Dulce Secreto.

02.

Después de la desastrosa pero productiva reunión volví al apartamento de alquiler con mi pequeña Sofi, ella iba muy feliz, pues en medio de la reunión decidió extender su cuaderno de dibujos a quien sería mi nuevo jefe, y él, en lugar de rechazar su interacción, tomó el cuaderno y asintió, cosa que hizo a mi hija muy feliz.

—Te dije que les iba a gustar nuestros diseños, el unicornio le gustó. —Exclamó orgullosa.

—Eso era lo que hacía falta para que nos aprobaran el proyecto hija, por eso eres mi socia.

—Socia creativa. —replicó sentándose en el pequeño comedor.

—Bien, socia creativa, preparare algo de cenar.

Deje que viera televisión mientras preparaba algo fácil, la cocina no era exactamente lo mio, pero intentaba preparar cenas agradables para mi pequeña. Mientras lo hacía no dejaba de pensar de Bruno, ya sabia como se llamaba, ya tenía nombre al rostro que tantas veces había rememorado pero que intentaba olvidar de mi cabeza.

Luego de dormir a Sofi me senté a los pies de mi cama, mis pensamientos fueron completamente a él, no a él, exactamente, sino al momento. Esa sensación que dejó en mí aquella inesperada noche, como sucedieron las cosas, como sin planearlo se dio uno de los mejores momentos de mi vida, porque eso fue para mí, una noche que nunca planeé, pero que necesitaba más de lo que me atrevía a aceptar. Mi mente viajó a ese día.

Era la fiesta de graduación, mi última noche como estudiante, la primera en la que sentía que estaba finalmente alcanzando mis metas y logrando lo que más deseaba. Llevaba un vestido rojo que me prestó Andre (una talla menos de lo que mi cuerpo utilizaba) y unos tacones que ya me habían arruinado los tobillos antes de medianoche, pero me sentía hermosa, muy libre, un poco mareada y sobre todo, convencida de que, al menos por esa noche, tenía derecho a olvidarme de todo lo que me estresaba en ese momento, cuentas sin pagar, deudas varias, y algunas cosas mas en especial la presión de mi familia y su constante pregunta “¿y ahora qué vas a hacer con tu vida?” que tanto repetían desde que terminé la carrera.

Andre, como siempre, desapareció apenas cruzamos la puerta de la discoteca, ella era una estrella fugaz en todas las fiestas, imposible de seguir, yo me quedé sola en medio de la pista con luces titilantes, copas que se llenaban mágicamente, y la sensación de estar en medio de una película, y muchas ganas de bailar, así que lo hice. Bailé sola, bailé con desconocidos, con una chica que no sabía ni de donde había salido, con una botella de licor que circulaba por toda la pista y me pareció la mejor compañía.

Y en medio de todo lo que estaba viviendo, en medio de toda mi diversión lo vi.

Lo vi por suerte, él entró como escondiéndose en medio de la gente, como si no quisiera ser visto, tratando de pasar desapercibido pero a mis ojos ya era imposible, tenía un traje oscuro que contrastaba con su piel clara, la barba recortada y unos ojos, esos ojos, eran grises, pero no un gris cualquiera, un gris que parecía como el cielo antes de una tormenta.

Nos cruzamos en la barra, yo ya tenía varias copas encima y una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro, él estaba solo, con una copa en la mano, mirando el fondo del vaso como si allí hubiera alguna respuesta importante, no sé qué me empujó, si el alcohol o las ganas de provocar algo en mí misma, pero me acerqué a él completamente decidida a hacer algo aun mas loco.

—¿Estás decidiendo si beber o filosofar con tu trago? —Él levantó la vista con lentitud, me observó por unos segundos que se sintieron eternos y sonrió. Una sonrisa ladina enmarcó su rostro.

—Estaba intentando entender si este whisky todavía tiene algo que decirme. —Su acento era como el canto de los dioses, de esos que te recorren la espalda como una corriente eléctrica y eriza la piel. No respondí con palabras, le tomé la copa, le di un sorbo y se la devolví.

—Ahora sí. —y eso fue suficiente.

No hubo más presentaciones, yo tampoco ofrecí mucha información, no porque me hiciera la misteriosa, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, no quería que me definieran por lo que hacía, ni por mis metas, ni por mis decisiones pasadas, solo quería ser alguien que compartía una noche con alguien más.

Bailamos, primero con algo de distancia, luego la distancia desapareció y nuestros cuerpos se rozaban continuamente, reímos. Él decía cosas en italiano que yo apenas entendía, pero me hacían reír igual, a su lado me sentí viva, radiante como si toda la inseguridad que había arrastrado durante años hubiera decidido tomarse un descanso.

En algún punto de la madrugada, subimos juntos a la terraza del lugar, la ciudad se mostraba vibrante y hermosa desde el lugar, el viento fresco me revolvía el cabello, y él se quitó la chaqueta sin decir una palabra para ponérmela sobre los hombros, fue un gesto simple, pero en esa noche, con todo lo que yo había cargado sobre mis hombros durante tanto tiempo fue casi un abrazo.

No sé cómo pasó, solo sé que pasó, nos besamos, primero despacio, como si ambos dudáramos, luego con mucha urgencia, con tanta pasión que con cada beso sentía que se derretía todo mi ser.

cuando el beso terminó nos miramos a los ojos, nuestras respiraciones aceleradas fueron suficientes para saber qué seguía después. Llegamos a un hotel cercano y nos dejamos llevar.




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