BEN
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine por Irina.
Anna se acercó y se sentó a un lado de mí en la banca, abrió su botella de agua y bebió, un largo sorbo.
—Irina, últimamente pasas mucho tiempo con ella. ¿No lo crees?
—Sí, ¿y eso que tiene?
—Cuéntame, ¿ya son novios?
—¡Ben!
Irina vino corriendo hasta donde me encontraba parado, se abalanzó sobre mí abrazándome fuertemente. Se veía feliz, seguramente lo estaba por lo que haríamos hoy.
—¡Hola, Anna! ¿Cómo has estado?
—Bien, ¿qué hay de ti? ¿Cómo te sientes?
—¡De maravilla!
—Me alegro demasiado, en fin, tengo que regresar adentro. Los veo pronto.
Anna caminó de regreso hacia adentro, desarrugando con las manos su uniforme blanco, saludando al policía que se encontraba en la entrada. Dirigí mi mirada a Irina, quien esperaba ansiosa a que saliéramos de este lugar.
—¿Vamos?
Quería salir inmediatamente para ir al estudio de danza, se veía tan emocionada que no pude evitar sonreír al verla caminar hacia la salida bailando y dando vueltas como si fuera una pequeña niña.
—¿Cómo te fue hoy en la terapia grupal?
—¿En serio quieres hablar de eso?
—Sí, ¿cómo te fue?
—Emily nos hizo trabajar en parejas, platicar con alguien más en privado. Estuvo bien, ¿cómo te fue a ti en el trabajo?
—Todo estuvo como siempre.
Rodeé sus hombros con mi brazo, salimos del centro médico listos para ir al estudio de danza, ella parecía impaciente, soló miraba por la ventanilla el camino, hablándome de vez en cuando de cómo eran sus clases en Nueva York bajo la enseñanza del profesor Damon, el cual había sido su único maestro desde que tenía siete años.
—Ha sido mi único profesor, trabajar con alguien más será una experiencia completamente diferente.
Todo esto lo decía mirando el gran ventanal del estudio, seguíamos parados aquí, del otro lado de la acera, mirando hacia arriba, apreciando a lo lejos el trabajo de los bailarines de la clase contemporánea.
—Vamos.
Cruzamos la calle y abrí la puerta cediéndole el paso, subimos por las escaleras y ella no perdió ni un segundo, se acercó a la ventana para poder ver la clase, sus ojos y su sonrisa brillante lo decían todo, no podía esperar para estar ahí.
—Esto es tan emocionante ¿sabes? Hace tanto que no presenciaba una clase.
—Así que no te importaría venir a tomar clases aquí ¿cierto?
—No, es asombroso.
Me paré a un lado de ella para continuar viendo la clase, preguntándole constantemente si el dolor era parte de la rutina al hacer sus impresionantes movimientos, mismos que ella se moría por poner en práctica de nuevo.
—¿Eres nueva? —Cuestiona una mujer muy alta, llevaba el cabello recogido en un moño alto y una gargantilla de terciopelo negro adornaba aquel cuello que comenzaba a infestarse de arrugas—. ¿Puedo ayudarte con algo?
—Quisiera inscribirme… Para ballet clásico de hecho.
—Tienes buena suerte hoy muñequita. La dueña del estudio está de visita, te llevaré con ella.
Irina y yo seguimos a aquella mujer que no pasaba de los cuarenta y cinco años, por su forma de moverse y la ropa que vestía, aseguraba que era una bailarina retirada que ahora se dedicaba a impartir clases de ballet.