IRINA
Apenas pude dormir sabiendo que pronto tenía que estar en el David H. Koch Theater interpretando a Kitri en uno de mis ballets preferidos, sin embargo, no me sentía ni un poco cansada cuando llegó el momento de comenzar a estirarme para preparar mi cuerpo para lo que vendría en las próximas horas.
Jesse vino hacia mí con un periódico en la mano y una toalla rosada pequeña. Me entregó la toalla con la que limpié el sudor que recorría mi frente y poco después tuve el periódico en mis manos.
—Hablaron de ti en el New York Times.
Busqué la nota con la mirada. La fotografía que se usó para el programa de Don Quijote estaba ahí junto a una pequeña reseña de la obra, elogiaban el trabajo que anteriormente había hecho con la compañía y tenían grandes expectativas sobre lo que podría suceder esta noche. A un lado de la nota, estaba otra que llamó mi atención inmediatamente.
«The Last Train conquista corazones en festival de Nueva Jersey. ¿Tendremos la suerte de escucharlos una vez más en la ciudad? Hablamos con el front-man…»
—¿Dijeron algo malo de ti?
—No, nada de eso. Sólo… Iré a mi camerino a prepararme ya, ¿qué hay de ti? ¿Te sientes listo?
—Eso creo.
Caminé por el corredor y giré el picaporte de mi camerino. Una vez que entré, me quedé atónita por lo que estaba viendo, mi camerino se había convertido en un jardín lleno de rosas rojas, docenas y docenas esparcidas por toda la habitación. En aquellas que estaban sobre el tocador, a un lado del maquillaje, se destacaba un sobre blanco.
—Te han mandado la floristería entera. ¿Quién fue? —Pregunta Dianna detrás de mí.
«Una rosa por cada presentación a la que no he asistido, una docena por la primera vez que pisaste el Lincoln Center para presentarte como la futura estrella del Ballet de Nueva York, misma que te debía porque llegué más tarde de lo acordado. No podía perdérmela, y no sabes cuánto lamento perderme todas las que has tenido a lo largo de estos dos años. Pero, ¿sabes que lamento más? Perderme de ti todos los días, tener que vivir día a día mirando fotografías tuyas que sólo me producen deseos enormes de abrazarte, besarte, respirarte, tenerte en mis brazos y ser amado por ti. Daría todo por ver tu rostro, escuchar tu voz y verte bailar una vez más.
Sigo sin querer decir adiós.
Ben M.»
—¿Ben hizo esto? ¡Es impresionante!
Dianna recitó una vez más el mensaje que Ben dejó escrito para mí en voz alta, yo simplemente me senté frente al espejo con la intención de maquillarme, sin embargo no podía dejar de pensar en él y en lo que había hecho.
Estuve intentando durante dos años liberarlo de mí. Dos malditos años aguantándome las ganas de ir a buscarlo porque era necesario dejarlo ir, mi mundo y el suyo tomaron diferentes direcciones, mismas que hacían que continuar con lo nuestro fuera imposible y muchas veces no basta querer para permanecer juntos.
Estuve buscando paz durante veinticuatro meses, siempre haciendo cualquier cosa que me impidiera pensar en él y ahora, sin más se aparece de nuevo en mi vida, destruyendo la tranquilidad que había alcanzado. Recordándome una vez más el sentido de las palabras que acababa de leer, haciéndome retroceder a aquella mujer que se volvía loca en el momento en el que él decidía abrirme su corazón.
—¿Estás lista?
Mi mamá entró a mi camerino. No dijo ningún comentario sobre las rosas rojas porque le extendí el mensaje para que entendiera su procedencia.
—Se te está olvidando esto.
Mi mamá me coloca en el moño una flor artificial color carmesí que hacía juego con lo que vestía esta noche: un traje español rojo con algunos detalles de encaje en color negro característico de Kitri. Ella se agachó con tal de arreglarme cualquier imperfección que notara en las mallas, era un ritual que hacía desde que yo era una niña que bailaba en estudios locales. Estas eran ligas mayores y estaba estallando en nervios.