Dulce Secreto.

05.

Si me hubieran dicho que el primer almuerzo de trabajo con mi jefe “el hombre que no sabe que es el padre de mi hija” iba a incluir a mi hija sentada a la mesa, habría dicho que eso era material potencial para un episodio de sitcom, o digno de telenovela, pero así fue, porque con Sofía nunca hay “plan A” que se cumpla, ella es puro plan B, C y hasta Z y yo, como buena madre que a veces olvida decir “no”, terminé aceptando que viniera a pesar que ya había encontrado un jardín para llevarla.

Después de tanto intento de negociación fallida con mi propia hija, terminamos llegando tarde al edificio, por suerte, Bruno aún no llegaba al lugar y no noto mi falta. Le ordene un lugar a mi hija en la oficina y me senté a hacer un par de cambios que necesitaba el proyecto, aún no sabía cuándo debía hacer las entregas, pero los plazos según el contrato no eran tan extensos, lo que me dejaba poco tiempo.

Cerca al mediodía, Bruno apareció en la entrada de la oficina, no levantó la vista de su tableta, ni siquiera me miró a mi o a Sofia, solo entro, dejo una carpeta en la mesa y salió.

—Almorzamos a la una. Hay que revisar el calendario de entregas. —Dijo desde la puerta antes de desaparecer del lugar tan rápido como llegó.

Yo asentí, aunque por dentro estaba repasando mentalmente todas las maneras posibles de arruinar una comida, comer con nervios, que me temblara la mano, mancharme la ropa, decir algo fuera de lugar y por supuesto tenía que sumar a Sofía al combo.

Cuando se acercó la hora, me acerqué a donde ella estaba sentada en el suelo, pintando un dinosaurio con sombrero, deje escapar el aire de forma brusca, no había manera de llevarla al restaurante, pero tampoco podía dejarla sola.

—Sofi, debo ir a almorzar con el señor Bruno. ¿Te quedas aquí con tu cuaderno? —Ella me miró como si acabara de sugerir que se quedara sola todo el día, o tal vez abandonada.
—¿Y yo qué voy a comer? —preguntó, indignada —No me puedes dejar morir de hambre.

—No vas a morir de hambre, hay sándwiches y jugó en la mochila.

—Los sandwiches no son comida, son desayuno o merienda, pero no almuerzo —se quejó con una seriedad que me dejó sin argumentos —Yo voy contigo, no voy a dejar que seas mala mamá. Las mamás buenas no dejan a sus hijas solas sin almorzar, abandonadas, y tu eres buena. —Sus palabras me hicieron sentir horrible, en medio de su inocencia me había dado justo al corazón.

Sabía que discutir era inútil. Sofía tenía esa mirada de “o aceptas o hago un drama delante de todo el piso” y, sinceramente, no estaba dispuesta a ver a Bruno lidiar con un drama de Sofi, así que cedí.

—Debes comportarte bien por favor, mi jefe estará allí, no es un almuerzo casual, es almuerzo por trabajo, ¿entiendes? —Estaba diciendo en el ascensor, Sofia solo asentía un poco con la cabeza.

—No te preocupes mamá, yo siempre me porto bien, hoy me portare bien. —Hice una fina línea con mis labios. No era la niña más revoltosa, pero lograba hacer comentarios o tener acciones que hacían que mis mejillas se colorearan al instante.

—Gracias.

Cuando salimos del edificio, Bruno ya estaba en la entra del edificio, a mis ojos y a los de cualquier mujer era un hombre muy apuesto, el traje que llevaba le hacía marcar los musculos en los lugares exactos, estaba hablando por teléfono mirando de reojo hacia la puerta, en el momento que nos vio hizo una seña que lo siguiéramos.

Sofía se soltó de mi mano y rápidamente corrió a tomar la suya, me quedé de piedra al ver que le tomaba la mano como si nada. Bruno bajó la mirada hacia ella un par de segundos algo desconcertado, pero contrario a lo que me imagine que sucedería, él comenzó a caminar como si nada en dirección al restaurante con mi hija (y su hija) de la mano y yo iba detrás, preguntándome si eso estaba bien, o era tan raro como lo estaba sintiendo.

Al llegar al restaurante, el camarero nos llevó a una mesa junto a una ventana enorme. Bruno se sentó en la cabecera, Sofía a su derecha y yo frente a él, sintiéndome un poco fuera de lugar y con mis pensamientos hechos un caos.

—¿Quieres algo para beber? —preguntó él, mirando la carta.

—Agua, por favor —respondí. Sofía levantó la mano como si estuviera en la escuela.
—Yo quiero jugo de manzana. ¿Tienen jugo de manzana? —le preguntó directamente al camarero.

—Sí, claro. —El chico sonrió y se lo anotó. Bruno levantó una ceja, mirándola de reojo.

—No eres tímida, ¿verdad?

—No. —Sofía encogió los hombros —Mamá dice que si no pregunto, no consigo lo que quiero. —Yo me cubrí la cara con una mano, intentando disimular la vergüenza.

—Es una buena enseñanza.

Cuando nos trajeron las cartas, Bruno la abrió con una calma, Sofía, en cambio, la puso al revés y empezó a leer como si fuera un mapa del tesoro.

—¿Qué vas a pedir? —le pregunté.

—Mmm… ¿Puedo pedir pasta?

—Claro.

—¿Con albóndigas?

—Si hay, sí. —Ella se giró hacia Bruno jalandolo de la manga de la camisa,

—¿Usted va a comer pasta? Porque si usted come pasta y yo como pasta, vamos a ser como un equipo de geniales come pasta. —Bruno la miró unos segundos, como si estuviera evaluando si contestarle o simplemente ignorarla.




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