Dulce Secreto.

03.

Nunca pensé que un dibujo pudiera ponerme tan nerviosa, y eso lo dice alguien que vive, literalmente, de dibujar y diseñar, pero así era. Me encontraba sentada en una de las salas de descanso de la oficina, con el corazón a mil por hora, mientras observaba a mi hija inclinarse sobre una hoja de papel con sus crayones esparcidos por toda la mesa, concentrada como si fuera a presentar un proyecto muy importante ante los más altos ejecutivos del país.

Después de la presentación del día anterior, me habían ofrecido quedarme un par de días en las oficinas de Deveraux & Co. para afinar detalles y definir la campaña gráfica de la nueva línea ecológica y un par de cosas más. Acepté porque, francamente, no estaba en posición de decir que no a una oportunidad así. Milán no era una ciudad precisamente amable con las madres solteras , además, el pago que ofrecían me permitía respirar sin que la ansiedad me apretara el pecho cada vez que abría la aplicación del banco.

No esperaba que me ofrecieran una oficina temporal, mucho menos una con vistas al centro histórico de la ciudad. Pero Bruno, él, el mismísimo hombre de la nota, del hotel, de los ojos grises, había aprobado que me quedara alli sin ningun problema, solo dijo “Ubiquenla en la oficina” y ya ni una sonrisa, ni una palabra de más, ni un gesto de amabilidad o algo que delatara que me reconocía.

Para él, yo era simplemente Lucía Castellano, diseñadora gráfica, madre de una niña extrovertida y pequeña invasora de sillas.

Por algunos momentos me debatí entre ir a su oficina y decirle la verdad, decirle quien era y quién era la pequeña que me acompañaba, pero por otro lado, todo dentro de mí gritaba que guardara a Sofi como mi dulce secreto.

Bruno había demostrado ser profesional, pero también un hombre completamente distinto al que vi aquella noche, era frío, distante, amargado, parecía que su vida giraba unica y exclusivamente a su trabajo, y yo, bueno, yo no estaba lista para abrir una herida dormida con la esperanza de que sanara con su aprobación.

Así que me limité a trabajar, a tomar notas, a concentrarme en tipografías, paletas de colores, moodboards y deadlines y Sofía se instaló en un rincón de mi oficina como si fuera suya.

Había traído su cuaderno rosa, el que siempre llevaba en la mochila junto a sus crayones. Le encantaba dibujar, era lo que más hacía, dibujaba desde los tres años, no tenía técnica, pero sí alma. Le gustaba llenar las páginas de animales vestidos como humanos, personas con alas, flores con caritas felices y corazones flotando como globos, una vez me dijo que dibujar era como hacía feliz a los demás, era muy chica para saber si hacía feliz o no a otros, pero a mi, sus dibujos si me llenaban de felicidad.

Mientras yo terminaba de diseñar un patrón de etiquetas, la escuché tararear, la miré de reojo. Estaba en el suelo, con las piernas cruzadas, la punta del dedo en su bosa, su clásica pose de concentración y un crayón azul marino en la mano.

—¿Qué estás dibujando, Sofi?

—Un papá. —No me sorprendió. Ya habia preguntado por él, y había, según ella, soñado con él, iba a seguir con ese tema un buen rato, y mas especialmente desde que vio a Bruno, era como si su pequeña intuición estuviera encendiendo luces en su cabeza.

—¿Y cómo sabes cómo es?

—No sé —respondió encogiéndose de hombros, restando importancia al asunto —Lo estoy inventando. —Asentí sin querer ahondar mas en el tema, tampoco sabía si quería ver el dibujo

Pasaron unos minutos antes de que la puerta de mi oficina temporal se abriera de par en par, Bruno entró a pasos rápidos, papeles en la mano, y el celular en la oreja. Hablaba con alguien al otro lado de la línea en otro idioma que no logre reconocer, pero su acento me hizo erizar, parecía estarle pidiendo una solución urgente a un problema que él no consideraba urgente en absoluto.

Sofía lo miró por un instante y luego volvió a su hoja, hizo este movimiento de ir y venir ente la hoja y Bruno un par de veces, su manito dejó de moverse al azar y comenzó a delinear con cuidado, le añadió barba y un traje, y zapatos de charol elegantes.

No me atreví a interrumpirla, me limité a observar desde el borde del escritorio mientras ella dibujaba con una precisión que no había visto en sus dibujos antes, era como si estuviera copiando algo que ya había visto antes, algo que conocía sin saber cómo.

Cuando Bruno colgó, se acercó a la mesa y me habló sobre un cambio de color en la presentación, me explicó con calma, usando términos técnicos, sin mirarme directamente a los ojos, yo asentía, intentando parecer más interesada en el diseño que en el torbellino de emociones que se me estaba formando en el pecho.

Entonces Sofía, con toda su inocencia y curiosidad, se levantó, caminó hasta él y le extendió la hoja.

—Mire, señor. —Bruno parpadeó un poco desconcertado, bajó la vista, tomó el dibujo entre los dedos y lo observó por unos segundos en silencio.

La figura estaba claramente inspirada en él, tenía la barba, el traje, hasta la cabeza inclinada a un costado, tal como estaba en el escritorio mientras me hablaba, y al lado había una niña más pequeña, con coletas y vestido azul, claramente ella.

—¿Y esto? —preguntó, sin saber cómo reaccionar.

—Es mi papá —exclamo feliz e inocente —Aunque no sé cómo es, lo dibujé como me gustaría que fuera y usted se parece mucho. —sentí que me faltaba el aire por un segundo, estaba a punto que me diera un derrame o algo peor.




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