El miércoles llegó con una de esas mañanas perfectas de otoño que hacían que el campus se viera como una postal. Zack entró al aula de Teorías de la Comunicación con la puntualidad que había cultivado desde la infancia, eligiendo su asiento habitual en la tercera fila, lo suficientemente cerca para demostrar interés, pero no tanto como para parecer desesperado por atención.
No notó la figura que se deslizó silenciosamente en el aula cinco minutos después de que comenzara la clase, moviéndose con la gracia de alguien que había perfeccionado el arte de pasar desapercibido cuando convenía. Mark se instaló en la última fila, en el rincón más oscuro del aula, donde podría observar sin ser observado, donde podría estudiar cada gesto, cada expresión que cruzara por el rostro de Zack sin la distracción de tener que mantener su propia máscara social.
Desde su posición ventajosa, Mark permitió que sus ojos recorrieran la línea del cuello de Zack, la manera en que se inclinaba ligeramente hacia adelante cuando algo lo interesaba, cómo se mordía inconscientemente el labio inferior cuando tomaba notas. Eran detalles que había memorizado durante meses de observación, pero que nunca perdían su poder de fascinarle.
El profesor, un hombre de mediana edad con la energía maniaca de alguien que realmente creía que la teoría de la comunicación podía cambiar el mundo, golpeó su escritorio para captar la atención de todos.
"Muy bien, clase", anunció, "para el próximo martes necesito que trabajen en parejas en un análisis comparativo de las teorías de McLuhan y Baudrillard sobre medios y simulacros. Pueden elegir a su compañero, tienen cinco minutos."
Zack sintió el familiar nudo de ansiedad formándose en su estómago. Los proyectos en pareja siempre habían sido una pesadilla para él, un recordatorio cruel de su posición en la jerarquía social del aula. Miró alrededor mientras sus compañeros se dirigían naturalmente hacia sus amigos, formando grupos con la facilidad de quienes nunca habían cuestionado su lugar en el mundo.
Intentó hacer contacto visual con algunos de los estudiantes que parecían igualmente perdidos, pero cada vez que creía haber establecido una conexión, la persona en cuestión se volteaba hacia otra opción más deseable.
Los cinco minutos pasaron como una eternidad truncada, dejando a Zack exactamente donde había comenzado: solo y visiblemente sin pareja.
"Muy bien," dijo el profesor, sacando su libreta, "voy a anotar los grupos. Grupo uno..."
Zack se hundió en su asiento, preparándose para el inevitable momento en que sería emparejado con otro estudiante igualmente rechazado, o peor, quedaría como el número impar que tendría que hacer el proyecto solo.
"...Grupo tres: Sarah y Jennifer. Grupo cuatro..." El profesor levantó la vista, escaneando el aula.
"Yo haré el trabajo con Zack."
La voz vino desde el fondo del aula, clara y confiada. Zack se giró bruscamente, sus ojos abriéndose con sorpresa cuando vio a Mark levantando la mano desde la última fila.
¿Cuándo había llegado? ¿Cómo no lo había notado?
Los ojos de Zack encontraron los de Mark a través del aula llena, y en ese momento, el mundo se redujo a esa conexión eléctrica que siempre existía entre ellos. Pero esta vez, había algo diferente en la mirada de Mark. Una intensidad que iba más allá del afecto, más allá incluso de la obsesión que Zack había comenzado a reconocer.
Era hambre. Hambre primitiva y apenas contenida.
Mark le devolvió la mirada con una sonrisa lenta, deliberada, que comenzó en sus labios y se extendió hasta sus ojos verdes. Pero no era la sonrisa amigable que usualmente compartían. Era algo más oscuro, más cargado de promesas que Zack no estaba seguro de entender.
Y entonces, mientras mantenía el contacto visual, Mark se lamió el labio inferior de una manera tan sutil, tan aparentemente inocente, que cualquiera que estuviera observando habría pensado que era un gesto inconsciente.
Pero Zack sabía que no había nada inconsciente en Mark. Nunca lo había.
El calor se extendió por las mejillas de Zack como fuego líquido, y tuvo que apartar la mirada antes de que alguien más notara su reacción. Su corazón latía tan fuerte que estaba seguro de que toda el aula podía escucharlo.
¿Qué estaba haciendo Mark? ¿Y por qué su cuerpo respondía de maneras que no terminaba de entender?
Después de clase, se encontraron en una de las mesas de estudio de la biblioteca, con libros de teoría de comunicación esparcidos entre ellos como una barrera inadecuada. Zack había elegido deliberadamente una mesa en el área más concurrida, donde la presencia de otros estudiantes proporcionaría una sensación de normalidad a lo que se sentía como cualquier cosa menos normal.
"Entonces," comenzó Zack, consultando sus notas con determinación profesional, "McLuhan argumenta que el medio es el mensaje, que la forma en que recibimos información es más importante que el contenido mismo..."
Pero incluso mientras hablaba, podía sentir los ojos de Mark sobre él. No era la atención casual de alguien escuchando una explicación académica. Era algo mucho más intenso, más personal. Como si Mark estuviera memorizando cada palabra, cada gesto, cada respiración.
"...y esto contrasta directamente con la teoría de Baudrillard sobre los simulacros, donde la representación eventualmente reemplaza a la realidad..." Zack continuó, tratando desesperadamente de mantenerse enfocado en el trabajo.
Pero la intensidad de esa observación se volvía imposible de ignorar. Finalmente, levantó la vista de sus notas.
"¿Me estás poniendo atención?" preguntó, encontrando los ojos de Mark fijos en su rostro con una concentración que era tanto halagadora como inquietante.
"Por supuesto que te estoy poniendo atención," respondió Mark, pero había algo en su tono que sugería que su definición de 'atención' podría ser diferente de la de Zack.