobraré su vida. Mi padre no irá solo al infierno.
Fueron horas, horas que Riccardo se tomó para pensar en todo lo que había hecho en unas horas. Minuto a minutos observó la destrucción de la familia que casi ocasionó la muerte de aquella pequeña, aquella que le hizo recordar una vieja canción que su madre le solía cantar. No iba a decirlo en voz alta, pero sí lo había hecho por ella.