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No he dejado de repetir lo que dijo esa chica sobre el presidente.
¿No se tomaron de la mano? ¿Acaso Aiden tiene alguna fobia de esas que tienen que ver con el asco? No noté nada cuando salimos. Se ha acercado a mí y comido con normalidad sin tener indicio de algo parecido a eso. No entiendo las palabras que dijo esa chica. Más bien, no se vio bien que expusiera intimidades de pareja.
No entiendo tan bien este tema.
—Hay que olvidar lo que dijo —pronuncia Stella con la respiración entrecortada. Nos hemos retirado con rapidez del sitio con nuestra amiga—. Eso ha estado fatal.
Tiene toda la razón.
No ha sido bonito escuchar ese detalle del presidente porque la curiosidad ha nacido más por él. Mi mente quiere hacer muchas preguntas que no vienen al caso.
No es bueno que tenga curiosidad por él.
No es nada bueno.
—¿En serio el presidente no le gusta tomar las manos de sus novias? —pregunta Bonnie, acertando en mis preguntas—. Pensé que era un chico muy cariñoso. —Su mirada recae en mí—. O eso demostró contigo.
No quiero seguir escuchando.
—El presidente no es cariñoso conmigo, Bonnie.
Ella bufa.
—Claro y yo soy una monja —ironiza. Ambas las miramos ceñudas—. Ya saben a lo que me refiero.
No quiero recordar nada del presidente, pero es imposible. Siempre hemos tenido encuentros donde hay mucha cercanía. En ninguno de ellos, ha demostrado que le ha desagradado.
—Olvidemos lo que dijo sobre el presidente —declaro, tratando de cambiar de tema antes que empiece a pensar de más—. ¿Qué estabas haciendo? Tienes pintura roja manchada en tu mandil.
Ella sonríe.
—Estaba ayudando al club de arte con su puesto en la feria anual —comenta en un encogimiento de hombros. Bonnie es la más sociable de las tres y siempre termina en ayudar a otros alumnos—. Vine porque estaba circulando rumores sobre la exnovia del presidente y justo apareció la susodicha enfrente de ti.
Ni yo esperaba ese encuentro.
—La encaraste y dijiste cosas extrañas.
—Defendí a nuestra, chica —corrige Bonnie con orgullo—. Nada más. ¿Si la vieron? Es más grande de nosotras y nos trata igual que insectos. Solo porque ella tiene el cuerpo espectacular.
Eso tampoco sonó bien.
—No importa. No hay necesidad de estar defendiéndome —replico entre un respiro—. Ella estará paseando estos días por aquí por la feria anual y….
—Se encontrará con tu hombre —completa Bonnie. La miro con una ceja alzada—. ¿Qué? Lo será pronto.
—¿Olvidas que, por estar investigándolo, me he metido en este embrollo? —cuestiono con la frente arrugada—. También olvidaste tu apuesta y….
—Ya terminó la apuesta —interrumpe Bonnie—. Quiero decir, ya no hay necesidad que sigas investigando para traerme pruebas físicas, porque he visto en carne propia todo lo que ha pasado en este tiempo que ha estado a tu lado.
Oh, cielos.
—Bonnie….
—No importa. Solo debemos esperar paciente lo que resultará más adelante —comunica Stella con tono lleno de extenuación—. Si siente o no algo por Serena. Eso lo veremos dentro de poco.
—Totalmente de acuerdo. Ahora sí, seguiré con la ayuda en los otros clubes —informa nuestra amiga Bonnie en un chillido—. Si quieren que vaya a pelear con la rubia oxigenada, no duden en contactarme por celular. Iré en segundos, chicas.
Muy de Bonnie.
Antes que siguiéramos hablando más, algo empieza a caer del cielo. Las tres observamos confundidas como tres chicas con capas oscuras están con una máquina lanzando una especie de cenizas.
—¿Qué es esto? —pregunta Stella a mi lado. Mueve sus dedos sobre sí—. Dime que no es nada extraño.
—¡Se llama polvo de la limpia cristiana! —exclama una de ellas riendo—. ¡¡Quita toda la mala energía acumulada en todo este año!!
—¡¡Vengan al club de culto!!
—Dime que no son cenizas de verdad —comunica Stella aterrada a mi lado—. De ellas, puedo esperar lo peor.
Una de ellas, viene corriendo hacia nosotras hasta tirarnos más de esas cenizas, haciendo que tosiéramos fuerte.
—¡¡Oye!!
—Son cenizas para que se les vaya la mala energía —informa una de ellas sin parar de lanzar ese polvo—. Notamos que tienen un aura pésima —Lanza arroz y sal—. ¡¡Aléjense espíritus vengativos de estos pobres cuerpos pobres de equilibrio mental!
Tosemos fuertes, hasta que Bonnie les lanza pintura que tiene guardada a un lado, manchando sus trajes oscuros.
—¡Dementes!
—¡Está poseída! —exclama una de ellas, sacando de nuevo un muñeco de paja—. Ríndete ante nuestro Dios, mujer pecadora.
—Ya estoy harta.
—¡Espera, Bonnie!
Nuestra amiga se tira encima de la chica de túnica, mandándola al suelo. Trata de quitarle la capa, mientras nosotras la agarramos por detrás para que se aleje de ella.