Sabrina se sentó pegada a la puerta intentando escuchar que estaba sucediendo, por qué Riccardo parecía haberse convertido en una bestia de repente. Fue cuando puso atención a sus gritos, a los golpes que pegaba a lo que fuese que encontraba por su camino. No era rabia, era dolor, estaba sufriendo…un sufrimiento sin medida que lo estaba rompiendo una vez más, como sucedía cada año. Ese era el castigo que la vida le había impuesto, aún cuando no lo merecía.
Impulsada por su corazón que parecía padecer junto al de él, Sabrina se armó de valor, e impulsada por una repentina necesidad de ayudar aquella alma afligida, salió de su habitación y caminó con precaución y cuidado por los pasillos, hasta llegar a una puerta al final que se encontraba entreabierta.
No había nadie, los Betas se habían encerrado en sus cuartos como hacían cada vez que Riccardo perdía la cabeza. Era eso o arriesgarse a morir en sus manos, pues en aquellas condiciones Riccardo no distinguía los amigos, de los enemigos.
Al entrar en la gigantesca habitación Sabrina se puso más nerviosa al ver que todo estaba hecho un desastre. Los muebles volcados, algunas obras de arte rotas y los espejos en las mismas condiciones.
Aún ante esa caótica y alarmante escena, Sabrina decidió entrar motivada por una voz que escuchaba en el interior. Riccardo hablaba solo con la cabeza pegada en un rincón. No llevaba la camiseta puesta, solo unos jeans oscuros y sus clásicos zapatos italianos. Todo su cuerpo estaba mojado por la lluvia, las gotas caían por su espalda diseñada con aquellos músculos perfectamente definidos.
El corazón de Sabrina se encogió al verlo, con pasos cortos se fue acercando muy despacio a él.
-Hola…-lo llamó Sabrina con la voz temblorosas. - ¿Se encuentra bien?
Riccardo no la escuchaba, seguía perdido en sus recuerdos, en la culpa y en el dolor que sentía.
-Fue mi culpa…fue todo por mi culpa…no están…no volverán a estar…estoy solo…-como en aquella ocasión en la playa, Riccardo decía cosas sin sentido alguno para quién no sabía todo lo que él había vivido en su pasado.
-¿Puedo ayudarlo en algo? -susurró Sabrina levantando muy despacio la mano para tocarlo. Pero retrocedió asustada cuando Riccardo se giró de repente.
Los ojos del italiano estaban rojos, sus cabellos empapados caían sobre su rostro. Su mandíbula estaba tensa y su mirada, su mirada era advertencia de que se había metido en la guarida del lobo. Lo más impactante fue descubrir que ella no era la única que llevaba cicatrices marcadas en su piel. Sabrina pudo ver ocho marcas de las balas que una noche casi le quitaron la vida a Riccardo. Ocho recuerdos que le hacían recordar que él pudo sobrevivir, pero las personas que tanto amaba no.
Sabrina vio aquellas cicatrices y sintió que su alma casi fue al suelo. Él también era un superviviente, pero lo que ella no se imaginaba es que Riccardo recibió aquellos disparos haciendo exactamente lo mismo que intentaba hacer por su hermana, proteger a un inocente.
-¿Cómo te atreves a entrar en mi habitación? -gruñó Riccardo mientras Sabrina se alejaba despacio de él.
-Lo siento…yo…yo…yo pensé que…que necesitaba ayuda…-respondió Sabrina nerviosa con su reacción. -Ahora mismo me marcharé…no quería molestarlo…
Sabrina soltó un grito cuando Riccardo la agarró del cuello, la levantó del suelo y la chocó contra el cristal de su habitación. Desde dónde podía ver el océano.
-Me…me está haciendo…daño. -balbuceó Sabrina respirando con mucha dificultad agarrando la mano de Riccardo. -Por favor…por favor me está haciendo daño…no puedo respirar…
-No tenías ningún derecho a entrar aquí, ¡Ninguno! -rugió Riccardo con violencia. - ¡No necesito tu ayuda, ni la de nadie!
Una lágrima salió de la mirada azul que lo había hechizado, y Riccardo la siguió mirando resbalar por el rostro de la mujer que tenía asustada entre aquel cristal y su enorme cuerpo mojado.
-Por favor…por favor…
Sabrina suplicó con la mirada, y los ojos de Riccardo bajaron a sus pequeños labios. Suavemente el italiano fue aflojando su agarre del cuello de la muchacha que temblaba atemorizada.
Riccardo soltó el cuello de Sabrina y su mano subió lentamente hasta su delicado rostro. Con el pulgar él delineó los labios de Sabrina, para después recorrer una de las lágrimas que brotaban de sus ojos. Riccardo volvió sentirse rendido ante su belleza, y para sorpresa de Sabrina que creyó que el capo la iba a soltar, su mano volvió a deslizar por la curva del cuello de Sabrina, recorrió su piel hasta su nuca dónde volvió a tomarla y se dejó llevar por el deseo que tenía de probarla.
Sabrina sintió toda su piel erizarse, un escalofrío que dibujó su espina dorsal y un deseo que cómo un látigo golpeó su entrepierna al sentir aquella boca dominando la suya.
El cristal frío a su espalda no era suficiente para hacer frente al calor infernal que los labios de Riccardo estaban provocando en su cuerpo.
Una sensación totalmente desconocida para Sabrina que nunca había experimentado lo que era el deseo por un hombre. Y se quedó helada, sin poder de reacción cuando su lengua separó sus inexpertos labios para descubrir el sabor de su cavidad.
Sabrina no sabía que hacer, apenas cerró los ojos y se entregó a él, se dejó explorar por aquella boca que demandaba más de ella, que quería poseerla.
La mano de Riccardo en su nuca la apretaba cada vez más, pero no le importaba. Sabrina comenzó a disfrutar de aquella nueva experiencia, de besarlo, de dejarse besar por un hombre cómo aquel. Su lengua era suave, caliente y húmeda. Riccardo Lucchese sabía a agua salada, uva y deseo. Ni el mejor manjar de esta tierra podría tener un sabor más intenso que la boca del Señor del Mediterráneo.
Cuando Riccardo rompió el beso, Sabrina quedó extasiada, cómo si la hubiese embriagado con el mejor de los vinos. Pero ese estado de exaltación pasó cuando Riccardo la tomó en sus brazos y la acostó en la cama…Entonces todo el deseo despareció, y el miedo entró en escena.