Dulce Secreto.

01.

Nunca imaginé que el mayor giro que daría mi vida iba a ser justamente aquel día. Una buena propuesta de empleo me había llevado al lugar que una vez cambió mi vida para siempre, y que lo haría de nuevo.

Llevaba muy pocos días en Milán, no había estado en el lugar desde mi alocada fiesta de graduación, esa fiesta que me dejo un pequeño recordatorio que los tragos demas jamas seran buenos.

—Mami… —murmuró una suave voz desde el asiento trasero del taxi —¿Quién es mi papá? —preguntó inocente mirando por la ventana. El corazón me dio un vuelco tan fuerte que por un segundo olvidé respirar.

La ciudad pasaba rápido a través de la ventana y, sin embargo, ese momento se volvió empezó a pasar tan lento, como si fuera en cámara lenta.

—¿Por qué preguntas eso ahora, Sofi? —intenté sonar serena, aunque por dentro sentía que me iba a desmayar. Mi hija jamás había preguntado por su padre, y que lo hiciera justo minutos antes de una reunión en aquella ciudad donde fue creada, era un golpe bajo.

—Porque anoche soñé con que tenía un papá viviendo con nosotras. No le vi la cara pero se reía como tú cuando ves películas tontas y me llevaba en sus brazos y me leía cuentos antes de dormir, y no sé, creo que quiero conocerlo, solo un poquito. —La miré por el espejo retrovisor. Tenía el cabello alborotado y las mejillas sonrojadas, y en sus manos apretaba su cuaderno rosa, sonreía con inocencia, no tenía idea de la bomba que acababa de lanzar.

Y justo en ese momento, el taxi se detuvo frente al edificio donde todo estaba a punto de cambiar.

Tuve que respirar varias veces antes de darme el valor suficiente para empezar a caminar por los pasillos del enorme edificio al que acabamos de entrar, Sofi a mi lado no parecía ni un poco intranquila, todo lo contrario, saludaba a las personas a su alrededor con su mano, como si fuera en medio de una pasarela.

—¿Y si no les gusta mi dibujo? —me preguntó Sofía mientras subíamos en el ascensor. La miré con una sonrisa fingiendo tranquilidad, aunque por dentro tenía un ejército de mariposas con metralletas en el estómago.

—No estamos aquí por tus dibujos, Sofi. Estamos aqui porque necesitamos conseguir este proyecto, tú sólo vienes a apoyarme y acompañarme, ¿sí?

—Pero tú dijiste que mis ideas también son creativas. —exclamó enojada alzando su cuaderno rosa de tapas brillantes, donde había dibujado un gato con corbata y lentes oscuros al que llamó “El jefe cool”. Ella tenía razón, su creatividad e imaginación no tenía comparación.

—Eres mi asistente creativa, cariño, siempre lo seras. Si queda tiempo en la reunión mostraremos tu trabajo. —Asintió feliz alisando un poco su vestido con las manos.

Me acomodé el saco beige, me aseguré de que mis zapatos no tuvieran restos de pegamento o comida y revisé por décima vez la carpeta que contenía mi propuesta de diseño gráfico para la nueva campaña de la empresa Deveraux & Co., una de las más grandes firmas de moda de Italia.

Esa mañana nos habíamos levantado en un pequeño apartamento de alquiler en Milán, con vista a una panadería que olía a delicioso pan caliente y a vainilla. Era nuestra segunda semana en la ciudad, y todo era nuevo, el idioma, el tráfico, las monedas, pero no más nuevo que este trabajo, ni más aterrador que presentarse ante el director creativo de la firma, alguien a quien yo aún no había visto ni una sola vez en persona pero habia leido varios articulos de él. Serio, arrogante, odioso, y muchas cosas más, pero muy buen jefe y sobre todo, el dueño de la empresa que pagaba los mejores sueldos del país.

Lo que sí sabía era que si conseguía este contrato, podría estabilizarme, pagar las cuentas y lo más importante, dejar de pensar en que le debía una vida mejor a mi hija y hacerlo posible. Sofía me jaló la mano mientras el ascensor abría sus puertas.

—¿Puedo preguntar si aquí hay unicornios en los baños?

—No. —Reí —Pero puedes preguntar si hay chicles invisibles.

—¡Ya! ¡Eso es tonto!

—Exacto. Así que nada de preguntas raras hoy, no unicornios ni nada ficticio, tampoco nada acerca de la vida de las personas. ¿Lo prometes?

Ella se mordió la punta del dedo índice, un tic muy suyo cuando intentaba decidir algo o simplemente cuando pensaba mucho sobre algo. Un pequeño tic que le salía inconsciente desde que empezó a hablar. La primera vez que lo hizo, pensé que era solo una travesura más, pero con el tiempo lo adopté como un rasgo adorable, curioso, íntimo, muy suyo, o eso creía.

Llegamos al piso veintidós del edificio, el asistente nos recibió con una sonrisa nerviosa, como si no supiera si nos habían citado o si nos habíamos colado por la puerta trasera con crayones como armas de destrucción creativa.

—¿Lucía Castellano? —dijo, leyendo mi nombre en una hoja que tenía entre sus dedos temblorosos. Asentí.

—Sala de juntas número tres, la esperan para la presentación inicial, el director creativo principal aún no ha llegado pero los socios sí.

Con algo de nervios lo seguí por el pasillo hacia la sala, Sofia caminaba frente a mi con mucha mas seguridad, desfilando por la gran alfombra. Al entrar había tres personas en la sala, dos mujeres elegantes, un hombre joven con gafas y la cara de alguien que ha dormido solo tres horas. Saludé y me presenté antes de invitarme a pasar.




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