Si alguna vez creí que trabajar en moda solo significaba glamour, orden y cafés exquisitos y gourmet mientras una super modelo gira en cámara lenta como en las películas, esa ilusión se evaporó apenas llegué al estudio porque lo primero que sentí fue el caos y la tension flotando en el aire, y lo segundo fue el golpe de realidad, una modelo llorando porque se le corrió el delineador, un diseñador buscando desesperadamente un cierre extraviado y Bruno, en medio de todo eso, como un emperador romano exigiendo perfección con solo fruncir el ceño.
Aquel día tocaba una prueba de pasarela para la línea ecológica, no era el desfile oficial ni mucho menos, pero Bruno quería ver cómo quedaba la publicidad y la decoracion realizada, como caían las telas con el movimiento, cómo caminaban las modelos, y si los dobladillos sobrevivían a la presión. Era como una audición privada donde la prenda, la postura y el porte se jugaban su lugar en el podio yo, por mi parte, solo debía encargarme de que el material gráfico que habíamos creado para la campaña coincidiera con los colores reales, los tonos de fondo y la esencia visual que tanto se había pulido en el diseño nada del otro mundo, una tarea tranquila, en teoría.
Llegué con Sofía de la mano, como casi todos los días, esa niña había logrado esquivar sus días de escuela alegando que a medio año ya no era bueno empezar, suponía que era miedo, pero lograba que llegara con ella a diario a la empresa, se movía por la oficina como si fuera la gerente de recursos humanos disfrazada de unicornio. Saludó a todos con su sonrisa, se robó una galleta del escritorio de Gianna “la asistente de diseño" y se instaló en un rincón del estudio con su cuaderno de crayones y su botella de agua con brillantina. Yo le prometí que solo serían veinte minutos de aburrimiento, y ella me prometió que no interrumpiría. El trato estaba hecho, mentiras piadosas de ambas partes.
Las modelos se veían hermosas, a mi parecer, cada una de ellas llevaba un diseño que le favorecía a su cuerpo delgado, como alguna vez fue el mio antes del embarazo, porque Sofía y el tiempo me habían dejado con unos cuantos kilos de más y algunas marcas de las que no me arrepentida pero que si me cambiaron.
La primera ronda de pruebas comenzó puntual, las modelos caminaban una tras otra por una línea blanca pintada en el suelo, Bruno observaba cada detalle como si de eso dependiera su vida y yo me ubique cerca de él, con la tablet en la mano, tomando notas sobre la luz, el contraste, las caídas de tela, todo normal, hasta que Sofía decidió acercarse.
—Mamá, la chica del vestido blanco parece una nube —susurró, tapándose la boca con las manos, como si eso la volviera invisible.
—Sofi, ¿no habíamos hablado de no interrumpir?
—Pero es que la nube se va a caer —insistió, señalando disimuladamente a la modelo, quien, en efecto, caminaba como si tuviera miedo de pisar su propia sombra.
Bruno bajó la mirada hacia ella, como siempre hacía cuando no sabía si debía reír o pedir silencio, pero solo toco su cabeza y posó de nuevo la mirada en la pasarela y entonces, como si el universo decidiera que no era suficiente caos, lo inevitable pasó. La modelo cayo de forma estrepitosa al suelo.
Asustada, corrí a ver si la modelo se encontraba, cuando sentí que mi pie derecho se enredaba con algo, tal vez un cable, una tela suelta, el bolso de alguien, no sé solo sé que mi cuerpo, ese traidor que a veces olvida que tengo equilibrio, decidió lanzarse hacia el frente y en mi intento por no caer como saco de papas en plena pasarela, me aferré a lo primero que encontré, el brazo de Bruno.
No solo lo arrastré conmigo, también lo empujé, lo jalé y lo derribé de una manera que ni las películas de comedia podrían igualar, él cayó de espaldas, yo encima, y su carpeta de notas voló por los aires, mi cara quedó pegada a su pecho, su mano, no sé cómo, se deslizó por mi cintura para detener la caída. El silencio invadio la sala, solo se escuchaba la respiración agitada de ambos y una risa bajita que seguramente era de Sofia.
—¿Estás bien? —pregunté, sin atreverme a moverme.
—Depende. ¿Sigues encima de mí? —Susurró
—Creo que sí.
—Entonces no, me duele el orgullo. —Quise reír, pero me mantuve seria.
—Lo siento. —Intenté incorporarme, pero lo único que logré fue chocar mi frente contra su mandíbula. Él se quejó y me sentí aún más avergonzada que antes, en ese preciso instante, la voz de Sofía se escuchó por todo el estudio.
—¿Se van a casar? —Bruno se tensó por completo, yo me quedé helada.
—¿Qué? —balbuceé, buscando con la mirada esa vocecita que acababa de soltar la bomba.
Sofía estaba sentada en el suelo, sus piernas cruzadas como en la escuela, mirando la escena con una sonrisa que mezclaba picardía, ilusión y el más puro atrevimiento infantil.
—Es que si se cayeron abrazados, eso quiere decir que se quieren, ¿no?
Las risas de algunos miembros del equipo empezaron a surgir, una de las modelos se llevó la mano a la boca para no carcajearse, Bruno soltó un suspiro, se puso de pie primero y luego me ofreció la mano para ayudarme, yo la tomé completamente avergonzada,
—Estoy bien —dije, sacudiéndome la falda—. Nada roto «salvo la dignidad» pensé lo ultimo.
—Tu hija tiene una imaginación muy vívida —comentó Bruno, mientras recogía sus papeles del suelo.