Dulce Secreto.

13.

Despertarse temprano en un nuevo país es como estar en medio de un sueño al que aún no te acostumbras. Llevaba ya más de un mes trabajando con Bruno, mi cita loca de una noche y padre de mi hija, y aun se sentía irreal.

Esa mañana el despertador sonó y, por un segundo, pensé que estaba en casa, la de antes, la de siempre, pero no, Milán nos recibía con un cielo gris y casi lluvioso, y con mi estómago llevaba nervios en vez de desayuno.

Sofía dormía a pierna suelta, con la boca entreabierta y completamente cruzada sobre la almohada, como si fuera un muñeco de trapo, o un contorsionista de circo, que con solo verla asi me daba dolor de espalda.

—Sofi —le susurré mientras acomodaba su enredado cabello con mis dedos —Despierta, hoy es tu primer día de escuela, ¿recuerdas? —Se removió como un gusanito bajo las sábanas y murmuró algo inentendible. Solo cuando mencioné el nuevo uniforme, que casualmente llevaba un bordado muy bello rosa, abrió un ojo para mirarme.

—¿Hoy me hago grande? —sonreí.

—Un poquito más, sí. Pero solo si te levantas ya. —De un salto bajó de la cama y corrió al lugar donde su bello uniforme se encontraba, lo admiraba emocionada, mucho más a su nueva mochila rosa y brillante de un dinosaurio disfrazado de unicornio, un “dinocornio” según ella.

La ayudé a vestirse, le hice dos trenzas con cauchitos de colores y preparé su lonchera con fruta y una nota que decía: “Eres mi persona favorita del universo.” Antes de salir, se paró frente al espejo con el ceño fruncido.

—Mamá… ¿Me veo como una niña que puede tener amigos? —Sentí un nudo en la garganta al escucharla. Si bien Sofi había asistido al jardín antes, los constantes movimientos de mi vida profesional nos hacían imposible mantenernos en un solo lugar, por ende, en una misma escuela, cosa que la había dejado un tanto aislada de otros niños. Me agaché hasta quedar a su altura, y acomodé mejor el cuello de su camisa.

—Te ves como una niña que merece el mundo entero. Eres una niña maravillosa, harás amigos muy rápido, solo sé tú misma y los demás niños te adoraran.

—¿Como Bruno? —Apreté los labios ligeramente.

—Así como Bruno, solo debes ser tú misma. —Asintió feliz y desayuno murmurando de vez en cuando los dibujos que estaba haciendo para que Bruno sonriera más.

En el camino, no dejó de hacer preguntas. Que si las maestras gritaban. Que si los niños se burlaban de los dibujos torcidos. Que si el baño estaba lejos del aula. Le respondí con paciencia, aunque yo también estaba hecha un manojo de nervios, no era fácil dejarla sola en un lugar nuevo, pero era lo mejor para ella, estar en una oficina no es lo ideal para su educación. Cuando llegamos al colegio, se quedó aferrada a mi mano.

—¿Te vas a ir? —preguntó bajito sin dejar de mirar hacia la entrada.

—Solo un ratito, luego vengo a buscarte, te lo prometo. —asintió despacito con la cabeza, y se empezó a alejar de mí lentamente.

—¿Y si me olvidas?

—Eso es imposible —le dije, y la abracé tan fuerte como pude para darle seguridad y confianza.

Se fue volteando paso a paso y avanzando con lentitud hasta que entró, y yo, que había jurado no llorar, terminé limpiándome los ojos llenos de lágrimas.

Llegué a la oficina con los sentimientos revueltos, un café a medio terminar y el corazón latiendo como tambor en mi pecho, no dejaba de pensar en mi pequeña y su nueva escuela.

Ni bien entré a mi oficina empecé a trabajar sin cesar, la reunión con inversores estaba programada para las diez, yo debía presentar avances de diseño, ideas de packaging ecológico, y responder preguntas técnicas que aún no dominaba del todo.

—Lucía —dijo Antonella, una de las asistentes, asomando la cabeza por mi cubículo —Bruno quiere que estés puntual, ya sabes cómo se pone si alguien respira fuera de ritmo. —Suspiré. Lo sabía, era un caos total.

En la sala de juntas, todo era un completo caos, un caos imperceptible, pero caos al fin y al cabo, varios hombres perfectamente vestidos, mujeres con trajes de oficina más ajustados que un traje de baño, todos sonriendo de forma hipócrita, todos dando un punto de vista distinto, Bruno escuchaba y anotaba sin decir sí o no, y cuando llegó mi turno, me miró con una expresión neutra que me revolvía por dentro.

Empecé mi presentación con una diapositiva de la nueva línea “Tierra Viva”, enfocándome en la paleta cromática inspirada en el otoño europeo. Las preguntas llegaron como dardos envenenados, presupuestos, márgenes de ganancia, tiempos de entrega.

—Las propuestas son arriesgadas —dijo uno de ellos.

—La estética ecológica no vende igual en Asia —comentó otra.

Sentí cómo mi espalda se ponía rígida, las manos me sudaban, pero respondí de la mejor manera posible, dando a entender a la perfección cada punto, Bruno no dijo nada, solo me observó. No supe si con aprobación o con duda.

Cuando la reunión terminó, salí al pasillo con la sensación de haber cruzado un campo minado y salir casi ilesa, me apoyé contra la pared y cerré los ojos, necesitaba aire, o una galleta, o tal vez un vino, posiblemente todas juntas.

Pero lo que más necesitaba… era valor.




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