Estaba lleno de curiosidad por esa humana tan singular. No comprendía por qué era inmune a nosotros, pero me negaba a sucumbir ante esa curiosidad tan absurda y banal. Era mejor mantenerme alejado, ignorarla como siempre había hecho con las demás.
Llegamos a la casa donde mis hermanos y yo solíamos quedarnos. Apenas estacioné, Rusther saltó del auto con su velocidad sobrenatural, corrió hasta ella y, sin decir palabra alguna, saltó al balcón de su habitación, adentrándose en su cuarto. Apenas tuve tiempo de procesarlo.
Me sentí aliviado de estar en una zona privada, sin casas cercanas. Aquí, podíamos actuar sin temor a ser descubiertos por los humanos. Me felicitaba a mí mismo por haber vendido aquel lujoso penthouse, donde estábamos rodeados de seres humanos a cada paso, y por mudarnos a este lugar. Al principio, mis hermanos se quejaron y renegaron, pero pronto se dieron cuenta de que había sido una decisión acertada.
Con la caída de la noche, nos preparamos para salir a cazar. Era esencial estar listos para el día siguiente, sin sobresaltos. Me dirigí a mi habitación, buscando despejar mi mente. Esa humana, era un imán extraño, único. En este mundo, ella era el imán y yo el metal. No como se suponía que debía ser, donde nosotros somos el imán y los humanos, el metal, atraídos por nosotros sin poder resistirnos.
Cerré la puerta tras de mí, y me dirigí a mi mesa de noche, buscando algo que hacer para distraerme. Cogí un lienzo y traté de dibujar algo, cualquier cosa, con la esperanza de que mi mente se despejara. Pero no funcionó. Después de un rato, lo único que quedó plasmado en el lienzo blanco fue la imagen de ella, tan clara como si estuviera frente a mí.
Maldición… —gruñí, tirando el cuaderno con el dibujo sobre el escritorio. Me levanté rápidamente y salí al balcón, buscando algo que me ayudara a calmarme. Miré al cielo. La luna menguante, enorme y solitaria, dominaba el firmamento, sin una estrella que la acompañara. La vista era hermosa, y el suave viento movía los árboles alrededor de la casa. Podía escuchar el canto lejano de los búhos y otros animales nocturnos, lo que de alguna manera me tranquilizó.
Me apoyé en el barandal del balcón, cerrando los ojos, agudizando mi oído para captar cada sonido del bosque. La tranquilidad del momento se vio interrumpida por algo más. Escuché ramas rompiendo, seguidas de gruñidos bajos y un aullido. Las aves que aún estaban despiertas huyeron a lo lejos, despavoridas. Un aroma a perro mojado llenó mis fosas nasales, lo que me hizo suspirar.
Cinco lobos se detuvieron frente a la casa. Giré la cabeza levemente, viéndolos con la vista periférica. La loba del colegio, la amiga de la humana, lideraba ese extraño grupo que ahora invadía nuestro territorio. Era la alpha de la manada que vivía cerca de aquí…
Fruncí el ceño al ver la situación. Ella estaba acompañada de su beta, dos guerreros y una bruja. Estaba claro que había venido con la intención de proteger a su amiga de cualquier amenaza, tal vez para evitar que sucumbiera ante nuestra esencia. Decidí quedarme en mi lugar, sin hacer ningún movimiento. Me gustaba el desafío.
La loba se des-transformó, quedando en un short y un top negro frente a la casa. Su mirada fija en mí, sus ojos dorados fulminándome con una ira contenida, dejándome claro que sus intenciones eran letales. Pero yo no me inmuté. En su mente, me imaginaba ya muerto, asesinado por su voluntad. Pero yo seguía allí, impasible, sin ceder ni un milímetro ante su amenaza.
— ¡Salgan ahora, los cuatro! —gruñí, sintiendo que mi paciencia se agotaba, pero sin apartar la vista de ellos. Los miraba con desdén, claramente cansado de esta situación, sabiendo que me esperaban con intenciones de atacar.
— ¿Cuál es el drama, perrita? —dijo Randi, apareciendo a mi lado, apoyando su brazo en mi hombro con un desdén evidente. La ironía en su voz no pasó desapercibida mientras observaba a los licántropos frente a nosotros, con una expresión de total desprecio.
— ¿Qué hacen aquí? —inquirió Rusther desde su balcón, sin moverse, claramente más interesado en sus propios asuntos. —Tengo cosas más importantes que hacer. ¿Qué pasa ahora? —añadió, recostándose con desgana en el barandal de su balcón.
Roderick, detrás de mí, habló con una sonrisa llena de sarcasmo: —Juro que no he cazado en sus terrenos, y tampoco me he metido con ningún humano o lobo relacionado con su manada.
— Aléjense de Ash —dijo la loba, con impaciencia, mirándonos a todos con desprecio. Su tono de voz era claro, con una amenaza velada. No pude evitar que una sonrisa divertida asomara en la comisura de mis labios ante su actitud.
— ¿Lucette? —preguntó Roderick, confundido. —¿Qué tiene que ver la humana con tu visita, poco bienvenida? —agregó, sin mostrar ninguna preocupación.
La loba, mirando con furia, habló nuevamente: —Observe a Rusther vigilándola como un acosador desde un árbol —dijo, molesta por nuestra indiferencia. El mencionado, al escuchar su acusación, saltó rápidamente del balcón y se acercó a nosotros, sus ojos brillando en un neón morado, visiblemente alterado.
— Incluso todos ustedes lo han hecho… No quiero que se acerquen a ella —siguió, visiblemente furiosa, mientras su beta la retenía del brazo, claramente luchando por mantener el control sobre la situación.
— No nos puedes prohibir acercarnos a alguien —dijo Rusther, apretando los puños con fuerza, claramente molesto, y a punto de lanzarse hacia ella.
Me interpuse rápidamente en su camino, poniéndome frente a él, y lo tomé del hombro para calmarlo. Sabía que lo último que necesitábamos en ese momento era un enfrentamiento innecesario que no llevaría a nada. No valía la pena arriesgarlo todo por una disputa absurda. Rusther me miró, con la rabia aún ardiendo en sus ojos, pero pude ver cómo su respiración se calmaba poco a poco mientras lo contenía.
— Respira, Rusther —le dije en voz baja, manteniendo la calma mientras observaba la situación. Sabía que él quería desatar todo su furor, pero no era el momento ni el lugar para hacerlo. La loba no era nuestra prioridad ahora, y cualquier acción impulsiva solo nos pondría en una situación aún más tensa.