Mirando fijamente el azul de sus ojos, Riccardo acortó la distancia entre ellos, rezando para que ella no percibiera que él estaba temblando de los pies a la cabeza. Por dentro era como un niño asustado. No podía explicarse como la mirada de una mujer lo tenía tan intimidado.
Sabrina no sabía que le causaba más temor, estar desnuda y a solas con el mafioso que sujetando una pistola la miraba como si fuese el enemigo, o todo lo que Riccardo le estaba haciendo sentir.
Su espalda se arqueó, todos sus músculos se pusieron rígidos y un escalofrío erizó toda la piel de Sabrina cuando Riccardo señaló las tres líneas en su costado con el cañón de la pistola. Lo más impresionante es que cuando separó sus labios y su voz inundó el ambiente, la bebita en su pancita comenzó a darle fuertes patatas. Sabrina pensó que su hija tal vez podía sentir todo lo que el italiano le provocaba.
-Sé lo que significa esto, sé que tienes un dueño. Así que te daré una sola oportunidad de hablarme con la verdad, para decirme quién eres y qué cojones hacías en mi barco. -demandó Riccardo con la voz muy baja.
En ese momento Riccardo esperó ver el miedo en sus ojos, como una presa acorralada por su cazador, pero fue todo lo contrario.
Sabrina se giró para verlo de frente, abrazando la toalla que cogió para cubrir su cuerpo desnudo y su embarazo. Levantó la barbilla y demostró valentía al mirarlo directo a los ojos.
-Si sabes lo que son, también sabrás que me han vendido. Que no tuve decisión sobre mi vida, ni sobre mi cuerpo. Qué me obligaron a servir a un monstruo, como mujer y como esclava. -respondió con firmeza. -¿Quieres saber qué hacía en tu barco? Te lo diré…Buscaba algo de esperanza para mi hermana, pues no deseo perderla como perdí a mi madre, a mis hermanos, y posiblemente también a mi padre. No creo que exista un lugar seguro para mí en este mundo, pero por lo menos voy a asegurar su futuro. Me niego a aceptar que viva todo lo que yo tuve que soportar.
-Eres la esposa de un soldado del Hamás, ¿cómo has podido escapar de Palestina sin perder la vida en el intento? -la interrogó Riccardo. La tensión entre ellos era palpable, ambos respiraban con dificultad, aunque el italiano era quien mejor lo disimulaba.
-Porque me creían muerta.-reveló Sabrina con una lágrima que caía por su mejilla.
Sabrina ahogó un gemido cuando Riccardo rozó una de las cicatrices de su espalda con mucha suavidad. Parecían recientes y claramente no se habían sanado bien.
-¿Ellos te hicieron esto? -preguntó levantando los ojos de sus heridas para mirarla.
Sabrina sabía que debía contarle toda la verdad, para todos los efectos ya estaba muerta. No tenía sentido ocultar su terrible historia de aquel desconocido que, a pesar de su desconfianza, salvó la vida de su hermana. Entonces comenzó a contar todo desde un principio.
-Cuando terminé la secundaria, mi madre recibió una herencia de una tía lejana. Con ese dinero y sin que mi padre lo supiera, me envió a otro país ayudándome a huir de Palestina para realizar mi sueño de terminar mis estudios, de ser una mujer libre. Llevaba dos años viviendo en Gales cuando mi padre logró convencerme a regresar a casa, con la excusa de que mi familia me extrañaba, que me habían perdonado. -Sabrina soltaba todo sin guardarse ni una sola lágrima. -No pasaba de una burda mentira. Mi padre debía mucho dinero a un político, al líder del Hamás. El hombre le hizo una “generosa” oferta. Perdonaría su deuda si me casaba con su hijo mayor…mi padre aceptó el acuerdo, creyendo que viviría como una reina. -Riccardo la vio morderse el labio inferior para soportar la rabia que esos recuerdos le causaban. -Nunca dejé de pelear por mis derechos y por mi libertad, incluso intenté escapar. Fue cuando mi esposo me encerró en un cuarto oscuro sin ventanas. Su familia me quería muerta por ser una mujer desobediente, pero él estaba encaprichado conmigo, así que me dio una oportunidad para seguir viviendo. Darle un hijo varón.
-¿El bebé qué estás esperando? -se interesó Riccardo controlando todo lo que verla embarazada estaba removiendo en su interior. Sabrina negó con la cabeza, ese embarazo fue justamente su sentencia.
-Estoy esperando una niña. -soltó volviendo a mirarlo mientras alisaba su pancita. -Mi esposo me consideró como una mujer inútil, entonces me hizo esto. -señaló las cicatrices de su espalda. -Para hacerme pagar por darle la vergüenza de no tener un primogénito varón. Nos quería muertas a las dos. Después entregó mi cuerpo a mi familia creyendo que ya no respiraba, y exigió que Nayla algún día debería ocupar mi lugar.
-Por eso tu hermana llevaba esa pulsera puesta. -entendió Riccardo y Sabrina asintió.
-Mi padre hizo lo imposible por salvarme, arrepentido de haberme entregado a ese hombre. Toda mi familia se reunió para escapar del país, pero antes de que pudiéramos subir a un avión comenzaron los bombardeos, y Gaza dejó de ser un lugar seguro para nosotros. Buscando la mejor manera, un camino para salir del país, fuimos perdiendo uno a uno a los miembros de nuestra familia, descubrieron que estaba viva y mi padre tomó la decisión de recurrir a cualquiera que pudiese ayudarnos. Fue así como logró subirnos a Nayla y a mí en uno de tus barcos.
Riccardo tomó su rostro y desconfiado la interrogó.
-En los puertos siempre hay chivatos que sueltan la lengua por un pedazo de pan, ¿cómo fue que llegaron ahí sin que nadie te encontrase?
-Un viejo amigo de mi padre que trabaja en el puerto. Él nos ayudó. -contestó Sabrina. -No sabía a dónde nos estaban enviando. No tengo ni la mínima idea de quién eres, y puedes estar seguro de que no estoy aquí para causarte problemas. Esa no es mi intención.
Riccardo se apartó de ella pasando la mano por la frente como si su cabeza estuviese a punto de reventar. Eran un problema, pero no era la primera vez que una mujer embarazada y una niña lo necesitaban.
Mirando otra vez a aquella chica, que había llegado a su vida de repente, y aquella barriguita tan pequeña, pero hermosa. Riccardo recordó una época de su vida en la que fue feliz. La sonrisa en el rostro de su hermana. Antonella también estaba embarazada de seis meses cuando la perdió y a su princesita, Amelia, tenía la misma edad de la niña que encontró en su barco. Era una muy cruel casualidad del destino. Era como si la vida le quisiera recordar todo lo que perdió.