Dulce perfección

CAPÍTULO 34

BEN

 

 

Llevaba un buen rato mirando el vestuario que Irina utilizó en el recital de hace dos semanas, descansaba sobre mi cama aquel tutú negro con el que conquistó el escenario con sus agraciados movimientos.

 

Tenía un par de noches pensando en ella, en todo lo que dijo desde que me conoció, en la dicha que le provocaba bailar, en la sonrisa que se pintaba en su rostro cada que ejecuta una coreografía. Pensaba en todos esos sueños de los que hablaba cuando yo era simplemente el hermano de su enfermera que solía visitarla en el hospital, pensé en ellos cuando la vi dormir la semana pasada después de hablar de un futuro que no le pertenecía.

 

—¿Qué te pasa? Llevas un buen rato mirando eso, ¿acaso piensas ponértelo para ir a bailar con Irina?

 

La voz de Sam me sacó de mis propios pensamientos, ni siquiera había notado su presencia hasta que decidió hablar. Me volví para ver a mi hermano, quien se encontraba terminando de abotonar su camisa, listo para irse al trabajo. 

 

—No puedo retenerla más en un lugar al que no pertenece.

—¿De qué hablas?

—De Irina, debo hacer algo al respecto.

—¿Vas a renunciar a ella? ¡En serio que eres idiota! —Sam increpa—. Te ama, la amas, ¿por qué renunciar?

—Por eso, porque la amo.

 

Le di una palmada en la espalda y salí de la habitación, se me hacía tarde para llegar a Hall’s y no podía quedarme más tiempo discutiendo mis razones para dejarla ir. Sabía que tenía que hacerlo, los últimos días me convencí de ello.

 

Me convencía cada vez más cuando la veía en ese salón de clases, dando lo mejor de sí para la profesora Leena, para ella misma, Irina había nacido para esto y tenía que regresar a Nueva York para cumplir su sueño, ella tiene que tener su noche de apertura en el Lincoln Center y consagrarse como la primera bailarina del Ballet de Nueva York, no como la novia de un chico cuya banda aún no sale de Blackout.

 

—Es talentosa, ¿verdad?

—Le dio una oportunidad cuando más la necesitaba. —Le respondo a Olesya, sin dejar de mirar a Irina a través del cristal—. Usted formó parte de una compañía importante, ¿cierto?

—Así es.

—Entonces creo que podría ayudar a Irina a llegar muy lejos, ¿podríamos hablar en su oficina?

 

 

[...]

 

Tres días después de platicar con Olesya en su oficina acerca del futuro de mi novia, me reuní con ella al medio día con la excusa de enseñarle una canción. Sin embargo, ella me cambió los planes y terminamos paseando a Jengibre.

 

—¡Jengibre, espera! Se supone que yo debo controlar los pasos que das. Tienes que ir a mi lado.

 

Caminábamos con el french poodle que estaba ansioso por que le quitaran la correa para correr y jugar libre en el parque.

 

—Creo que las lecciones de César Millan no aplican para Jengibre. —Le digo entre risas.

 

Jengibre pudo más con ella, corrió tan fuerte que Irina soltó la correa y tuvimos que ir detrás de él para detenerlo. En el momento que logramos atraparlo, el inquieto perro decidió que sería buena idea darse un baño de lodo, así que terminamos en una banca en el parque con Jengibre ahora sucio y jadeante después de su aventura que duró aproximadamente diez minutos.

 

—Tengo que bañarlo antes de que llegue papá.

—Irina, ¿esto es lo que quieres hacer?

—Siempre lo paseo, ya es nuestra costumbre.

—No hablo de los paseos de Jengibre, hablo de tu vida, ¿es esto lo que quieres?

 

Ella continuó mirando al perro en silencio, ante su omisa respuesta decidí insistir.

 

—¿No quisieras regresar a Nueva York?



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En el texto hay: musica, ballet, romance

Editado: 21.10.2020

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