Dulce Obsesión: Entre Sombras y Destellos

Capítulo 1: El Arte de Cazar Mariposas

El café se había enfriado hace una hora, pero Mark seguía aferrándose a la taza como si fuera un talismán. Desde su mesa en el rincón más oscuro de la cafetería universitaria, tenía una vista perfecta del área de estudio donde Zack solía refugiarse cada martes y jueves a las 2:30 PM. Había memorizado cada detalle de esa rutina: cómo Zack se mordía el labio inferior cuando se concentraba, la manera en que sus dedos largos y pálidos trazaban líneas invisibles sobre las páginas de sus libros, el tic nervioso que tenía de acomodarse el cabello castaño detrás de la oreja izquierda cuando se sentía observado.

Mark había convertido ese tic en su juego favorito. Aparecía en el campo visual de Zack por exactamente tres segundos, lo suficiente para que el chico sintiera esa sensación inquietante de ser observado, y luego desaparecía. Ver cómo Zack se tocaba nerviosamente el cabello, cómo sus mejillas se sonrojaban ligeramente y cómo sus ojos miel recorrían el lugar buscando la fuente de su incomodidad, le producía a Mark una satisfacción que rozaba lo sexual.

Era un arte, realmente. El arte de cazar mariposas sin que supieran que estaban siendo cazadas.

"Eres un enfermo", le había dicho su compañero de cuarto la noche anterior, cuando Mark había admitido que llevaba seis meses "estudiando" a Zack. Pero Mark sabía que no era enfermedad. Era amor. Un amor puro, obsesivo y completamente unilateral que lo mantenía despierto por las noches, que había llenado su teléfono con fotos tomadas desde lejos, que había transformado sus sueños en fantasías elaboradas donde Zack le sonreía, le hablaba, le pertenecía.

Hoy era diferente, sin embargo. Hoy Mark había tomado una decisión que cambiaría todo.

Se había levantado esa mañana con la certeza cristalina de que ya no podía seguir siendo solo un observador. Había pasado demasiadas noches masturbándose mientras imaginaba cómo sería tocar esa piel pálida, había llenado demasiados cuadernos con fantasías elaboradas sobre conversaciones que nunca habían tenido. Era hora de actuar.

El plan era perfecto en su simplicidad. Zack era invisible por elección, se escondía en las sombras porque creía que no tenía nada que ofrecer al mundo. Mark sabría exactamente cómo hacerlo brillar, cómo convertirlo en algo tan hermoso y deseable que toda la universidad lo notaría. Y en el proceso, Zack se volvería dependiente de él, agradecido, vulnerable.

Y entonces, Mark haría su verdadero movimiento.

Zack sabía que alguien lo observaba. Era una sensación que había aprendido a reconocer durante sus años de escuela secundaria, cuando ser diferente significaba ser un blanco. Esa sensación de hormigueo en la nuca, esa paranoia que lo hacía mirar por encima del hombro constantemente.

Pero aquí, en la universidad, se suponía que las cosas serían diferentes. Había elegido esta institución precisamente porque era lo suficientemente grande como para perderse entre la multitud, lo suficientemente diversa como para que nadie se fijara en un chico tímido con tendencias introvertidas y una sexualidad que aún no terminaba de comprender.

Sus padres le habían pagado los dos primeros años con la esperanza de que "madurara" y "encontrara su camino". Lo que no sabían era que Zack había encontrado su camino hace mucho tiempo: consistía en existir en los márgenes, en ser funcional sin ser notable, en navegar por la vida sin hacer olas que pudieran ahogarlo.

Había perfeccionado el arte de la invisibilidad. Conocía los horarios en que los pasillos estaban menos concurridos, las mesas de la biblioteca donde nunca se sentaba nadie, los baños que permanecían vacíos entre clases. Su mundo era pequeño y predecible, y eso le daba una sensación de control que nunca había tenido en casa, donde cada conversación se sentía como caminar sobre cristales rotos.

Pero últimamente, esa sensación de ser observado se había intensificado. Especialmente los martes y jueves, cuando venía a estudiar a la cafetería porque la biblioteca estaba llena de grupos de estudio ruidosos. Había intentado cambiar su rutina, llegar a horarios diferentes, sentarse en otras mesas, pero la sensación persistía.

A veces, cuando levantaba la vista rápidamente, juraba ver una figura oscura en su visión periférica que desaparecía demasiado rápido como para ser identificada. Otras veces, encontraba que alguien había estado sentado en una mesa con vista directa a la suya, pero cuando se atrevía a mirar, la mesa estaba vacía, con solo una taza de café abandonada como evidencia.

Zack se tocó el cabello detrás de la oreja, un gesto que había desarrollado desde niño cuando se sentía ansioso. Sus manos temblaban ligeramente mientras pasaba las páginas de su libro de literatura victoriana. Las palabras se difuminaban frente a sus ojos, su concentración completamente rota por esa sensación persistente de ser presa.

Decidió que era suficiente. Recogió sus cosas con movimientos bruscos y se dirigió hacia la salida, necesitando el aire fresco y el espacio abierto del campus. Lo que no sabía era que su depredador había estado esperando exactamente ese momento.

Mark se movió como un felino, siguiendo a Zack a distancia suficiente para no ser notado pero lo bastante cerca para interceptarlo en el momento perfecto. Había estudiado los patrones de movimiento de Zack durante meses; sabía que cuando se sentía agobiado en lugares cerrados, siempre se dirigía al pequeño jardín detrás del edificio de humanidades, donde un viejo roble proporcionaba sombra y relativa privacidad.

Era el lugar perfecto para un "encuentro casual".

Zack estaba sentado en el banco de hierro forjado, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, cuando Mark emergió de detrás de los arbustos como si hubiera estado caminando por casualidad. Había practicado esta actuación frente al espejo docenas de veces, perfeccionando la expresión de sorpresa amigable, el lenguaje corporal no amenazante, el tono de voz que resultaría atractivo sin ser demasiado familiar.




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