Lo primero que pensé cuando llegué a esa sala fue: esto es demasiado grande para solo tres personas, y lo segundo fue que las paredes de cristal, por muy bonitas que se vieran, me hacían sentir como si todo el edificio pudiera verme dudar, como si todos supieran lo que estaba ocultando, y sí, estaba dudando y mucho, porque esa carpeta en el centro de la mesa, tan simple y tan pequeña tenía el poder de cambiarme la vida y de ponerme en la situación más incómoda de los últimos seis años.
Bruno ya estaba en el lugar cuando llegamos, sentado en la cabecera de la mesa como si la silla fuera su trono, con una chaqueta perfectamente cerrada, barba pulcramente arreglada, mirada penetrante, era el tipo de hombre que probablemente también planificaba la cantidad exacta de azúcar que echaba en su café, aunque, pensándolo bien, ni siquiera me lo imaginaba tomando café, él parecía más del tipo de “espresso doble, sin azúcar y sin sonreír”.
Sofía y yo habíamos llegado corriendo, con apenas un croissant a medias como desayuno, ella venía con su mochila a la espalda y el moño torcido porque, entre el transporte y mi eterna falta de coordinación matutina, peinarla bien había sido misión imposible. Cuando la asistente nos abrió la puerta, Sofía entró como si fuera su casa y eligió la silla giratoria más cercana, empezando a balancearse sin un ápice de culpa.
—Lucía —me saludó Bruno sin levantarse —Tome asiento por favor. —Me senté frente a él indicandole a Sofi que se sentara cerca a mi mientras terminaba la reunión.
—Buenos días, señor Deveraux. —Él asintió y, sin mucho preámbulo empujó la carpeta hacia mí.
—He revisado su propuesta y el trabajo que ha realizado estos días. Quiero que trabaje en la campaña de la línea ecológica de forma permanente. —Así. Ni una introducción bonita, ni una charla motivacional. Directo al grano, como si me estuviera diciendo que el día estaba soleado.
—¿En serio? —Solté más emocionada de lo que pretendía.
—En serio. —Cruzó las manos sobre la mesa —Es exactamente lo que esta línea necesita, algo fresco, claro y con personalidad. Pero hay condiciones. —Ahí estaba el pero. Siempre hay un pero.
—Lo escucho.
—Quiero que trabaje aquí, en la oficina, al menos tres días por semana, se que es de trabajo remoto, pero su trabajo aquí ha sido excelente. —Me miró como si fuera una cláusula innegociable —Necesito que podamos resolver los cambios en el momento, no por correo. —“Trabajar cerca de él” cuatro palabras muy peligrosas. Eso no solo aumentaba la posibilidad de toparme con él cada dos minutos, sino también el riesgo de que Sofía… bueno, de que Sofía siguiera notando cosas.
—Disculpeme señor, pero me queda un poco complicado, busco trabajo remoto porque estoy con Sofia. —comente intentando que sonara como un detalle menor aunque era mi prioridad absoluta —No tengo con quién dejarla en Milán todavía. —Él levantó la vista, y por un segundo hacia mi hija creí ver algo en sus ojos, algo difícil de descifrar.
—¿Eso es un inconveniente para usted o para mí? —Lo miré en silencio, y antes de que pudiera responder, Sofía decidió intervenir.
—Yo no molesto —hablo mirándolo fijamente. —Bueno, solo aveces, un poquito, mucho, pero no taaanto, pero si me dan papel y crayones, me puedo portar bien, tal vez una pequeña muñeca y un unicornio, además, aquí hay ventanas grandes, puedo ver pájaros. —Bruno arqueó una ceja y le dedicó una media sonrisa ladina que no llegaba a ser sonrisa.
—Supongo que podemos tolerar algunos unicornios en la oficina. —Y listo, volvió la vista hacia mí como si eso resolviera todo.
—El contrato es estándar, por tiempo definido, hasta la finalización del proyecto, si todo sale bien, renovaremos a un contrato permanente —dijo, mientras giraba la carpeta para que quedara frente a mí —Léalo, fírmelo si está de acuerdo. —Lo abrí y lo leí como pude aunque las letras bailaban un poco de los mismos nervios que tenía, no parecía esconder nada raro. Hablaba de los honorarios, los plazos, entregables, todo muy formal, muy Deveraux.
Mientras lo leía, Sofía se inclinó sobre la mesa para mirar.
—Mamá, su letra se parece a la de las recetas de la abuela —comentó en voz alta, porque la discreción no es lo suyo.
—Si, Sofi, por que son escritas en computador, todas se parecen —murmuré, tratando de no reírme.
—Ahhh, pero el computador se sabe las recetas secretas de la abuela, se las va a contar a alguien. —Negue con la cabeza y volví mi atención al contrato cuando escuche a mi nuevo jefe carraspear. Cuando terminé de firmar, Bruno tomó la carpeta, la ojeó y asintió con la cabeza al confirmar que se encontraba todo firmado.
—Bienvenida a Deveraux & Co. —dijo sin mucho ánimo.
Sofía aplaudió con fuerza literalmente y Brunoise le quedó mirando fijamente, me pareció que sonrió, no mucho, pero lo suficiente para que me quedara pensando en esa curva pequeñita de sus labios.
El resto de la mañana fue una mezcla de trabajo y Sofía, mientras yo me concentraba en diseñar, ella decidió que necesitaba “explorar” la empresa. Saludó a todo el mundo, preguntó si las plantas eran reales o de mentira, y se plantó en la puerta de una sala de diseño donde un grupo discutía sobre telas, la encontré ahí, escuchando como si entendiera cada palabra y dando su “punto de vista” acerca de porque las telas de color rosa y lila y eran mejores.
Más tarde, volví a perderla, solo para descubrirla junto a Bruno, mirando un tablero lleno de bocetos, él sostenía un marcador y parecía estar explicándole algo, no quise interrumpir, así que me quedé en la puerta, aunque el corazon me latia a mil por hora al verlos juntos.