Estaba feliz, realmente feliz... Al fin estaban los cuatro idiotas que me acosaban juntos, conmigo.
Hoy había sido un día raro, porque a pesar de que tenía cosas que hacer, de alguna manera me sentía tranquila. Tenía que ir a clases, pero me había quedado dormida por estar hablando con ellos en una videollamada hasta tarde. Aunque en mi defensa, la llamada fue con Rusther, y luego se sumaron los demás, y pasamos hablando hasta muy tarde. Era como si no pudiéramos dejar de hablar, cada uno aportando historias, bromas, y riendo sin parar. Me levanté tarde porque tenía demasiado sueño, desactivé mi alarma sin querer, y me volví a dormir. No sabía ni qué hora era cuando desperté. Solo sabía que estaba tarde, pero mi cuerpo aún pedía más descanso.
Corrí escaleras abajo, apurada, mis pies tropezando con cada escalón. Mi respiración era errática, y por más que intentaba no dejar de correr, sentía que mis piernas no respondían del todo bien. No podía pensar con claridad, todo lo que podía hacer era seguir corriendo, forzándome a avanzar. ¿Por qué? Porque iba súper tarde, y tenía una prueba a primera hora. Me sentía como si estuviera corriendo una maratón, pero de alguna manera todo el cansancio de la noche anterior seguía golpeando mi cuerpo. Llevaba mi mochila colgando de mi hombro, a duras penas, como si fuera una carga más pesada de lo normal. Mi teléfono estaba en el bolsillo trasero de mi pantalón, y mis lentes azules estaban en mi mano. No podía perderlos, no podía dejar que mi día comenzara de una manera aún peor.
De repente, cuando ya pensaba que estaba cerca de la salida, tropecé con mis propios pies, y mi cuerpo se deslizó por los últimos ocho escalones de la escalera. Todo pasó tan rápido que ni siquiera pude pensar en evitar la caída.
—¡Me lleva! —exclamé horrorizada al ver que mi destino era el suelo.
El golpe no fue tan doloroso para mis huesos, porque, de alguna manera, caí sobre algo suave... o mejor dicho, alguien. El impacto fue suficiente para aturdirme un poco, pero el leve dolor que sentí se desvaneció cuando miré al chico debajo de mí. Era como un golpe de suerte, tal vez.
—Mierda —murmuré entre dientes, todavía un poco desorientada. ¿Qué había hecho?
—Lo-lo siento —me disculpé rápidamente, tratando de recuperarme. Colocando mis manos sobre su pecho, intenté levantarme un poco, pero estaba aún demasiado mareada. Sentía que el mundo giraba a mi alrededor.
—¿Podrías quitarte, por favor? —pidió él, sin mirarme, con un tono que no me hizo sentir tan mal, aunque aún estaba completamente sobre él. Me sonrojé con fuerza al darme cuenta de la posición en la que estábamos.
—Lo siento —me disculpé rápidamente, apartándome de encima suyo y rodando hacia el lado opuesto del suelo.
—¿Estás bien? —preguntó él, mirando hacia mí con una expresión que parecía mezcla de preocupación y sorpresa. Lo miré detenidamente, observando sus ojos cafés, cálidos, y su cabello que, de alguna manera, me recordó al color del chocolate.
—Sí, ¿y tú? —le pregunté, preocupada. Le había caído encima, y eso debía haber sido una pesadilla para él. Asintió, aunque parecía estar bien. Me toqué la cabeza, todavía me dolía un poco por el golpe que me di contra la puerta del baño cuando corrí al ver la hora. Las prisas no eran buenas, nunca lo eran.
—¿Por qué corrías? —preguntó él, sentándose en el suelo frente a mí. Miré hacia abajo, sintiendo como mi cuerpo se suspendía en el aire mientras intentaba sentarme más cómodamente en el suelo.
—Voy tarde —me quejé, mientras me frotaba las manos por el dolor que aún sentía. Él me observó, un poco confundido, pero yo seguí corriendo.
—¡Lo siento! —me disculpé otra vez mientras corría de vuelta por el pasillo, sintiendo que cada paso me costaba más de lo que debía.
—¡Oye! —me llamó, pero no me detuve. En serio iba demasiado tarde.
Después de lo que me pareció un maratón, llegué a Reffirshon en tiempo récord. Corrí hasta el salón y, al abrir la puerta de golpe, llamé la atención de absolutamente todos dentro. La mirada de todos me hizo sentir aún más incómoda, pero no podía retroceder.
—¿Por qué abres así? —me preguntó uno de los chicos del salón, mirándome raro.
—Llego tarde —dije jadeando. Estaba agotada, casi al borde de caerme al suelo por la falta de aire. Sabía que debía ponerme en forma, porque en ese momento no podía mantener el ritmo que antes solía tener. Él se rió de mí en mi cara, y yo lo miré mal, frunciendo el ceño.
—El maestro no vendrá por problemas personales, así que tenemos la hora libre —me dijo, como si no me importara lo que estaba pasando. Me dejé caer al suelo, agotada por tanto esfuerzo. Necesitaba recuperar la respiración. Llevé mi mano libre a mi pecho, algo cansada, y me coloqué los lentes azules que llevaba en mis manos, mientras intentaba calmarme un poco.
—No sirvió de nada —me quejé con molestia. Busqué mi teléfono en el pantalón para ver la hora y ver si podía ir a la cafetería por algo de comer.
—Maldita sea —me quejé cuando no lo encontré en mi pantalón.
"Seguramente se me cayó" pensé, molesta, mirando al alrededor y sintiendo que no había tenido suerte con nada en ese momento.
—¿Qué haces tirada en el suelo, rayito? —me llamaron desde atrás. Me incorporé rápidamente, aún algo aturdida, y miré hacia atrás. Vi a un sexy y arreglado Randi detrás de mí, de pie, con esa actitud segura que siempre tenía.
—Uppa —dije, levantando los brazos hacia él como si fuera una niña regañada, aún agotada. Mis piernas temblaban por la corrida que había hecho. Él se rió de mí, y me jaló de los brazos, ayudándome a levantarme. Lo que no esperaba fue que me cargara estilo princesa, como si yo no pesara nada.
—¿Qué haces? —me quejé, sintiendo mi cara arder de vergüenza. ¿Qué estaba haciendo él? No podía creerlo, aunque no pude evitar disfrutar el momento de una manera rara.
—Uppa —respondió él, con una simplicidad que me hizo sentir aún más tonta. Mi cara, en ese momento, debía ser del mismo color que sus ojos, que estaban cubiertos por unas gafas de sol. Luego, con un simple movimiento, cerró la puerta con su pie, ignorando las miradas raras que nos daban desde el interior del salón, y caminó como si fuera lo más normal del mundo.