Dulce perfección

CAPÍTULO 45

IRINA

 

 

Escapamos de Nueva York un fin de semana para que Demian y Lisa se casaran de nuevo. Todo fue tan de improviso, una completa locura que se llevó a cabo en menos de una semana, bastó con que papá llegara una noche con un anillo a pedirle que se casara con él una vez más, y fue cuestión de horas para que planearan una pequeña ceremonia en Nueva Jersey, en el mismo lugar en el que se casaron años atrás.

 

—Te amo, Lisa Westwick. Te amo y te amaré hasta el último día de mi vida.

—Y yo a ti, Demian. Hasta mi último día.

 

Fue una pequeña ceremonia con pocos invitados, muchos de los cuales aún no creían que de nuevo renovaran sus votos y decidieran retomar su matrimonio con la promesa de hacerlo funcionar esta vez.

 

Quizás yo ya lo veía venir pero no quería aceptarlo, debí saberlo cuando él llegó a la ciudad para cambiar su despacho, cuando se estableció en un lindo edificio y después decidió que era momento de que nos mudáramos con él a la Quinta Avenida, le había comprado a mi mamá un bello departamento como los que ella vendía y soñaba con tener, espacioso, con una increíble vista, con los excéntricos gustos que Demian tenía al adquirir propiedades.

 

[...]

 

—¿Cómo estuvo la boda? —Cuestionó Dianna cuando me vio de nuevo.

—Muy linda, íntima, no lo sé… Planean irse de luna de miel pronto.

—¡Me alegro! Yo tengo algo que contarte.

 

Ambas nos sentamos en el piso, saqué mis puntas de su estuche para colocarlas en mis pies después de vendarme los dedos y ponerme la puntera de silicona.

 

—Ben estuvo aquí.

—¿Qué?

—Así es, estuvo afuera esperando por ti. Pregunto por ti y cuando le dije que no estabas salió corriendo, parecía desesperado por encontrarte.

—Es mejor que estemos así. Lo estoy dejando libre, él no merece estar atado a mí sin tener la certeza de saber cuándo va a volverme a ver, es lo mejor.

—¡Pero tú lo amas, Irina!

—Por eso lo hago.

 

Nos pusimos de pie una vez que terminamos de amarrar los lazos de nuestras zapatillas de punta. Me paré frente al espejo y recorrí el salón entero de puntas en una forma de comenzar a calentar, miré a Dianna a través del cristal, ella insistía en que debía hablar con Ben, si ya había venido hasta acá es porque necesitábamos resolver las cosas.

 

Pero no quería hacerlo. Era continuar lastimándolo con mi ausencia, con las llamadas que no respondía, con los horarios que a veces no coincidían.

 

 

—¡Westwick, la rotación!

 

Venecia se para detrás de mí, esperando a que corrija mi posición. Regañándome una vez más por no estar al cien en su clase. A veces Venecia lograba fastidiarme con su perfeccionismo, con sus constantes críticas, diciendo que afuera había bailarinas esperando tener nuestro lugar, haciéndonos sentir que nuestro esfuerzo no valía la pena.

 

—¿Ya fuiste con nuestro nutriólogo? —Me cuestiona frente a Dianna—. No veo resultados, Westwick.

—Ya estoy trabajando en ello.

 

Abandonamos el salón, Dianna vino detrás de mí dispuesta a preguntar por lo que Venecia acababa de decir.

 

—¿Te está presionando para perder peso?

—No. Sólo sugirió que visite al nutriólogo, ¿no lo escuchaste? Quiere bailarinas que toquen la perfección.

—¿Segura? Sabes por todo lo que has pasado como para que vuelvas a eso. —Dianna busca mi mirada—. No es sano que recaigas.

—Y no lo haré. Bien, tengo que irme.

 

Dianna me detiene una vez más.

 



#12910 en Joven Adulto
#48951 en Novela romántica

En el texto hay: musica, ballet, romance

Editado: 21.10.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.