En el pasillo Demie daba vueltas como loca, imaginando lo que Riccardo podía haber sido capaz de hacer en caso de que la chica fuese una espía. También le preocupaba como la llegada de las dos hermanas había afectado a su jefe.
En el momento que Demie vio a Riccardo salir de la habitación, corrió hacia él para averiguar qué había pasado, aunque no escuchó ningún disparo y eso podría ser buena señal. Aunque obviamente también Riccardo podía haber matado a la muchacha con sus propias manos.
-¿Está muerta? -preguntó Demie con ansiedad, revisando si había algún rastro de sangre en las manos de Riccardo.
-Está viva y seguirá así mientras permanezca en esta casa sin cometer ninguna estupidez. -anunció Riccardo y Demie frunció el ceño. -Te encargarás de ellas, esa es tu prioridad ahora.
-Sabes muy bien cuál es mi verdadera prioridad Riccardo, no tengo tiempo para ser la niñera de nadie. -rebatió Demie molesta.
-Pues ahora tienes dos prioridades, ese es tu trabajo.-afirmó Riccardo con autoridad.-Ahora pásame el teléfono, tengo que hacer una llamada.
-¿A quién piensas llamar? -preguntó Demie intrigada. Riccardo no tenía la costumbre de mantener contacto con nadie. La persona que se encargaba de eso era únicamente ella, pues su jefe prefería estar alejado del mundo.
-Necesito deshacerme cuanto antes de las dos, y solo conozco a una persona que podría ayudarme. -contestó Riccardo exigiendo que le entregase el aparato, Demie sabía bien de quién se trataba. No era de su agrado volverlo a ver, pero Riccardo fue firme. -Dame el maldito teléfono, Demetria.
Con frustración Demie lanzó el teléfono al suelo, negándose a participar en aquello. Riccardo resopló con fastidio por el mal genio que solía tener su consejera, luego marcó el número que se sabía de memoria. No era hombre de pedir ayuda, pero sabía que no iba a poder lidiar con aquel asunto solo o por lo menos sin provocar una guerra.
A la mañana siguiente, furiosa por hacer algo en contra de su voluntad, Demetria apretaba los puños con fuerza para recibir a un visitante especial que desembarcaba en la isla.
El visitante venía solo, tampoco necesitaba a nadie más. Solo la presencia de Enzo Capputo imponía miedo y respeto. Era una leyenda en aquella parte del Mediterráneo, a pesar de haber elegido seguir el camino opuesto al de su mejor amigo.
Cuando se plantó delante de Demie, Enzo la saludó con una sonrisa y una mirada que casi la hizo perder el equilibrio en sus piernas.
-Es un placer volver a verte, bichito.
Demie respondió a su atrevido saludo como mejor sabía hacerlo, acertando un buen puñetazo en la cara del jefe de policía de Malta, que tenía el doble de su tamaño por lo corpulento que era, pero aún así Demie le plantaba cara, segura de que en una pelea mano a mano ella sería la ganadora.
-¡Auuuch! Veo que todavía pegas duro, bichito. -bromeó Enzo pasando la mano por su mandíbula, donde apareció una marca roja.
-¿Te atreves a pisar esta isla con esa maldita placa colgando en tu cuello? -inquirió molesta. -¡¿Es que no sabes respetar la memoria de tu padre que algún día fue el Consigliere de la familia Lucchese?!
Enzo tocó su placa de policía, era capitán y había llegado muy lejos en su profesión después de dar la espalda a la única familia que le restaba. Por más que le dolía ver el resentimiento en la mirada de Demie, no se arrepentía de su decisión.
-Si quieres me la puedo quitar, pero estoy seguro de que mi placa no es lo único que deseas que me quite. -Enzo susurró muy cerca de su oído, rozando el calor de su aliento en el cuello de Demie. -Sé que te gusta verme desnudo. Aunque intentes negarlo, bichito.
—¡Preferiría verte con un tiro en la frente por cobarde y perro engreído!
—Después de darte un par de nalgadas y el placer de tu vida me imagino… ¡Ah no, espera! Si mal no recuerdo eso te lo he dado muchas veces y te encantó.
-Maldito presumido…¡Traidor!—Demie sacó la pistola, pero Enzo no se inmutó. Nada le daba más gusto que sacarla de sus casillas.
-¡Ya basta Demie! -vociferó Riccardo sorprendiéndolos a los dos, y extendió la mano para saludar el hijo del hombre que fue el mejor amigo de su padre y que murió a su lado intentando defenderlo. -No te puedo decir que eres bienvenido, pero sí que agradezco que hayas venido. ¿Has podido averiguar algo sobre ellas?
—A pesar de todo sigues siendo como una hermano para mí. —respondió Enzo dándole un caluroso abrazo. — Será mejor que entremos. Hay mucho que debes saber sobre tus “invitadas”.
Después de servir una copa de whisky a cada uno, Enzo soltó una carpeta en la mesita de centro. Un dossier con toda la información sobre las dos hermanas.
—Efectivamente todo lo que te ha contado la muchacha es cierto. —Empezó Enzo. —Se llaman, Sabrina y Nayla Mansour. Hijas de un ex militar que abandonó su carrera para dedicarse al comercio, debo agregar que no le fue muy bien. Ese hombre estaba hasta el cuello de deudas. —habló levantando las cejas con obviedad. —La madre, una mujer danesa que dejó su país y a su familia para convertirse al Islam por amor, ¡Una verdadera estupidez que acabó mal!. Pero la historia familiar no es lo que me preocupa.
Enzo habló con seriedad entregándole a Riccardo una carpeta con el contenido importante a cerca del marido de Sabrina. Los ojos de Riccardo se abrieron como platos. La relación de la joven con aquel grupo terrorista era mucho peor de lo que se había esperado.
—Esa muchachita esta casada con nada más y nada menos que Nihad Arafat, hijo de Ismail Arafat, líder del Hamás. —Enzo puso una lista delante de Riccardo que lo dejó aún más impactado. —El marido de Sabrina está entre los diez más buscados por la Interpol. Es un maldito genocida, está involucrado en más de treinta ataques terroristas en los últimos seis años. El Gobierno de Israel ofrece una fortuna por su cabeza.
—¡Maldita sea! —bramó Demie furiosa. —Un hombre como ese no puede permitirse una exesposa, a la que intentó matar, paseando por ahí.