Dulce Navidad

Capítulo 8: Noche de tormenta.

-¿Todavía te duele mucho el hombro? -preguntó Sabrina preocupada acomodando a Nayla a su lado en la cama.

La niña asintió sin dejar de mirar la cruz de oro con la que despertó una mañana. Sabrina le explicó que fue un regalo de bienvenida de Riccardo. Aunque ella no sabía que significaba realmente. Cuando el italiano puso el colgante en el cuello de su hermana, Sabrina tuvo la sensación de que se trataba de una especie de ofrenda.

-¿Me la puedo quedar para siempre, Sabrina…aunque no creamos en este símbolo? -preguntó Nayla haciendo un puchero, y Sabrina asintió mirando a su hermana con ternura.

-No estaría bien de tu parte rechazar el regalo de nuestro anfitrión. -contestó Sabrina pasando la mano por los cabellos de Nayla. -El señor Lucchese ha sido muy bueno con nosotras. Por lo tanto, debemos mostrarle gratitud y respeto.

Nayla asintió antes de guardar su colgante. Se había convertido en un pequeño tesoro para ella.

-Ese señor a veces me da un poquito de miedo, pero algo me dice que es bueno, solo que está triste. -dijo Nayla con la sinceridad tan bonita que posee un niño.

-¿Crees que está triste? -preguntó Sabrina con interés y la niña asintió cabizbaja.

 

-He visto a muchos rostros tristes, ahora puedo reconocer uno cuando lo veo en cualquier parte. Ese señor está muy triste, y solo. Me da mucha pena por él.

Sabrina sin decir nada pensó que su hermana estaba en lo cierto.

Desde que Riccardo aceptó la presencia de ambas en su isla, Sabrina pudo verlo en muy pocas ocasiones y en todas ellas, Riccardo evitaba mirarla o dirigirle la palabra. Pero en ciertos momentos, cuando jugaba con su hermana en el jardín o incluso durmiendo en la habitación que habían preparado para ellas, Sabrina tenía la extraña sensación de estar siendo observada.

Pasaron muchos días desde su llegada a aquella sombría mansión.

Estaba totalmente prohibido acercarse al despacho o a la habitación de Riccardo. Tenían que ser invisibles, mantener una distancia prudente con su anfitrión.

Sabrina sonrió pensando en Demie. En los últimos días aquella mujer de fuerte personalidad y de armar tomar se había convertido en su sombra. La seguía a todas partes, pero poco a poco comenzó a sentir cierto aprecio por las dos hermanas. Sabrina también percibió que Demie siempre andaba apurada. Que Algunas veces tenía que marcharse de la isla sin más y que vivía en una casa en el pueblo más cercano. Lo que más le parecía extraño a la joven, es que Demetria tenía mucha habilidad con los niños. Algo que parecía insólito para una mujer como ella.

Todo en aquel lugar a primera vista indicaba peligro, pero Sabrina se dio cuenta de que Riccardo Lucchese tenía un corazón que evitaba mostrar al mundo.

-Es hora de dormir mi pequeño torbellino, mañana será otro día. -anunció Sabrina y Nayla se incorporó para darle un beso a la mejilla. Luego la miró con interés.

-¿Sabrina, ahora estamos a salvo cómo lo quería papá? -preguntó la niña.

-Ahora tenemos esperanza, esperanza para volver a empezar. -contestó Sabrina.

Nayla con una sonrisa abrazó a Sabrina, volvió a darle un beso y luego bajó a la pancita de su hermana para hacerle lo mismo.

-Buenas noches mi sobrinita hermosa, te quiero mucho, mucho ¡montón! -susurró Nayla bajó la mirada llena de amor de su hermana mayor.

La niña se acurrucó en los brazos de Sabrina, en donde terminó cayendo en un sueño profundo.

Al percibir que su hermana estaba dormida una hora después, Sabrina salió de la cama, vistió un batín que le quedaba muy ajustado y caminó hasta el ventanal para mirar el embarcadero de la isla. Estaba totalmente vacío, no quedaba ni un solo barco de la frota de Riccardo que unos días antes se marchó en su yate de color negro.

Sabrina pasó la mano por su vientre mirándolo con preocupación. Su bebé no volvió a moverse con la misma energía desde aquella noche en la que Riccardo la tocó.

Recordando aquel momento, Sabrina también rememoró la conversación que tuvo con Demie aquella misma tarde.

-No lo he vuelto a ver. -murmuró Sabrina caminando al lado de Demetria en la playa. Ambas iban siguiendo a Nayla que jugaba ajena a la conversación.

-Será mejor así, él no desea verte. -respondió Demie con sinceridad y Sabrina bajó la cabeza. Algunas veces se sentía como una molestia en aquella isla. – Riccardo se marchó a resolver unos asuntos en las islas Baleares. Una banda está intentando hacerse con una de sus rutas. Averiguar exactamente lo que están haciendo y darles un escarmiento lleva su tiempo. Por eso el jefe y los Betas están tardando tanto en regresar.

-Pero ¿se encuentra bien? -preguntó Sabrina sin entender esa repentina preocupación que comenzaba a sentir por Riccardo. Demie se detuvo bruscamente mirándola intrigada.

-¿Por qué quieres saber si está bien?-espetó Demie desconfiada. Algunas veces era muy buena con ellas, pero no dejaba a un lado aquel espíritu de sabueso que poseía. -Si quieres saberlo porque en este momento es la única persona que puede protegerte, tranquila. Riccardo sabe cuidarse solo y si le llega a pasar cualquier cosa, yo estaré aquí.

Sabrina asintió sin insistir en saber más de Riccardo, pero aquella sensación de desolación ahora que su salvador no estaba en la isla, era cada vez más grande, eso era lo que sentía observando aquel desierto embarcadero.

Jamás a lo largo de su vida Sabrina había llegado a sentir interés por los hombres. Para ellas un hombre era sinónimo de cárcel, en repetidas ocasiones los relacionó con ser la posible causa de la pérdida de su libertad. Después de su matrimonio, con un hombre tan agresivo y cruel, eso fue a peor…pero con Riccardo era diferente.

Sabrina sentía una profunda curiosidad por aquel hombre, era la primera vez que sentía tal sentimiento y atracción por el sexo opuesto. No podía sacar aquellos ojos grises de su cabeza. Algunas noches incluso soñaba con ellos, con la voz de Riccardo que provocaba extrañas sensaciones en su interior.




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