Caminaba con paso firme y expresión adusta por los pasillos de la universidad. La confesión del licántropo de ojos celestes aún retumbaba en mi cabeza, como un eco molesto del que no podía deshacerme. Decía ser un Alpha, decía que yo era su mate, su predestinada.
Patrañas.
Gruñí por lo bajo, sintiendo cómo la irritación burbujeaba dentro de mí.
-Lo que me faltaba... -bufé en voz baja, sin dirigirme a nadie en particular.
Entré al salón con movimientos rápidos y mecánicos, sin ganas de intercambiar palabras con nadie. Me desplomé en mi asiento y me llevé ambas manos al rostro, frotándolo con fuerza como si con eso pudiera borrar el cansancio que se acumulaba en mi interior.
Respiré hondo y traté de ordenar mis pensamientos, aunque era casi imposible con el torbellino de ideas que me carcomía desde hacía semanas.
Primero los Riffirshon... luego la locura de pensar que me estaba enamorando de uno de ellos... después Karol insistiendo en que me alejara... luego el asesinato de mi tía... evitar a los Riffirshon como si de la peste se tratara... y ahora, como si mi vida no estuviera ya lo suficientemente jodida, un licántropo que dice que soy su mate.
¿Esta universidad está maldita o la maldita soy yo?
Suspiré pesadamente, sintiendo cómo el peso de la situación me aplastaba poco a poco.
Cuando descubrí que mis sentimientos por Rusther eran más que una simple atracción pasajera, la realidad me golpeó de lleno. Fue como una daga clavándose en mi pecho sin previo aviso. No podía permitirme aquello. No podía dejar que el pasado destruyera la posibilidad de un futuro... pero, ¿qué futuro?
Cada vez que los veía, cada vez que mis ojos se posaban en ellos, el mismo pensamiento volvía a atormentarme: ellos podrían estar involucrados en la muerte de mi tía.
Eran una tentación peligrosa. Un abismo del que me costaba apartar la mirada. Una dulce promesa envuelta en peligro y muerte.
Pero no. No podía permitírmelo.
Si me atrevía a dar un paso más cerca, si me dejaba arrastrar por lo que sentía, corría el riesgo de convivir con los asesinos de la única persona que consideré mi familia.
Y eso era algo con lo que nunca podría vivir.
(...)
La segunda clase estaba por terminar, y yo solo esperaba el timbre para poder salir. La siguiente materia era con Karol, lo único bueno del día.
Cuando el timbre sonó, recogí mis cosas sin esperar un segundo más.
-Bueno, chicos, nos vemos en la próxima clase. Recuerden hacer la tarea y enviarme el reporte a mi correo -dijo el profesor, guardando sus materiales antes de salir del salón.
Suspiré, asegurándome de no olvidar nada en mi mochila. Entonces, antes de que pudiera marcharme, una de las chicas de la clase de literatura se acercó a mí con una sonrisa dulce, casi demasiado dulce.
-Hola -saludó con entusiasmo.
La miré un instante, interrumpiendo mis movimientos.
-Hola -respondí sin muchas ganas y seguí con lo mío.
-¿Cómo te llamas? -preguntó.
Me coloqué la mochila al hombro y la observé con más detalle. Llevaba el cabello en un corte bob que apenas le llegaba a los hombros, rubio con las puntas teñidas de lila. Sus orejas estaban ocultas bajo el cabello, y sus ojos... tenían una extraña mezcla entre azul y rosa. Hermosos, sí, pero poco comunes. Su piel, increíblemente blanca, le daba un aire casi etéreo.
¿Es normal en esta universidad que la gente tenga colores de ojos tan extravagantes?
-Ashly, pero dime Ash si gustas -respondí ajustando la correa de mi mochila-. ¿Y tú?
-Fanny -dijo con emoción, como si se hubiera ganado la lotería-. Un gusto, Ash.
A veces la gente aquí me parecía extraña, pero tal vez era simplemente parte del ambiente.
-¿Qué harás a la hora del almuerzo? -preguntó con evidente entusiasmo.
-Estaré en el huerto de flores con una amiga -respondí sin pensarlo demasiado.
-¿Puedo acompañarlas? -preguntó de inmediato.
La miré de reojo. Vaya energía...
-Claro, ahí te espero, Fanny -dije con una pequeña sonrisa.
Sus ojos brillaron raro por un segundo, pero decidí ignorarlo.
-¡Genial! Nos vemos entonces, Ash -respondió con una sonrisa radiante.
Salí del salón, pero mi breve alivio desapareció al instante cuando lo vi.
Ahí estaba.
El chico de ojos celestes.
Apoyado contra la pared, esperándome. En cuanto me vio, se incorporó con rapidez y se acercó como un cachorro emocionado al ver a su dueño después de todo el día.
-Hola -saludó con entusiasmo.
Lo miré sin ganas, cruzándome de brazos.
-Hola -respondí, ladeando la cabeza con curiosidad-. A todo esto, ¿cómo te llamas, cachorro?
Sonrió levemente.
-Ethan -respondió, y juro que si tuviera cola la estaría moviendo de un lado a otro.
-Bien, Ethan -repetí su nombre con desgana-. Y espero que me llames Ashly. Nada de "mi luna" ni cosas raras.
Él solo rió y, sin previo aviso, me abrazó con fuerza.
Rodé los ojos.
-Espacio personal -solté, empujándolo para apartarlo.
-Lo siento, fue un impulso -dijo, separándose un poco. Sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas, y por un momento, sus ojos celestes destellaron con un brillo dorado.
Era irónico. Tan rudo a primera vista, pero con una actitud tan... inocente.
Algo está mal conmigo... pensé, sintiéndome extraña al encontrarlo tierno en lugar de sentir esa atracción incontrolable de la que tanto hablaban sobre los mates.
-Voy a clases, cachorro. Nos vemos luego -dije, cortando mis pensamientos y avanzando.
-Claro, mi luna -respondió con una sonrisa que hizo que mi piel se estremeciera.
Me giré para fulminarlo con la mirada.
-¡Ashly! -casi grité, sin detener mi paso.
Ethan solo rió más fuerte.
Maldito lobo.
Entré al siguiente salón y, como era costumbre, Karol ya estaba ahí, escribiendo en su cuaderno. Probablemente la tarea.